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Duele. Pero como si le doliera a alguien al que no le duele. Ese que ni sufre ni padece. Que ni siquiera siente. Un mecanismo de defensa que se activa en los días tristes del Athletic Club. Defensa propia. El equipo cae. Se derrumba. Pero como no llega a tocar fondo, apartamos la vista del precipicio en la esperanza de que esta secuencia continuada no sea sino el guión de un mal sueño. Una pesadilla.
Todo es verdad, sin embargo. Una realidad apaciguada. Porque el que ha sido educado con el discurso de Pessoa, cuenta ya, desde hace un tiempo, con la ventaja de que "suave es vivir". Que no hay dolor cuando las botas de los rivales van pisando el polvo que somos esparcido por el camino de LALIGA EA SPORTS.
Digo más: "Ojalá fuera el burro del molinero, y que él me pegara pero me quisiera". Suave es vivir, sí. Cuando la poesía se convierte en el clavo ardiendo al que agarrarse para que la suerte del Athletic no se me haga insoportable.
Veíamos el partido sentados en las sillas que nos habían servido de asiento en el banquete gozoso de las 'viejas glorias' del Club Portugalete.
Acaso sedados por el inmenso placer de haber recibido dos de las insignias de oro de manos de que los que fueron, son y serán por siempre nuestros queridos compañeros de fatigas en los días de gloria.
Cuando fuimos los mejores. Aunque no fuera la de ‘Loquillo y los Trogloditas' la banda sonora de los días de gloria. Era el Portu y el Athletic Club. Un solo ente, un ser, una locura apaciguada por Gontzal Mendibil, Benito Lertxundi, Magna Carta, Dire Strates, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Steve Forbert. Faltaba un tiempo para que Van Morrison llegara a nuestras vidas.
Suave es vivir. Suave nos resultaba ser una nimia parte del universo trágico por el que, a la deriva, el Athletic se mueve con el único impulso de su irremediable gravedad. Arropado, entre otros, por Pablo Cerrajería [el aita de Galder, que un día estuvo a las puertas de convertirse en león] y Andrés Martínez Larrea, portero que tuve a mi lado luego de defender el jersey zurigorri y haber relegado a Arconada al banquillo de la selección vasca. Quizás por ellos. Por tanta sabiduría fruto de la experiencia de los años.
Gracias a ellos, poder entender lo que estaba en juego sobre el césped de Anoeta. Y, sobre todo, relativizar. Que la vida ni empezaba ni terminaba con la 'balada triste' que sonaba mientras el Athletic enseñaba sus miserias en el escenario donde se le odia por parte de 'seres menores' e ignorantes.
Zas, llega el primero. "A Unai Simón no se le debía haber escapado de sus guantes el balón". Era Andrés. "Guruzeta, genial", ensalzó Cerrajería a la hora del empate. Todo un segundo acto por delante. Acompañado por los amigos de verdad.
Los que se forjaron en las viejas casetas del estadio de La Florida. Bálsamo para aliviar el tremendo daño que provoca un golpe a las primeras de cambio. Vicente Guedes [el que nos ajusticiara en Copa como futbolista del Valencia] desborda con su control a Laporte, que permanece aferrado al suelo como una pesada 'columna dórica'.
Cerrajería, como si hablara por mí en el momento que denuncié lo injusto y equivocado de haberle robado a Paredes su lugar en el centro de la defensa. Tiempo para mirar sin observar. No estaba solo. Me aseguraba el consuelo que necesitaría para asumir la enésima debacle de un equipo al que "la Champions nos roba la energía que en la liga necesitamos".
Robert Navarro iguala un combate entre dos púgiles seriamente tocados. Lo apuesto todo al punto que nos da el empate. Su peso en oro. Cuando nadie es superior, y hacerlo peor se antoja una quimera, la igualada supondría un brindis de aquellos, copa de champán, con los que Piru Gainza celebraba un año más del Athletic en la élite de Primera división. Él, que sabía del mérito. El 'gamo de Dublin', que festejaba la gesta de un 'equipo único en el mundo'.
Éste Athletic de Valverde hace oídos sordos al ruido del cristal de Bohemia.
Incapaz de amarrar. De cerrar la puerta del corral, del toril, del establo, del aprisco, del redil. "Nos falta un día, un niño, un don... para sobrevivir". Que es lo mismo que decir "un entrenador que evite que su rebaño sea conducido sin remedio al 'matadero'. Sucedió entonces. Cuando el partido se desarrollaba fuera del tiempo. El lobo que Valverde no advirtió para que los leones lo tuvieran por sus cuatro patas atado.
Como un latigazo. Como un tiro de gracia. Parecía cruel. Pero en la estancia nadie se inmutó. Porque los que la habitábamos la habíamos convertido en cobijo desde aquellos días de gloria en el que cabía este sábado de júbilo.
Que lo que el 'Club Portugalete' unió no lo separe este Athletic que a Valverde se le escurre como arena entre los dedos de sus manos. A bocajarro fue. Como el caramelo de menta que se le roba al niño cuya garganta está irritada. Alivio. Pero de luto. La ventaja de un Athletic que no tiene que variar su vestimenta porque de negro viste luego de las tres victorias con las que abrió la liga.
Ridícula grada, que le da la espalda al verde para festejar las 'proezas' de la Real Sociedad. Club cursi donde los haya. El que a Barrenetxea le dice "Barrene", y "Gorrotxa" a Gorrotxategi. Les falta clase. Y a 'Aramburu' [sic], conocimiento de Euskera. Para no permitir que en su dorsal figure una 'm' en vez de la 'n' que dicta la sabía Euskaltzaindia. Aranburu, motel.
Antes de la 'B' de tu apellido, siempre una 'ene'. Ausente de conocimiento. Sobrado a la hora de encabezar las revueltas al final de la partida. Siempre son ellos. Los que de lejos llegan para liderar en carne y hueso el espíritu de la Real Sociedad.
• Por Kuitxi Pérez García, periodista y exfutbolista
Kuitxi,que más te dará como celebran o dejan de celebrar los demás los goles o les llaman a los suyos,como si aquí se les llama a todos por su nombre y apellidos. Se te nota que te pica con ganas.