Columna minada
Tendría unos quince años y jugaba de portera de balonmano cuando comencé a sentir un dolor agudo en la muñeca. Visité al gran doctor Echevarren, amigo de mi aitona, y no apreció nada raro: un esguince de muñeca por un movimiento raro en alguna parada. Pese a la muñequera obligatoria el dolor comenzó a ir a mayores llegando incluso hasta el hombro y bajando por mi espalda, allí comenzó mi periplo por un sinfín de médicos y mi gran historia con mi querida y mimada espalda. Tuve que dejar de tocar la acordeón en el conservatorio de San Sebastián justo cuando me estaba planteando entrar a su orquesta dirigida por el gran Mikel Bikondoa.
Tras visitas a uno y otro, fue un acumpuntor francés que me diagnóstico una artrosis en mis cervicales: ¿artrosis con quince años? Sonaba a broma. Fue la primera vez que oí aquello de que “no te preocupes, de esto no te mueres, te mueres con esto”.
A partir de entonces, he podido llevar una vida normal, normalísima pero siempre mimando mucho mi columna: kilómetros y kilómetros de natación, pilates, k-skretch, nada de pesos... No voy a dramatizar porque he hecho todo lo que hace cualquier viandante de la calle pero es verdad que he tenido algunas citas con los médicos por culpa de lumbagos, cargas o ciáticas; nada que muchos de vosotros no sepáis de qué hablo.
Hace unos ocho años fui operada de las cervicales y me pusieron tres implantes de titanio que funcionan genial y no me dan ninguna lata, ni me obligan a dar ninguna explicación en las aduanas de los aeropuertos porque no llegan ni a pitar.
El domingo día 2 celebraba mi cumpleaños. Me gusta hacerlo de una manera discreta y sencilla sin cantar ni soplar velas pero sí lo hago pegándome una buena comida o cena en compañía de mi marido. Tras el magnífico convite acompañado de una botella de gran albariño fresco y terminando con un exquisito granizado de mojito, volvimos a casa. Como cada casi todas las tardes de domingo futbolístico me senté en el sofá a pegarme la gran sentada frente al televisor. De repente me levanté para ir al baño y...sentí un terrible pinchazo y un calambre que me recorrió toda la médula espinal desde la cintura hasta los hombros y me bajó hasta los tobillos. No sabía qué me pasaba, me dolía todo, sudaba y me mareé hasta tal punto que me desmayé y perdí el conocimiento por unos segundos. Me asusté mucho cuando me encontré en el suelo acompañada por mi marido. A partir de ahí, mucho miedo e incertidumbre pero sobre todo mucho dolor. Conseguimos llegar hasta la cama y comenzó todo el proceso: ambulancia, traslado al hospital e ingreso. Una vez en manos de los especialistas comencé a tranquilizarme y me dieron el diagnóstico: una lumbalgia terrible, tratamiento con corticoides, antiinflamatorios, analgésicos y mucha tranquilidad.
Cosas del destino: al día siguiente mientras esperaba entrar a la resonancia, oí hablar de Merquelanz y ocupé la camilla que abandonaba Willian José tras hacerse la prueba. ¡Ya es casualidad!
El pronóstico mío es sabido y conocido y su tratamiento también: mi S1 y L6 presentan un desgaste y una deshidratación que tengo que cuidar y mimar como he hecho hasta ahora. Ante la pregunda de mi marido al médico de “¿hasta cuándo?” refiriéndose a la baja, el médico le contestó: “hasta el último de los días, eso lo tiene para siempre, de eso no se muere, se muere con eso”. Mimos, natación, cuidados, nada de pesos...y hasta siempre. La cabeza marca el ritmo pero el cuerpo pide clemencia y busca una pausa, una velocidad menos o quizás una mayor lentitud. Cómo me gustaría que mi cabeza descansara más y dejara, por una vez, que el cuerpo fuera más libre para decidir su marcha.
La columna vertebral es pieza clave en nuestro cuerpo y todos más o menos sabemos lo que molesta y duele cuando algo no va bien en esa columna. Y nuestra columna txuriurdin ha sufrido mucho, piezas claves se han movido y el equilibrio se ha roto. Sabíamos que nuestro 10, pieza vértebral referente y clave en nuestro esqueleto se planteaba su abandono. No por esparado el dolor fue menor. Recuerdo perfectamente las lágrimas en los ojos de muchos de los aficionados que aquel fatídico día recorriendo las mejillas de miles de txuriurdin dentro y fuera del estadio.
Pero un escalofrío y terrible calambre y dolor recorrió toda la médula espinal txuriurdin cuando el nueve, con una elegancia sublime, nos comunicó que dejaba el fútbol porque abandonaba la lucha a la que estaba sometido desde aquel fatídico partido en el Bernabeú y la criminal entrada de Keylor Navas. Lesión tras lesión que no terminaba de recuperar.
Hemos tenido otros movimientos en nuestra columna, como las bajas del gran De la Bella y el bueno de Txarly que han sumado un dolor que no hay corticoides que lo mejore. ¡O sí!
Tengo confianza en las manos de los especialistas que sabrán poner esa columna cervical otra vez en marcha, que los jugadores que visten la camiseta sabrán ocupar los puestos que les corresponden en esa gran columna y que, sobre todo, entre los mimos, cuidados y cariño de todos los txuriurdin volveremos a estar derechos y mostraremos nuestra mejor cara. Pero igual que en una lumbalgia demos tiempo al cuerpo para acostumbrarse a su nueva situación, a que los remedios especialistas hagan su trabajo y se muestren eficaces.
La Real tiene una gran columna cervical que la formamos todos porque la Real es en nosotros como un órgano vital que cuidaremos y mimaremos entre todos porque es parte esencial de nuestra vida y estará ahí hasta el final de nuestros días. Goazen!