Esa maldita pared

La maldita pared del Málaga CF no es la 'que separa tu vida y la mía', es esa con la que lleva chocándose toda la temporada: la falta evidente y clara de gol. Cada vez que tiene en sus manos la posibilidad de devolverle algo de esperanza a su afición, echa la oportunidad por tierra. La de este sábado era una cita en la que no se podía fallar por miles de factores, pero especialmente por los seguidores que dieron una respuesta espectacular.

Finalmente, a pesar de la derrota frente al Burgos, el equipo de Pablo Guede salva la categoría tras las caídas de Amorebieta y Real Sociedad B, pero no eran estas las formas. Esa maldita pared puede convertirse en un muro insalvable si no se piensa en el nuevo proyecto desde ya.

La afición abría la lata dejando muy pocos asientos vacíos -la mayoría en la curva de la hinchada visitante- y entonando a capella el himno malaguista. Se agradecía el ambiente y el equipo salió bastante enchufado, buscando la pelota y tratando de hacer daño en el área burgalesa.

Pronto llegó la primera arribada de peligro del Málaga. Vadillo se desmarcaba y no estaba en posición antirreglamentaria, pero se trabó ante un defensa del Burgos. La recuperó, y el pase atrás tras deshacerse del rival no lo ejecutó con precisión y no le llegó a Luis Muñoz que estaba solo. La jugada la finalizó Febas rematando a puerta desde la izquierda. Insistiendo y persistiendo. Siguiendo las instrucciones de Guede.

En el minuto 12, La Rosaleda se vino abajo celebrando un señor golazo de Chavarría, que había firmado una jugada magistral tras deshacerse con soltura del portero. Pero el globo explotó pronto: estaba en fuera de juego, milimétrico, pero antirreglamentario al fin y al cabo. La decisión arbitral no bajó los decibelios de La Rosaleda.

Poco a poco, el ritmo fue disminuyendo y el balón iba de un área a otra pero sin sensación real de peligro por parte de ninguno de los dos. Algo no estaba funcionando bien en la medular malaguista y lo estaba notando el resto de la plantilla.

De hecho, a la media hora, de nuevo daba la sensación de que el Málaga estaba perdonando una ocasión tras otra. Las llegadas de los blanquiazules estaban siendo más claras, pero no terminaban de rematar la faena entre nervios y presión. Y al final eso acaba lastrando.

El equipo de Julián Calero fue ganando terreno y confianza y su ocasión más clara del Burgos fue un balón que se estrelló contra la escuadra. Dos minutos después, en una jugada tonta tras una falta lateral, entraba el primero del conjunto burgalés en la portería de Dani Martín. El cabezazo de Miguel Rubio llegaba en el momento más inoportuno.

Hasta que el colegiado pitase el descanso, era el momento de frenar los avances del Burgos y tratar de buscar la portería de Caro. El más atrevido fue Dani Lorenzo, que quiso sorprender con un disparo lejano en los últimos segundos del descuento. La pelota se marchó desviada, pero La Rosaleda agradeció el intento.

Así es imposible

Entra Víctor Gómez para ganar en solidez ofensiva. Ahora sí, el Málaga salía con todo. En apenas cuatro minutos era el dueño de la pelota y habitaba el área de Caro. Pero la efervescencia se iba diluyendo y con ella el ánimo de los que poblaban las gradas del templo blanquiazul. Ante la actitud de los suyos, Guede dio entrada a Roberto y a Ramón, para tratar de darle empaque al ataque.

Llegó un momento en que se vino arriba la grada y parece que influyó un poco en los ánimos de los jugadores, que daban la sensación de querer buscar más la pelota. Pero no sacaban rédito a pesar de vivir prácticamente en el área burgalesa.

Insistía, insistía e insistía. Con más tesón y más rabia que acierto. Con más pasión y corazón que cabeza. En cada balón que colgaban al área los de Guede, había un pequeño atisbo de esperanza que se desvanecía cuando la defensa o Caro acababan despejando. Como cada vez que parecía verse la luz al final del túnel, el malaguismo volvía a estrellarse contra una maldita pared que no dejaba avanzar. Una pared contra la que se ha chocado demasiadas veces en esta aciaga temporada.

Esa pared, llamada falta de gol, volvió a hacerse evidente en la que era la cita más bonita del curso, por lo que podía significar y por la respuesta de un malaguismo al que hay que intentar convencer de que el año que viene vuelta a portar la blanquiazul. Pero los balones altos, desviados, demasiado rasos... incluso los palos. Los repetitivos fallos en boca de gol impedían que la fe fuera una llama encendida. Una. Y otra. Y otra vez.

El runrún se adueñó de la grada con el tercer tanto del Huesca a la Real B. Y acto seguido, con la salvación en la punta de los dedos, llegaron las críticas desde la Grada de Animación, aunque no fueron secundadas en su mayoría por el resto de los presentes. Hasta que el pitido final dio paso a la música de viento.