La paz bética en tres años
A menudo, Pepe Mel habla del Betis como un club recién constituido. "Somos una institución centenaria pero a la vez nueva, regida por gente joven", dice. Y sus palabras conservan la lógica.
En concreto, puede decirse que el nuevo Betis echó a andar el 15 de junio de 2009, fecha en la que el beticismo, en un acto sin precedentes, se manifestó en masa para declarar en público y al unísono que no soportaba más la gestión de Manuel Ruiz de Lopera, su máximo accionista.
El equipo recién había descendido a Segunda. Fue inesperado pero, también, en parte, aceptado como una consecuencia inevitable, un desenlace predecible desde tiempo atrás. Se gestó el deseo multitudinario de que Lopera liberara al Betis e incluso la pérdida de la categoría se convirtió en una coartada: la coyuntura permitiría al Betis sanearse, renacer. Ese 15-J, el cantante y bético José Manuel Soto leyó un manifiesto en la Plaza Nueva, un mensaje de dignidad y futuro para el Betis.
Ese futuro, cuyo embrión guarda un estrecho vínculo de sangre con la juez Mercedes Alaya, quien, al cabo de un año (16 de julio de 2010, otra fecha clave), arrebató a Ruiz de Lopera el poder y el control de la entidad, debía responder, sobre todo, a un rechazo absoluto del modelo de gestión anterior. Los nuevos mandatarios, los béticos del Betis, serían los encargados de devolver la ilusión a Heliópolis desestimando el sistema personalista que había arrastrado al club al desastre deportivo, económico, social e institucional.
Y para bético del Betis, antes que nadie, Rafael Gordillo, figura de la transición hacia lo que hoy, tres años después de la movilización verdiblanca, es la entidad: ya en Primera, estable, con el convenio de acreedores aprobado y humilde, cauto y ambicioso al mismo tiempo. Ese manifiesto que exigía un cambio radical solicitaba para ello una serie de acciones desarrolladas por un Consejo de Administración que gobernara con transparencia, profesionalidad y lealtad. Ese Consejo lo encabeza hoy el presidente Miguel Guillén y, a juzgar por los hechos, ha interpretado a la perfección el deseo del beticismo.
El texto que ahora traemos a la memoria reclamaba "un Betis del siglo XXI, que cuide la cantera y tenga una dirección deportiva que merezca tal nombre; con una política de comunicación digna; que cuide a sus aficionados y peñas, que sepa honrar su pasado y a sus mitos y sembrar beticismo entre los niños para construir su futuro; un Betis que aproveche su potencial de ingresos y vea finalizado su estadio; que vuelva a ser querido en todo el mundo y que recupere el respeto y la dignidad que se merece".
Ese Betis es, sin duda, el que los actuales mandatarios intentan construir. Ha germinado la profesionalización y la política de la institución está encaminada a cumplir estos objetivos.
Dentro de las posibilidades, se invierte en las instalaciones —sirvan como ejemplos la nueva residencia, las obras de la ciudad deportiva o las negociaciones para mejorar el estadio—. La Fundación liga al Betis con las buenas causas. Se atiende al aficionado, a los más pequeños, y, muy especialmente, se trabaja a conciencia para extender la marca Betis y una buena imagen. Los esfuerzos y la obsesión de Guillén con China maximizan esta pretensión.
Como soporte, un proyecto deportivo que, obligado a funcionar para que el plan de viabilidad se sostenga, de la mano del técnico Pepe Mel, tiene muy en cuenta a las promesas de los escalafones inferiores, a los chicos del B, casos de Beñat, Pozuelo, Cañas, Vadillo y cía, que se ejercitan a diario en una ciudad deportiva que en diciembre de 2010 fue rebautizada con el nombre de un ídolo: Luis del Sol. O sea, mirada al futuro con la vista en el pasado, como el beticismo pedía.
Han transcurrido tres años desde el 15-J, y la paz ha llegado a Heliópolis. En un día tan señalado es justo reconocer los méritos de unos dirigentes que, con responsabilidad y dedicación, permiten al Betis recuperar progresivamente su estatus y —al margen, la herencia de la deuda y el consiguiente concurso— han devuelto al club a la normalidad.