El regusto amargo
Tengo mal perder, confieso. Me rayo mucho que dirían mis hijos. No pierdo los papeles, no me cargo el mobiliario ni me tiro de los pelos pero palmar me carcome las entrañas y necesito tiempo para volver a mi afable modo habitual. Mientras se pasa el disgusto juro en hebreo, en arameo y hasta en esperanto. Desde niño los rebotes futbolísticos me cuestan malas digestiones.
Afortunadamente son tan efímeras como la efervescencia de la gaseosa, se me suelen pasar razonablemente rápido sobretodo si se asoma otro partido en el corto plazo. No hay como tener otra revalida inmediatamente para regenerar la ilusión por volver a ganar y olvidar el último sinsabor. Eso se repite cada temporada desde la primera que recuerdo, en los lejanos ochenta.
Celebro las victorias como si fueran las últimas y sufro las derrotas como si fuera responsable de las mismas. En el fútbol, como en la vida, tiendo a los blancos o negros aunque lo sensato sean los análisis intermedios, los tonos grises, vamos
Por eso me he tomado un tiempo para preguntarme en frío por las sensaciones que me ha dejado este complicado ejercicio del Athletic Club. Y vaya si ha sido intensa la última temporada. Unas elecciones, con todas las posiciones guerracivilistas que suelen conllevar y la terrorífica racha de resultados con Berizzo, han puesto a prueba hasta extremos olvidados la fidelidad y el compromiso de los jugadores y sobretodo de los aficionados.
No recuerdo angustia mayor desde los acongojantes tiempos de Stepi, aquél penalti del intrépido Tiko al Cadiz que nadie quiso tirar o el cara o cruz ante el Levante con los salvadores Ondarru y Mané a los mandos. Curiosa coincidencia genética por cierto. Gaizka, el hijo de Ángel Garitano, que como jugador no pudo consagrarse en el primer equipo ha sido quien lo ha salvado del abismo desde el banquillo.
La SALVACIÓN, así en mayúsculas era el único reto que perseguía el Athletic a mitad de curso. En medio de un ambiente funerario (una sola victoria en 14 partidos) la misión se presentaba como una gesta épica de difícil resolución. Se empezó a hacer presente aquello de "tanto jugar con el fuego vamos a terminar quemándonos".
Se habló abiertamente de riesgo real, se discutió sobre la filosofía, se puso en duda la capacidad y la implicación de los jugadores y por supuesto la paciencia de la afición. Y cuando todo apuntaba al drama, en ese doloroso clima derrotista emergió la cordura, la confianza y la suerte. Receta salvadora que permitiría resolver el reto a golpe de puntos y gracias a la recuperación de los fundamentos, del catecismo necesario para la supervivencia.
Fútbol rentable, no necesariamente virtuoso cuando el qué es mas importante que el cómo. Hasta ahí el primer carrusel de sentimientos de la temporada: mal comienzo, remontada y match ball levantado por méritos propios. Por el camino hasta recuperamos la comunión entre equipo y afición. El eco de San Mames, más necesario que nunca, volvió a sonar en todo su esplendor. Aquí somos muy críticos y exigentes pero cuando el Athletic nos necesita la grada siempre responde.
Primer objetivo, y durante muchas semanas el único, cumplido. Pero la liga es larga. Quizá demasiado. La inercia y el ímpetu de los leones por no descender fue tan intensa que hasta se presentó la inesperada, que no sé si merecida, oportunidad de volver a Europa.
Flaco favor. Tener tan cerca un objetivo que no has buscado y fallar cuando ha estado en tu mano ha terminado por dejar una sensación frustrante en la parroquia. El monumental cabreo que empaña el final de liga será difícil de contrarrestar. Algunos pesos pesados ya se han despedido y no hay atisbo de fichajes ilusionantes, me temo que tampoco habrá demasiadas oportunidades de pescar en un mercado cada vez más acotado.
Dicen que pagamos estupendamente, como otros muchos, pero para algunos candidatos somos menos tentadores cuando ni tan siquiera tenemos el reclamo de jugar competición continental. La temporada ha sido ciclotímica, con dientes de sierra y sentimientos encontrados. Para un club que nunca ha bajado a Segunda no hay nada más aterrador que jugarse la permanencia. Se salvaron los muebles, sí, pero aún en caliente el horizonte no ofrece pistas para la ilusión.
Ojalá me equivoque porque aún me queda el regusto amargo de una temporada demasiado ingrata. Aupa Athletic forever!
Por Angel López, director de Onda Vasca