La literal "hermandad" del balonmano panamericano
Álvaro Mellizo
Lima, 2 ago .- ¿Será la genética? ¿La familia? ¿La escuela? ¿La envidia fraterna? ¿Una mera casualidad? Lo cierto es que nadie acierta a explicar el motivo por el que en el balonmano en general, y en el panamericano en particular, haya tantos hermanos que juegan en la alta competencia.
En la última jornada de grupos de los Juegos Panamericanos de Lima 2019 que se disputó en la cancha de la Videna hubo no menos de cuatro parejas de hermanos y un trío jugando para sus respectivas selecciones nacionales, una proporción "rara" según sus protagonistas si se refiere al deporte en general, pero "ciertamente bastante común" si se aplica al balonmano.
Hablamos de los tres hermanos Simonet (Sebastián, Diego, Pablo) y Federico e Ignacio Pizarro de Argentina; Erwin y Emil Feuchtmann y Esteban y Rodrigo Salinas, de Chile; y Patrick e Ian Hueter en los EE.UU.
La explicación lógica, y redundante, es que la familia en sí es la responsable.
"Es fácil de explicar. Llega mi viejo y nos dice que tenemos que jugar balonmano. O sea, somos cuatro, mi hermana jugó mucho tiempo al balonmano, nuestro otro hermano, que no entró en esta nómina pero que juega, y nosotros dos. Es fácil, en casa no había otra posibilidad", afirmó categórico a Efe Emil Feuchtmann.
Lo cierto es que, efectivamente, los Feuchtmann no parecían tener otra salida, ya que tanto su padre como su madre eran jugadores y entrenadores de este deporte, que es "un gusto adquirido" que "se hereda en la familia".
"Creo que mi hijo también lo va a jugar", aseveró el diez del equipo chileno.
Esteban Salinas, por su parte, coincidió en señalar que seguro hay "un tema de familia" en el deporte, porque en su caso, también sus otros cuatro hermanos juegan al deporte, pero no supo explicar cómo es que tantos llegan a la alta competencia.
Buscando respuesta, acudimos también literalmente a la fuente: Alicia Moldes, la madre de los tres hermanos Simonet.
"Los hermanos se siguen. A todos los míos les gustó mucho el deporte y ese es el motivo, seguir a los hermanos. No tengo idea de por qué tantos hermanos juegan, pero sí sé que es un deporte hermoso y que cuando lo van conociendo se enamoran. Y eso es todo", dijo a Efe desde la grada tras alentar a sus retoños.
El relato apunta a que "los menores ven a los mayores".
"Yo iba con Diego y Pablo a ver entrenar a Sebastián y pronto agarraron la pelotita y allí se quedaron. Hicieron de todo, pero eligieron esto", apuntó.
Rubén Pizarro, padre de los Pizarro, aventuró otra posibilidad científica.
"Calculo que es genético, hay gente con disposición genética al deporte en general y pueden jugar al fútbol o al balonmano, o lo que sea. En el caso de mis hijos, jugaban fútbol. Separados por categorías. Jugando a esto se juntaron, y por suerte para nosotros. Es un orgullo verlos", razonó.
Mas allá de hipótesis, todos coinciden en que jugar con la familia es algo positivo, que ayuda a los resultados deportivos y también a soportar los buenos y los malos momentos.
Ignacio Pizarro apuntó así que "es un tema de sacrificio, de ver que la unión de la familia es mas grande que la individualidad".
En su caso, jugar con su hermano -"es calmado, mientras yo me vuelvo loco"- complementa sobre la cancha "las químicas de cada uno".
"Él es frío para definir. Yo soy más defensa, más activo. Y eso se compensa", dijo.
Como conclusión, Mateo Garralda, histórico de la selección española de balonmano y entrenador de Chile, aventuró que la presencia de hermanos constituye "un refuerzo mutuo" y que por eso pueden aparecer grupos de hermanos que destacan.
"Pero lo principal es que los dos tienen que tener la ambición, la capacidad y la voluntad para sobresalir en el deporte que están", reafirmó.