La guionista que era un Caballo de Troya
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El anuncio por Twitter de Debbie Allen, la directora/productora (y actriz ocasional) de Anatomía de Grey , de que la 13ª temporada de la serie comienza su rodaje ha espoleado en el arriba firmante una reflexión sobre Shonda Rhimes, sin duda una de las productoras más poderosas e influyentes de la última década en televisión. Rhimes hizo lo que muchos guionistas televisivos antes de lanzarse a la aventura seriada, escribir largometrajes –Crossroads: hasta el final (Tamra Davis, 2002), Princesa por sorpresa 2 (Garry Marshall, 2004)–. Luego dio el salto, y pocos han funcionado de manera más sorprendente y eficaz en el Hollywood del siglo XXI. La mujer ha creado con Anatomía de Grey el culebrón médico definitivo, con arranque prestigioso (Globo de Oro como Mejor serie en 2007, Emmys y Premios de la Unión de Actores (SAG en inglés) por doquier) y continuación estable, ya sin el favor crítico pero sí con el respeto y enganche del público. Una serie que contó con un spin-off de respetable duración –Sin cita previa (2007-2013)– y que ha sabido renovar su plantilla actoral y lidiar con las salidas de actores a base de sorpresas de guion que garantiza titulares y subidas de audiencia. Poca gente convoca catástrofes, accidentes y muertes con tal mano firme como Rhimes.
Para el que pueda no saberlo, “hacer un Caballo de Troya” en televisión consiste en presentar una idea como motor de una serie para luego revelar, una vez desarrollada la idea, que la intención siempre fue hablar de otra cosa. Se entiende mejor con algunos ejemplos. Orange is the new black (2013-) partía de la idea de emplazar a una mujer blanca, de nivel social medio-alto y adicción al riesgo en un ambiente que de natural le es ajeno. Más que nada por un prejuicio. Con el tiempo, se reveló que la creadora Jenji Kohan tiene un evidente afán de contar historias sobre mujeres de todas las edades, razas y condición sexual, de ahí que a partir de la segunda temporada la serie se convirtiera en una distinta, más coral y sin miedo a usar ese caballo de Troya que era Piper (chica blanca con buena educación) para abordar las tramas, más que nada porque ya está dentro de “la ciudad”. Otro caso más reciente sería el de Crazy ex-girlfriend (2015-), que con con su título y premisa (una joven se muda de ciudad persiguiendo a su ex-novio de la adolescencia) no prometía para nada la catarata de maravillas que después dieron los 18 episodios de su primera temporada. Las creadoras Rachel Bloom –brillante protagonista además– y Aline Brosh McKenna están embarcadas en realidad en la misión de deconstruir el género de la comedia romántica, con sus tópicos y lugares comunes, y dar lustre al género musical, en el que Bloom lleva años curtiéndose a través de muy divertidos y cafres videoclips.
Shonda Rhimes es pues una suerte de Caballo de Troya humano, porque con paciencia y mimo ha logrado hablar de lo que le interesaba de verdad. Si por ella fuera, Meredith Grey sería negra. Pero en 2005 eso no era posible. Ni en 2007, cuando creó Sin cita previa a partir del querido personaje de Addison. Ni siquiera en 2011 cuando produjo su, hasta le fecha, primer y único gran fracaso: el drama médico Lejos de todo, creado por una de sus protegidas, Jenna Bans, y que trataba sobre un grupo de médicos voluntarios que desarrolla su labor en medio de la jungla tropical. Pero en 2012, y con el beneplácito de su casa ABC, que le debe a su vez mucho a la mujer, pudo hacer Scandal. Aun así hubo reservas, de ahí que la primera temporada sólo tuviera siete episodios, pero el éxito de la serie fue tal, y todavía lo es, que terminó definitivamente de cimentar a la mujer como una de las grandes. Kerry Washington, nominada al Globo de Oro, Emmy y SAG, se convertía en la primera afroamericana en protagonizar una serie en abierto en Estados Unidos desde Teresa Graves en Get Christie Love! (1974-1975). Se puede argumentar que entre ambas estuvo Jada Pinkett Smith y su serie Enfermera jefe (2009-2011), pero esta se emitía en la cadena de basic cable TNT. Que Scandal exista y además funcione como lo hace es la prueba viva de que el trabajo que la guionista lleva más de una década plantando ha dado sus frutos. Sus siguientes proyectos como productora, Cómo defender a un asesino (2014-) –que le dio a Viola Davis el primer Emmy para una actriz negra en Drama– y The Catch (2016-), amén de la versión de Romeo y Julieta, rodada en parte en España por cierto, que se estrena en 2017, Still Star-Crossed, demuestran que está en estupenda forma creativa.
Dicho de manera vulgar, Shonda Rhimes nos la ha colado. Con la inteligente excusa de ofrecernos algo familiar y mil veces visto, una fórmula de contrastado éxito, plantó Anatomía de Grey entre nosotros y de su popularidad germinaron historias que hablan de raza, sexualidad, feminismo y todo aquello que el varón caucásico heterosexual no acostumbra a cuestionarse. Si ya alguna de las series fuera buena, y no terminaran todas como histéricos culebrones de gatillo fácil y fijación por la fórmula que funciona, la operación sería redonda. Pero no se puede tener todo, y en determinadas circunstancias y con el poder de cambiar mentalidades que tiene la pequeña pantalla, es mejor tener diez series con el sello Rhimes que un producto prestigioso que vean unos pocos.