El coliseo pide la cabeza de Schuster

F. Godoy IIILa Rosaleda se cansó. No está contenta con el equipo, pero su gran blanco es Schuster. Pidieron su marcha. Y es por juego y por resultados. 14 jornadas y 13 puntos. Sin embargo, son los intangibles, las sensaciones, la indolencia, las que están condenando al alemán. "¡Schuster, vete ya!", fue el grito unánime como despedida.

Hay defectos muy graves en este Málaga, que a veces te engaña y te deja soñar, para despertarte justo en el momento más dulce. Y eso agria a cualquiera, incluida a la fiel afición malaguista, que hizo un esfuerzo titánico por plantarse un lunes a las 22:00 horas en La Rosaleda.

Desesperaba el Málaga en su vuelta a la competición. Un juego carente de creatividad salvo chispazos esporádicos, una nula salida de balón, algunas dudas atrás... Parecía una condena a la misma historia de los últimos partidos. Además, el Athletic -tampoco nada brillante- presionaba con sentido y amenazó seriamente a Willy. Tanto es así que Weligton tuvo que sacar de la línea un gol cantado de Laporte.
La alineación también arrojaba una cierta desconfianza porque Schuster apostó por Juanmi (Santa Cruz fue el descarte) arriba y Samu escorado en la derecha. Y no hicieron un fútbol del otro mundo estos dos chicos, pero le dieron identidad a un Málaga que todavía no adivinamos quién es.
Samu tuvo carácter y Juanmi, como solía antes de su reciente travesía en el desierto, gol. El de Coín avisó primero con dos remates deficientes (uno en fuera de juego tras un brillante pase de Portillo), el tipo de jugadas que eran su especialidad cuando comenzaba a despuntar. Pero, ironías del fútbol, se sacó de la chistera un remate implacable de cabeza entre las torres del Athletic, demasiado para Iraizoz. Tan raro es verle acertar en esta suerte como rara fue la asistencia de Angeleri, que se la puso desde la banda con ¡la cabeza!
No es que el Málaga estuviese cuajando el fútbol deseado por la grada, pero al menos se quitó una tonelada de presión y quiso mandar en el desastroso césped de La Rosaleda (luce mejor de lo que está en la práctica).
El marcador no garantizaba nada, pero animó mucho a los jugadores blanquiazules, que se atrevían a hacer más cosas, a combinar con ánimo, a sentirse equipo de fútbol de una vez. No ocultaba otras carencias, pero ya era más de lo que venía dibujando. Y la prueba es que Valverde ya había realizado los tres cambios con media hora por delante.
Sin embargo, una cosa es quitarse las telarañas y otra bien distinta convertir el partido en una ruleta rusa. Se veía venir que el Málaga necesitaba algún cambio para refrenar los bríos del Athletic. Contrastaba la prisa de Valverde por buscar soluciones con la pasividad -una vez más- de Schuster en los cambios. Y el empate llegó.
Marcó San José con un remate que fue cualquier cosa menos ortodoxo a la salida de un córner. Algo debe hacer el alemán y su cuerpo técnico porque su Málaga no para de sufrir goles y ocasiones de estrategia. Falta trabajo.
Al Málaga los goles le están afectando como a un mal artista la crítica en un panfleto cualquiera. Hay unos que lo intentan, que quieren y pueden (o podrían). Otros, visto lo visto, pudren el canasto. Encima, Iglesias Villanueva sacó una cerilla en una gasolinera. Echó por dos amarillas a Portillo, un jugador al que no se le recuerda una mala entrada en su carrera. El criterio, ese gran desconocido entre los trencillas patrios.
Y llegó, tenía que llegar, el segundo. El Málaga es un perro flaco, raquítico. Muniain firmó la remontada tras toparse con Willy en primera instancia. La Rosaleda estalló y se escuchó el "¡Schuster vete ya!". No hay fe en el técnico germano, al menos, en estos momentos, su crédito es prácticamente inexistente.
Se suele pedir calma en estas situaciones, pero la afición que pobló el coliseo malaguista mira al palco. No hay césar, no, y aun así piden que alguien baje el pulgar.