Iker Casillas: la retirada de un ídolo
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La retirada de un ídolo es como la muerte: sabes que, tarde o temprano, va a llegar. Unas veces de forma inesperada, otras la ves venir de lejos. Eso sí, no por ello deja de ser dolorosa. Porque, aunque desde el pasado verano se daba por hecho que Iker Casillas Fernández iba a colgar los guantes, uno nunca se acostumbra a la nueva realidad: tu ídolo no volverá a jugar al fútbol profesional.
El paso de los días, las semanas y los meses te anestesia, te prepara de algún modo para lo que va a venir, pero el anuncio oficial por parte del protagonista duele igual. Porque, joder, un ídolo no se retira todos los días. Y, seamos sinceros, ¿cuántos (ídolos) tenemos en nuestra vida?
A Iker Casillas le voy a estar eternamente agradecido. Cuántos españoles y cuántos madridistas habrán pensado esto mismo en las últimas horas. Es para reflexionar sobre ello: un chaval criado entre Móstoles y Navalacruz que ha hecho feliz a muchísima gente solamente por jugar bien al fútbol. Que vengan otra vez con eso de que sólo son 22 tíos corriendo detrás de una pelota.
Iker Casillas: tres momentos especiales
De Iker me quedo con tres momentos que han marcado mi vida y con un bonus extra. El primero, allá por 2004/2005. Yo jugaba en el alevín del PMD Gibraleón, el equipo de mi pueblo, y, por alguna extraña razón que únicamente se explica con la idolatría, jugué un partido ‘oficial’ con una camiseta del Real Madrid con el nombre de Casillas en la espalda. Fue en los Campos Federativos de La Orden, en Huelva capital, contra el Olimpic, el mejor equipo de nuestra categoría sin ninguna duda. Perdimos, pero tuve un buen día y las paré de todos los colores. Tanto que a los pocos días estaba entrenando con la selección onubense alevín, compuesta casi en su totalidad por gente un año mayor que yo (entre ellos, Loren ‘el del Betis’ y Martínez ‘el del Granada’). Está claro que yo no era el bueno de ese grupo, pero a mí jamás se me olvidará que el partido que me permitió tener esa oportunidad lo jugué con la camiseta de Casillas.
El segundo momento es, sin duda, el más doloroso. Llegó en plena adolescencia y en los años en los que el Real Madrid deambulaba por los campos de Europa. Fue una de esas noches. En Anfield, contra el Liverpool de Fernando Torres. 4-0. Y qué partido hizo Iker. De no ser por él, el resultado habría sido mucho más escandaloso. Recuerdo que estaba frente al televisor pasándolo realmente mal. Veía cómo Casillas era el único que daba la cara, el único que no hacía el ridículo. Y sufría, porque uno sufre cuando su ídolo lo pasa mal. Tanto que esa noche se me quedó grabada a fuego.
El tercer momento sucedió hace relativamente poco. Eran tiempos universitarios para el que escribe. La selección española se preparaba para jugar el Mundial de 2014 y visitaba Sevilla para jugar contra Bolivia. No era la primera vez que iba a ver a Iker jugar en persona, ya había tenido la oportunidad de ser ‘su’ recogepelotas en un Recreativo de Huelva-Real Madrid, pero lo mejor llegó antes del partido. Concretamente, en la Estación de Santa Justa. No sé cómo pero me enteré de la hora a la que llegaba la selección, así que para allá que fui. Sin saberlo, iba a cerrar el círculo que se abrió aquel día de mi infancia en Huelva jugando a fútbol. Llevaba la camiseta con la que había jugado aquella mañana, quería que mi ídolo me la firmara. Y así que fue. Había cumplido un sueño.
El bonus track, obviamente, es la mejor parada de Casillas. No fue en un partido. No fue contra el Barça, el Atleti u otro de los cientos de rivales a los que se ha enfrentado. Aquel 1 de mayo de 2019, Iker Casillas Fernández logró salvar su vida después de sufrir un infarto y dio el mejor ejemplo posible. Aquel día el ídolo se hizo más eterno si cabe.
Gracias, Iker.