The Leftovers: cuando la poética y el entretenimiento se funden
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Me atrevería a decir, sin ningún atisbo de duda, que la ficción actual que más arriesga en cuanto a planteamiento, narración y gusto visual es The Leftovers. Es innegable que existen series con un marcado sentido artístico –como es el caso de Hannibal-, con una poderosa tolerancia a asuntos polémicos e incluso con un ritmo que poco o nada se adapta al formato televisivo. Pero ninguna de ellas es la serie de Damon Lindelof.
He de reconocer una cosa: no me suelen gustar las series “lentas”. Cuando llegó el pasado año con su primera temporada, a punto estuve de abandonarla porque “no pasaba nada” y, siendo sincera, no me enteraba de nada. ¿Por qué la gente desaparece? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué Kevin se comporta de forma tan extraña? ¿Quién es Nora realmente?
Preguntas, preguntas y más preguntas que la serie no respondía. La exasperación era más que evidente al percibir que lo hacía a posta, ya que hubiera sido muy sencillo introducir indicios sobrenaturales o de otra índole para crear el misterio alrededor de la desaparición. Pero nada de eso. Se limitaba a plantear y plantear, a jugar con lo evidente y a transformar lo que se daba por sentado. A darle la vuelta a toda teoría lógica. Justamente la misma sensación con la que lidian los personajes, incapaces todos de encontrar algo real capaz de explicar el porqué de la marcha del 2% de la población.
¿Entonces cuál es el truco para seguir adelante con The Leftovers? Simple: la fe. Asumir que las pérdidas han ocurrido, que no se puede hacer nada y que solo hay que seguir adelante. Tal y como el Reverendo Matt Jaminson hace día a día. De la misma forma que Tom cree a pies juntillas en los abrazos milagrosos. El motivo por el que los Garvey se marchan a Miracle. La fe en encontrar respuestas en alguna parte, en cualquier mínimo detalle.
Al conocer que habría segunda temporada me asustó la idea de que la trama se simplificase. Salir de Mapleton, nuevos personajes, con el misterio más o menos “estancado”...Ahora solo puedo decir menos mal. Menos mal porque The Leftovers se ha superado. Ha abrazado su naturaleza alegórica –los maravillosos primeros minutos del 2x01-, su lado onírico y surrealista, ensalzando la metáfora que es en sí misma y dejando claro lo que nos quiere contar: lo absurdo de la necesidad del ser humano por encontrarle explicación a todo suceso inesperado.
Si en la primera temporada fuimos capaces de asumir la pérdida al tiempo que enfrentábamos la locura, en la segunda vamos poco a poco luchando contra los antiguos demonios que dejamos atrás. Kevin se da de bruces contra su propia culpa, representada en una Patty obsesionada con él. Nora consigue darse cuenta de que, por mucho que parezca que no, sigue viviendo con el miedo de haber sido ella la responsable. Matt vuelve a ser puesto a prueba en su fe. Laurie no llega a encontrar la paz que necesita. Y, por supuesto, los Culpables Remanentes no dejan que olvidemos.
Uno a uno los personajes toman conciencia de lo dificultoso que es vivir. Lo complicado que es un mundo que no tiene explicación. Afrontar el dolor, llegar a comprender que hay cosas que se escapan de nuestra lógica. Y mientras, nosotros al otro lado de la pantalla, dejamos que sus historias nos encojan el corazón de la manera en la que lo saben hacer, con episodios que nos dejan emocionalmente exhaustos.