Reminiscencia del mar a orillas del río Besaya (y II)
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Expedición al Cañón del Río Lobos (Primera entrega)
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Expedición al Cañón del Río Lobos (Segunda entrega)
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Cañón del Río Lobos: Hacinas, la Celta mágica
Porque las cimas del amor son para mí eso exactamente:la consumación de un acto puro... A ella no le pasa lo que me sucede a mí. Ella anda, camina, en ocasiones entreteniéndose, cual Platero el burrito, con esas frutillas moradas que crecen entre espinas a los lados de un sendero.
Para ella, hollar no es lo más importante; y, si lo es, delega en mí toda su persona para que, en su nombre, haga cumbre. Por eso, cuando desde las alturas creo dominarlo todo, grito en la ´maza´: ¡por mí...y por todos mis compañeros!, que sólo es uno y en femenino, ´Perrunilla´ le dice el tiempo que a mi lado pasa, ángel vestido todo de blanco que como lamia a la orilla de un río se acerca, tiene sed, querrá beber, no, simplemente sucede que el agua la atrae, le llama la atención, la fascina el agua como espectáculo, la vida que transcurre como si fuera una niña bajando las escaleras de su casa peldaño a peldaño.
Bebe, mi vida, que el agua te hace más pura. Pero ella, mas que beberla, prefiere tenerla en visión, murmullo, ese lento viajar, ese deslizarse por la piedra creando en cada escalón una catarata. Sonríe, está feliz, finge tan completamente que hasta finge que es felicidad la felicidad que en verdad siente... Esto último no lo digo yo, lo ha escrito Fernando Pessoa, el portugués me acaba de visitar (como a Ricardo Reis, por mandato literario de José Saramago, le visitaba en lo alto de Lisboa en “El año de... ´su´ muerte”)...y yo he aprovechado su ´aparición´ para enseñarle la segunda fotografía. La ha mirado detenidamente, y, tomando en cuenta factores como el agua, la piedra y los árboles, todo ello vivificado por el sol, me ha sugerido, Y por qué no un poema, compañero. Y yo le he dicho, Mejor, tú, que eres pensador y poeta, Yo estoy muerto, no lo olvides, mi vida es recreación tuya...
Y se ha marchado, dejándome, una vez más, solo, o con ella, depende del talante de cada cual, de su capacidad de sentir o imaginar, y la mía es bárbara, lo confieso, llegando hasta el extremo de no saber si la quiero o la admiro más estando de cuerpo presente a mi lado...que en imagen. Habrá quien se escandalice por lo de ´cuerpo presente´, pero yo le calmo al que así se manifiesta, porque cuerpo tiene esta mujer, no es un fantasma, y presente está siempre en mi vida, ya en la distancia, ya junto a mí...y hasta en mis sueños... Hemos llegado ya a la ´Fuente de los Cuadros´, luego de “ascender por el camino Real” que durante tres siglos “fue la principal vía de comunicación de Cantabria con la Meseta”. Antes, luego de otra fuente, llamada “de la Regata”, junto al camino, hemos cruzado el arroyo que lleva el mismo nombre que esta fuente. Tal vez fuera aquí donde sucedió ´lo de Pessoa´, porque más arroyos no nos saldrán al paso en nuestro camino, sí el bosque, y la loma, y un rodal de acebos, así hasta la Braña de Cubanón, hermosa campa donde dos caballos retozan a un kilómetro sobre las aguas del mar.
Al fondo de la Braña, como telón sobre el que se proyecta la película que nuestros ojos imaginan al mirar, la sierra del Cordel llamándonos ya desde la distancia, pobre, si supiera que habrá de esperar más de un año para recibir respuesta, claro que la espera bien le mereció, y mucho, la pena, pues hace unos días, cuando supo de nosotros en el Cueto de la Jorcada, no fue por carta, ni por telegrama, ni por ningún medio ajeno a nosotros mismos, hasta arriba subí yo, y lo abracé en nombre de los dos mientras le decía con toda mi alma, ¡Compañero!... El embalse de Mediajo (Aguayo también llamado) es un embalse singular donde los haya, ya que más que un pantano, o un lago, parece una bañera muy grande que la mano humana hubiera fabricado para alivio y divertimento de los montañeros en los días de pleno sol y altas temperaturas. Visto de cerca, recostado yo sobre la piedra de su muro de contención, me recuerda a ese depósito de aguas que hasta hace bien poco existía en el barrio Repélega de Portugalete.
Qué lejos queda el continente, de cemento, y el contenido, como un mar entristecido, de aquellos ibones oscenses que en nuestro ascenso a los Picos del Infierno íbamos superando de uno en uno como si fueran los descansillos de un edificio de muchos pisos. Aquello era la luz y la alegría; esto, artificial, es como todo lo que ha construido el ser humano, de poco fiar, o sea, traicionero.
Me sorprende, viéndome al borde de las aguas, que permaneciera mirándola a ella de aquella guisa, con las manos en los bolsillos, y la montaña, a la espalda, como peligroso lastre al menor golpe de viento, allá que me precipito a las aguas opacas como aquel otro que, tras atarse una rueda de molino al cuello, se arroja al mar por sugerencia del hijo de un dios. Quiero irme del embalse, su apariencia no me gusta, así que termino diciendo que si algún título merece este cuadro es “Tristeza”, triste la piedra, tristes las aguas, y triste también el cielo tan nublado, ojalá se abriese el sol, aunque tan sólo fuera por calentar el rostro de ese hombre que soy yo, calentarlo hasta el extremo de provocar un chispazo en sus ojos, y en su boca, una sonrisa...
Del embalse, “peculiar obra de ingeniería”, hasta la cima del Pico Jano poco hay, ciento treinta metros, si hablamos de distancia, y quince minutos si nos referimos al tiempo, y podría ser que algún segundo menos se deba invertir en la ascensión si hacemos caso omiso al texto y damos pábulo al dibujo que Juan Miguel y Fernando insertan en la parte superior numero 7 de su ´cuadernillo´, donde se puede leer que la la altitud del Pico sobre el que estamos tratando es de 1.288 metros, dos menos de los que midieron al escribir, parece una nada, pero yo digo que son de suma importancia, dos metros, dos pasos, en uno de ellos, si es mal dado, sucede un percance en forma de torcedura, caída o algo que a la mente no me viene pero que intuyo fatal. Llenos están los caminos que conducen a los montes de placas, de cruces, en fin, de “memorandums”. Y hablando de cruces, está sucediendo ahora mismo como con el rey de Roma, que de él se habla y, mientras en boca está, por la puerta asoma. Se dice Roma....y Roma aparece, y Rey... y Rey tenemos a la vista. Así acontece con la Cruz, que líneas arriba su significado en plural ha quedado escrito... y una de ellas se levanta de la roca tras su cuerpo. Consiguió llegar hasta lo más alto, ha hollado, a pesar de que detrás de ella se adivine el precipicio que la aterroriza. Será un efecto óptico, mera apariencia, tiendo a pensar que al otro lado la caída será leve porque estas piedras, dos, tan gigantes, no son sino un par de monolitos que un Titán o el ´Mito´ colocaron en lo más alto de una loma verde y suave...¡Sísifo!... seguro que fue él, subió hasta la cumbre de este monte por ultima vez y depositó su tormento.
Él se marchó, debe de habitar el Olimpo, luego vinieron los seguidores de Cristo, muy aficionados a la montaña, y clavaron en la piedra el signo de la cruz, En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, está rezando por dentro esta mujer, pero lo que a mí me trasmite con su mirada inquisidora es ´ese pedirme cuentas´ por un ´descreimiento´ mío acerca de su capacidad, o tan sólo en relación a su osadía, y haberme demostrado su valentía: dos hitos de piedra; sobre ellos, la mujer, y la cruz que la sostiene.
Abajo está el embalse; más allá, las montañas, que no lucen como deberían, y la culpa no es del fotógrafo, o sea, mía, sino de la mañana, que salió tan nublada que el cielo parece el lienzo de un pintor que lo emborronó de tiza tenebrosa. Saber que tras la nube tan densa se esconde el sol es más una cuestión de fe que de certeza. Así debería estar pensando cuando dejé descansar mi cuerpo, a la altura de mis lumbares, sobre el pétreo cilindro que sirve de vértice geodésico.
Cuando no hay cruz en la cima de los montes, él (el cilindro) hace las veces de crucifijo, y sobre la piedra escriben sus nombres los enamorados, y también los solitarios, a uno de ellos estoy imitando, mis manos en los bolsillos por ser un pobre de pedir... para unos guantes, qué triste está el día: qué triste la piedra, el cielo y los montes. Llegará la luz, sin embargo. Seamos pacientes.
Y la luz llega sin tener que esperar al amanecer del día siguiente. Y será, todavía no ha llegado, tranquilidad, que no quedan nada más que un par de secuencias, será, decía, la luz que llegue la más luminosa, similar a aquella que se desató en un establo famoso coincidiendo con el nacimiento de un niño que habría de traer al mundo mucha cola. Y es que la luz que ella y yo habríamos de ver era, como entonces en Belén, la de un alumbramiento, no hay fogonazo de luz que ciegue y a la vez abra tanto los ojos, las pupilas dilatadas, atención, qué emoción, se está produciendo un parto, nace un ser, aquel parir fue junto a un pesebre y sin comadrona, éste ni siquiera tendrá la asistencia de unas manos desconocidas, la naturaleza se maneja sola y lo hace todo a las bravas.
Mas no sigamos, que las explicaciones serán dadas a su debido tiempo, un par de imágenes nos faltan por destripar...y da la impresión de que la luz se adivina. Es ella, sentada en la barandilla de piedra que protege a los transeúntes de caerse al río, qué río será, por su anchura, quizás el Besaya, y sobre todo por el puente, que da la impresión de ser hermoso, apto para el paso de todo tipo de vehículos, ya ligeros como goitibera o bicicleta, ya pesados como camión de mudanzas o excavadora.
Podría ser llamada esta instantánea la imagen de los contrastes rotundos: su vestimenta, que nos hurta su cuerpo vivaracho, el muro donde se apoya y el trozo de carretera que se aprecia son de un color indescriptible, pero claro, como si antaño fuera marrón y a fuerza del viento y de la lluvia se hubieran deslavado; todo lo que le queda detrás, exceptuando las aguas del río, que dan la impresión de no dejar nunca de avanzar, es de un verde exuberante, el verano pide paso, pero la primavera es estación que deja en herencia una enorme resaca, es dueña del color y lo reparte, por eso en Septiembre, cuando empieza el otoño, parece todo como desgastado por el mucho uso de los elementos: el sol, el viento, la lluvia y el calor, y hasta los pajaritos ponen su parte, posarse en las ramas, y en las hojas los más livianos, no es tarea vana, se raya el vegetal con sus patitas, y sus cantos también envejecen.
Después, inmediatamente antes de la luz primigenia, un brusco contraste habrá de suceder, y sucede, yo soy testigo, y a la vez protagonista, en jarras mis brazos soy parte de este paisaje en el que no desentono, y de ello me alegro, prudente soy, no desvío la atención del que desee admirar y apreciar esta bella muestra de la arquitectura popular: ¡qué casa, madre mía, qué fachada de piedras tan bien trabajadas!... parece que los obreros se hubieran servido de lija y lima para terminar con los últimos detalles.
Los cuadros de las ventanas son de madera, de una madera cuyo color hubiera sido enriquecido por un fuego moderado, claro aquí, oscuro allá, el calor y el humo son dos pinceles que van marcando detalles, luego están los barrotes porque, aunque estas gentes del campo sean de carácter bondadoso, su bondad no llega a la estulticia, y saben de ladrones, aquí se les dice bandoleros, y de otros seres que en el ´despiste´ de lo ajeno hallan placer.
El pórtico, antesala de la entrada principal de esta vivienda, es amplio e invita al caminante a un apacible descanso: una silla de paja de esas que utilizan las abuelas, un banco de madera, amplio, como si fuera asiento en un parque para dos enamorados, o para un mendigo que, no teniendo casa en la que dormir, se tumba en él en toda su largura, almohada es el pasamanos, de madera es el colchón, y hojas de periódicos sobre su sucia vestimenta a modo de manta.
Y qué decir de los tiestos, colgados por doquier en las fachadas, parecen geranios, esos que, aunque no ganen jamás un concurso de plantas o flores bellas, son los que sobreviven a las bajas temperaturas y a los fuertes calores, al viento, al rocío, al hielo y a la escarcha. En cuanto al agua que necesitan para vivir, precisamos de una pregunta para la regadera, o para la mano que la maneja, difícil tarea porque aquí, aparte de mí, un forastero, y de ella, la que me mira con sus ojos de cineasta, aparte de nosotros, decía, este pueblo está desierto, será Bárcena de pie de Concha, supongo, a la hora de la siesta, deben de ser las horas de la sobremesa, sueños en las habitaciones, algún que otro ronquido (siempre del que se duerme primero, como sostiene Murphy).
Y en la sala de estar, una partida de cartas, julepe, subastado, brisca, tute, mus...¿mas?... más modalidades no conozco, no me gustan los juegos de mesa, en especial los pasivos, lo mío es el movimiento, ese carácter inquieto que ilusiona, si aquí no reside el placer, vayamos con nuestra fiesta a otra parte, y, como son horas aún, como el día, en cuanto a luz, es de los más largos del año, resultando que la jornada nos da para otra aventura por haber completado la ´ruta del Pico Jano´ antes del horario previsto, cogemos billete de tren en la estación de Bárcena de Pie de Concha, billete que nos da para llegar hasta Reinosa, pueblo que evoca, al mismo tiempo, montaña, nieve, agua y río, que no dejan de ser estos cuatro elementos los eslabones de una cadena: sobre la cima de la montaña cae la nieve que el calor funde hasta convertirla en el agua de la que surge el río.
Y hablando de ríos, muy cerca de aquí nace, en este momento, ayer también, y mañana lo seguirá haciendo, nace, decía, un río muy famoso, el único, de los siete que de pequeños en la escuela nos hablaban, que no desagua en el océano Atlántico.
Éste, que de nombre lleva Ebro, morirá sin condiciones en el mar Mediterraneo, Deltebre, allá por Tarragona, trasformado, por causa de su entrega total al mar, en un delta, o quién sabe si por humana resistencia a dejar de ser, a no ser nada, luego de esos días de gloria en los que la gente a gritos lo jaleaba, Estás como un cañón, Garganta profunda, Desfiladeros, son todos piropos para este río que genera tanta riqueza, que se lo pregunten, si no, a Pesquera, y a Valdelateja, y a Orbaneja del Castillo, maravillas que el río, cual orfebre, va tallando con una paciencia de siglos, de milenios, en esas tierras de Burgos tan visitadas, nace el pueblo a sus orillas y se llena de rurales casas para el turista, y de restaurantes para dar de comer a pastorcillos, como nosotros, que acuden prestos a los lugares luego de ser avisados, vía celeste, del acaecer de un prodigio...
Es este caso el milagro se trata del nacimiento de un río: “El Ebro nace en Fontibre, provincia de Santander”..., eran otros tiempos, no sé si decir peores o mejores visto el panorama de estos primeros años del siglo veintiuno, era otra época, es cierto, y por eso se decía Santander y no Cantabria, es el progreso, señoras y señores, la luz llega a las conciencias, surge la verdad, pero no en todo espacio, el más claro ejemplo lo tenemos entre nosotros, pobre de mí, qué inocencia la mía, qué perdido estoy, he sentido y creído desde el día en que nací que habitaba el pueblo de los vascos, o sea, Euskal Herria, y resulta que los sucesores de aquél ´Francotirador´, como ella también innombrables, me dicen que no, que todo es pura invención, obsceno cuento para niños. A veces pienso que se vivía mejor ayer que hoy; al menos, el ser humano opositor era más digno...
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale, narrador de viajes y periodista