Joaquín: cornada, orejas y rabo

Félix Godoy IIIPara fútbol en La Rosaleda. Un partido extraño en todos sus conceptos y un partido con todos los conceptos que puede haber en el fútbol a la vez. Y terminó como debía, con el balón en los pies de Isco. Sin embargo, la estrella fue Joaquín, que firmó el triunfo por narices. "¡Joaquín, Joaquín!", le despidió Martiricos.

No merecía menos el torero de El Puerto de Santa María, que fue José Tomás y Morante a la vez. Recibió una cornada que podría haberle hundido tras fallar el penalti del triunfo. Nada más lejos de la realidad. Sacó su casta torera, se tiró al área y arregló el desaguisado. Remató un balón con el corazón que Dani rechazó. Y se fue a por la gloria que el destino le debía. La cazó, hizo una filigrana soberbia, pisándola en una losa de césped, dejó atrás al portero y la coló suave con la puntita. Saltos y más saltos de alegría. A hombros. Decía Carlos Herrera que los demás son matadores de toros, que torero sólo era Curro (Romero). Aplíquese a Joaquín Sánchez. 
 
Explicar el comienzo del choque resulta tan extraño como poco habitual. Ciertamente el Valladolid se mostró bien plantado en el campo y trató de presionar arriba para evitar fluidez en la salida del balón del Málaga, que tocaba decentemente pero al que se le detectó falta de concentración. Fruto de ello y del desorden colectivo, llegó el tanto pucelano. Omar fue sorteando obstáculos en el balcón del área hasta armar el disparo. Willy lo rechazó como pudo y Ebert lo intentó de segundas. Esta vez fue Gámez el que abortó el peligro. Un nuevo rechace que cayó en las botas de Manucho. El ariete definió con un tirito cruzado raso que se coló en las redes de Willy.

Se vio sorprendido el Málaga así, que no terminaba de gustarse. Se acercó por inercia pero con poca fe. Inquietó con una ocasión de Portillo, que dejó atrás al cancerbero Dani pero ya sin ángulo para poder rematar en condiciones. Sintomático ver a Demichelis, imponente e imperial durante casi todos los minutos de esta temporada, desubicado y superado. Así, con el equipo muy blandito y timorato, el Valladolid bailó en otra ocasión al Málaga y Rukavina -lateral derecho- entró como una moto. Su disparo se marchó fuera por poco.
Siguió La Rosaleda rugiendo como si nada ocurriese, esperando que tarde o temprano el equipo blanquiazul ordenase sus ideas. Nuevo aviso, ahora Isco. Pero sin señales de excelencia. Tocaba esperar.
Y la espera, para los equipos que tratan al balón con el cariño que merece, suele dar sus frutos. Reclamó hasta dos penaltis Gámez, que no fueron, y luego una mano clara de Balenziaga que Iglesias Villanueva obvió, como algunas entradas de Manucho y Óscar que merecieron cartulina. Tocaba hacer algo diferente y si hay tres hombres diferentes en este equipo -cada cual a su manera- son Joaquín, Eliseu e Isco, que fabricaron el empate. Eliseu estaba algo ahogado, no por su posición de lateral, sino porque la manera de jugar del Málaga no le estaba favoreciendo. Pero encontró una vía que Joaquín entendió a la perfección. El portugués levantó la cabeza y dio con Isco en el área. El crack del Arroyo se tomó su tiempo hasta que encontró el hueco en la portería de Dani como el que juega al futbolín. Así se calmaron los bríos del Valladolid y el Málaga se fue al descanso más sereno.
La reanudación dejó un nuevo susto. Una falta lateral del Valladolid la convirtió Manucho en un tibio pero peligroso remate que Willy, como acostumbra, salvó. Luego Ebert probó fortuna a lo que replicó Isco. Dani envió un tiro clásico del malagueño a córner. El mismo casi lo convierte el gol olímpico Joaquín, pero Dani se opuso de nuevo.
Llegaron nuevos minutos de agobio para el Málaga. El Valladolid volvió a presionar arriba y el equipo de Pellegrini no supo sacar la pelota desde atrás. Eso creó desconcierto nuevamente. A esto se le sumó una lesión de Recio. El chico volvía a la titularidad muchos meses después y se vio forzado a dejar a Duda su sitio.
Retornó el cuero a Isco, que se inventó un control mágico, se la sirvió a Eliseu y el luso centró con inteligencia al segundo palo. Joaquín remató con el alma, pero impactó en un defensa del Valladolid que se lanzó al suelo como si no hubiera mañana. Minutos después, Isco volvió a sacarse un truco de la chistera, pero el gol se negaba a llegar.
Y en diez minutos pasó de todo. Manucho se fue a la calle por doble amarilla; Saviola forzó un penalti que Joaquín falló; el propio Joaquín marcó un gol de alta escuela casi metiéndose en la portería; Camacho se enganchó con Bueno y terminaron abrazados; y Willy, ese héroe silencioso, cortó en seco el empate tras un tiro de Óscar. Y La Rosaleda estalló. ¡Vaya partido!