¿Ha merecido la pena el regreso de Big Little Lies?
Por favor, indica por qué quieres reportar este vídeo:
* este escrito contiene spoilers *
No. Con matices, pero no. El punto final en que abandonamos la historia de las Cinco de Monterrey hace unas horas es una extensión natural del punto final en que las dejamos hace dos años, en una playa bajo una sospecha de mirada desconfiada, pero la sensación en el espectador es distinta.
El equipo creativo de Big Little Lies (2017-2019) ha remarcado por activa y pasiva que su razón para volver al universo de Liane Moriarty era tener una historia jugosa que contar, y no una extensión innecesaria. Pero los premios, las críticas y las audiencias pesaron también en dicha decisión, y los 14 capítulos de la serie vistos como un frente unitario no funcionan.
Los primeros 7 crearon, poco a poco y como a fuego lento, una creciente sensación de humanidad, donde humor y drama encajaban sin reproche, y subían en intensidad hasta el apoteósico final de Big Little Lies. Estos 7 han puesto el foco en el drama desde el comienzo, con la llegada de Mary-Louise Wright y cuestionables decisiones conyugales como catalizador de mil explosiones.
Pero la magia se ha perdido, diluida entre la rutinaria dramaturgia de David E. Kelley y un acabado formal que ya se sabe por qué resulta tan extraño a veces. A su favor ha estado siempre un elenco extraordinario, que eleva el material de partida y es capaz de convertir clichés es tridimensionalidad.
Aun así, no se puede decir que la segunda temporada de Big Little Lies haya sido mediocre, pero se puede razonar que no ha aportado mucho más al discurso de la primera más allá de explorar las traumáticas consecuencias de lo que pasaron sus protagonistas. Y esto ha sido sin duda lo mejor de la tanda, pero uno no puede evitar cuestionarse si estos momentos puntuales justifican un todo inferior y más problemático, tanto delante como detrás de la cámara.