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Quico Catalán, tras el fallecimiento de Calpe: "Se va seguramente el más grande"
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Quico Catalán, tras el fallecimiento de Calpe: "Se va seguramente el más grande"

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ElDesmarque/EFE

Tras el fallecimiento del exjugador del equipo valenciano y del Real Madrid Antonio Calpe este mismo miércoles, el presidente del Levante UD Quico Catalán ha lamentado y ofrecido unas declaraciones en las que ha comentado que desaparece “el más grande” en la historia del club levantinista.

“Es una leyenda, un mito. Se va seguramente el más grande que hemos tenido y el gran referente para muchos levantinistas”, dijo el máximo representante del Levante UD a los medios oficiales del club.

Antonio Calpe, que ha fallecido este miércoles a los 81 años, estuvo en el Levante entre 1962 y 1965 en su primera etapa, en la que jugó un par de temporadas en Primera División, y posteriormente militó en el club valenciano entre 1971 y 1975 ya fuera de la máxima categoría.

El presidente del Levante recordó que Calpe fue “ese ídolo de muchas generaciones” de seguidores levantinistas y que también fue “gran protagonista de ese primer ascenso” a Primera División en la historia del club en 1963.

Para Catalán “fue un gran regalo” haber podido coincidir con Calpe y señaló que la jornada de este miércoles es “un día triste para todos”.

Antonio Calpe. (Foto: Levante UD)
Antonio Calpe. (Foto: Levante UD)

¿Quién era Antonio Calpe?

Así lo recordaba el club a Antonio Calpe. Para muchas generaciones de granotas Antonio Calpe formaba parte de la reserva espiritual del levantinismo. Conformaba el brazo armado del grupo de futbolistas de alma subversiva que habían logrado en junio de 1963 el titánico ascenso a Primera División. Durante un prolongado tiempo de penurias las crisis de fe, desde una perspectiva azulgrana, se solucionaban regresando hacia atrás en el espacio temporal para recuperar aquellos días de una felicidad extrema en el marco de la máxima categoría del fútbol. El vetusto feudo de Vallejo volvía a iluminarse para rememorar un partido de promoción ante el Deportivo de La Coruña, Coruña a secas por entonces, o una legendaria victoria ante el F.C. Barcelona (5-1). Por el coliseo de la calle de Alboraya desfilaron, para dar empaque a la instalación, las huestes del Real Madrid, Atlético de Madrid o Athletic de Bilbao. En ese punto espacial germinó el relato del derbi entre el Valencia y el Levante que hoy afortunadamente forma ya parte del imaginario colectivo de nuestra ciudad. Sonaban los Beatles en los viejos pick up cuando los granotas y el equipo de Mestalla se batían en duelo recordando viejas batallas olvidadas.

Calpe fue protagonista de excepción de todos aquellos hitos. Entre las temporadas 1962-1963 y 1964-1965 su presencia en el once del Levante fue continuada. Lelé, Quique y Orizaola confiaron en sus prestaciones deportivas. Era un futbolista sagaz e intuitivo. En cierto modo, Antonio Calpe fue un precursor. Desde el costado de la defensa solía proyectarse con virulencia hacia el ataque emulando a los carrileros que harían fortuna en el fútbol mucho después. Envestía a todo lo que se ponía por delante. Era veloz y técnico. Vicente Camarasa, capitán del mítico ascenso del 63, recordaba con una sonrisa maliciosa que era el componente más talentoso de la retaguardia levantinista. El resto eran unos ‘llenyadors’, en definición del gran capitán. No era un mero cumplido. Los defensas de la época eran toscos y tenían fama de carceleros. Calpe con el balón en los pies tenía criterio y juicio. Era imaginativo y punzante. Irradiaba fútbol.

Calpe aterrizó en el Levante en el verano de 1962. La temporada anterior había defendido la camiseta del Alcoyano. El destino podría haber mudado si se hubiera comprometido con el Elche. Hubo algo más que serias proposiciones. No obstante, la entente no llegó a concertarse. El Valencia también vigiló celosamente sus movimientos en ese período. Aquello pudo acabar en un cisma familiar de primera magnitud. Algo se estaba fraguando en Vallejo, con Eduardo Clérigues como presidente, y Blas Escrig, protector en el ámbito económico, cuando el Levante anunció el compromiso con el defensor. En realidad, Calpe nació con el gen levantinista inoculado. Hay herencias que se trasmiten por vía paterna. Es el caso. Calpe vino al mundo un 4 de febrero de 1940. Ese día la UDLG (Unión Deportiva Levante-Gimnástico) venció al Gerona en tierras catalanas (1-2). Él solía recordar esa efeméride con orgullo siempre que podía.

La dicha de Ernesto Calpe, su padre, debió ser doble. Al resplandeciente triunfo había que añadir el alumbramiento de su primer vástago. El grupo dedicó la victoria a Antonio Calpe. Hay algunos que nacen bendecidos. Fue su partida bautismal como granota. Ernesto Calpe fue el iniciador de una saga que el tiempo perpetuaría con sus hijos Antonio y Ernesto. Todos defendieron el blasón del Levante F.C. y Levante U.D en encuentros repletos de trascendencia. El rastro de Ernesto Calpe es perceptible en la narración del épico triunfo en la Copa de La España Libre en julio de 1937. Era un defensa aguerrido y contundente. Su hijo mejoró la matriz. La esencia combativa se mantuvo como una señal de identidad común, pero en las botas de Antonio había chispa, distinción y creatividad.

Calpe fue hijo de la postguerra. Como la mayoría de los niños de su época creció asido a un balón en las calles de una Valencia todavía herida por los efectos de la Guerra Civil. Enfrente de su casa estaba el Campo de La Cruz en el Camino Hondo del Grao. Allí resplandeció el primer Levante F.C. Quizás fuera una premonición o un nuevo indicativo. Parecía destinado a enfundarse la camiseta azulgrana. Antonio Calpe debutó en el Levante en el feudo de Vallejo el 16 de septiembre de 1962 ante el Cartagena (2-1). Fue un triunfo revelador de una temporada histórica cerrada con el asalto a la Primera División. Calpe no se perdió ni un segundo de la crónica de aquel curso que comprendió una profunda aventura por la Copa del Generalísimo hasta alcanzar la eliminatoria de los octavos de Final ante el Real Madrid. Ante el Mestalla, en el coliseo blaugrana, paladeó el dulce sabor del gol. Las fichas de las crónicas resaltan que transformó una pena máxima en el minuto 62. Su consolidación en el Levante le permitió proyectarse hacia cotas de mayor envergadura. Fue seleccionado para representar a España en las categorías inferiores y adquirió prestigio y notoriedad. Su nombre trascendió las fronteras del feudo de Vallejo. El Sevilla y Málaga tenían su nombre subrayado en rojo. El Real Madrid de Santiago Bernabéu pujó por sus servicios, aunque la historia es un tanto detectivesca.

Javier Monleón Díaz, como representante del Levante, detalló en un informe que custodia el Museo Virtual granota la operación. La delegación granota, que incluía al jugador, se desplazó a la capital de España con la intención de cerrar el fichaje de Calpe por el Sevilla por un montante de 1.650.000 pesetas. En el Hotel Mediodía, y ante la aparición de Antonio Calderón, gerente del Real Madrid, los acontecimientos dieron un viraje notable. La caótica situación financiera de la sociedad de Vallejo, en consonancia con el descenso a Segunda División a la finalización del curso 1964-1965, propició que los mejores activos del Levante salieran en oferta al mercado de valores futbolísticos. Serafín emigró al F.C. Barcelona. Antonio Calpe inició una extensa relación con el Real Madrid que se prolongó hasta la temporada 1970-1971. A la orilla de Chamartín barnizó su currículum con títulos nacionales e internacionales. Integró el colectivo que conquistó la sexta Copa de Europa en el ejercicio 1965-1966.

La marcha de Calpe alivió la caja de caudales del Levante, pero no fue su último acto de servicio. En el arranque de los años setenta regresó al punto de origen para sellar su carrera profesional. Tenía propuestas más distinguidas y mejor retribuidas, pero no dudó ni un ápice en regresar a casa para proteger la casaca azulgrana en lo que se interpreta como un descomunal ejercicio de afecto que siempre ha reiterado. “Soy del Levante desde que nací”. El Levante se había despeñado hacia el infierno de la Tercera División. Vallejo ya no existía y los Beatles se habían separado. La entidad se había trasladado al barrio de Orriols. El actual Ciutat de València emergía como un fantasma en medio de la nada. Calpe aportó músculo y experiencia al ascenso a la categoría de Plata con Juncosa en el banquillo. Era la temporada 1972-1973. Durante muchos años fue de los contados jugadores que habían defendido el pabellón granota en todas las divisiones del fútbol nacional.

Tras su retirada del fútbol se reinventó para quedar ligado al club, aunque tuvo algún período alejado del Levante. Conocía su idiosincrasia y sus particularidades. Era una especie de navaja suiza. Podía ser segundo entrenador, hombre de confianza del preparador de turno, delegado, técnico eventual o miembro de la secretaría técnica. Entrenó a Cruyff en las últimas jornadas de la campaña 1980-1981 por la lesión de Rifé. Cuentan que su nivel de exigencia con respecto a los jugadores que tenía que examinar era muy elevado. En alguna ocasión medio en broma vino a señalar que, a su juicio, si no podían jugar en el Real Madrid tampoco lo podían hacer en el Levante. Fue pieza del paisaje habitual del Levante durante las últimas décadas. Y no tuvo mayor protagonismo en la institución por esa tendencia hacia la introversión que marcó su carácter. Era pura elegancia con el cuero imantado a los pies, pero retraído fuera de los terrenos de juego. Se ruborizaba cuando le reconocían como uno de los grandes de la historia del Levante. En la actualidad era Presidente de Honor de la Asociación de ExFutbolistas del Levante UD. Hoy a los ochenta y un años se ha ido para siempre. Quizás ha marchado como siempre soñó; en silencio y sin alzar la voz en estos tiempos tenebrosos.

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