En recuerdo de Fabio Casartelli

¿Cuándo fue que la 'UCI' introdujo en su reglamento la ley que obligaba al pelotón profesional a proteger su cabeza con un casco? Ésta es la última pregunta que me hice en la madrugada antes de que el sueño me venciera. Quería escribir sobre ello. Empujado por aquellas terribles imágenes vividas en el 'Tour de 1995'. Lo estaba viendo en directo. Estremecido. Temblando. Horrorizado por la fragilidad del ser humano. Por la indefensión de un ciclista que baja a 100 k/h. "A tumba abierta descendía". Nunca mejor dicho.

En 1991 la UCI lo intentó. Pero el uso inducido del casco provocó un motín en el pelotón. "El 12 de marzo de 2003", escribe Alberto Álvarez en 'MAILLOT', "mientras se disputaba la segunda etapa de la Paris-Niza, el corredor kazajo del Cofidis Andrei Kivilev sufría una tremenda caída que le dejó con varias costillas rotas, fractura craneal y un coma que lo condenaría a la muerte un par de días más tarde en el hospital de Saint-Étienne. Andrei tenía 29 años.

Pasado un mes del accidente de Kivilev, la UCI introdujo en su reglamento una de las leyes más aplaudidas de la institución suiza; la obligatoriedad del uso del casco en el pelotón profesional".

Muerte, la de Kivilev, que, posiblemente, se podría haber evitado si en 1991 se hubiera ido hasta el final. "En 1995, el ciclista italiano y corredor del Motorola Fabio Cassartelli fallecía después de una caída en el descenso del Col de Portet d'Aspet en el Tour de Francia". Muerte, la de Casartelli, que, posible y muy probablemente, se podría haber evitado si en 1991...

"En el Giro de Italia 2011, el corredor belga Wouter Weylandt perdía la vida en el Passo di Bocco. Weylandt llevaba casco". Muerte que no se pudo evitar a pesar de llevar un casco que le podría haber salvado la vida.

A día de hoy, poca broma. Tras el fallecimiento de Casartelli, el pelotón, en un intento de borrar la huella de la muerte, inició una huida hacia adelante adornada con el pañuelo pirata de Pantani, la visera calada de Indurain y el pelo teñido de rubio de Virenque. Richard Virenque. Tour-1995. Mientras el francés levantaba los brazos en la meta, un helicóptero transportaba al hospital el cuerpo sin vida de Fabio Casartelli. Nacido en Como. 186 cms, 72 kgs. 24 años tenía. Y un hijo llamado Marco.

A continuación, ElDesmarque Bizkaia recupera el artículo que este periodista escribió el mismo día de aquella tragedia que tanto le impactó...

Virenque gana; Casartelli se mata

Lo acabo de ver hace unos minutos, recién caído de su bicicleta. Tendido en el suelo. Acurrucado. Posición fetal. Perdiendo la vida sin remedio...

No sé cómo ha ocurrido. Pero me lo imagino. Una de esas curvas en el descenso de una montaña. Un gesto incontrolable. La bicicleta se va. Pierde esa postura vertical que desafía la lógica de la gravedad... y el corredor golpea su cabeza desnuda [¿es que es insuperable  la fobia que a los ciclistas les provoca el casco?] contra esas 'piedras' que marcan la carretera y les "salvan del abismo".

¡Dios mío: qué pena más honda he sentido! 72 kilos de humanidad agonizando sobre el asfalto. Un enorme charco de sangre a su lado y dos o tres compañeros rodeando a la víctima inocente del atentado brutal de una montaña asesina.

El Tour es octogenario. En su larga vida, 'sólo' cuatro corredores han perdido la vida. El último, en la década de los sesenta. Y bien, ni esto, ni lo 'inusual' de la muerte, ni la sorpresa espeluznante de la tragedia en medio de la fiesta ha conmovido a eso que llaman la 'Caravana del Tour'.

Ha debido ser que los corredores entienden que la carrera es una guerra; y las etapas, duras batallas en las que el compañero puede caer en cualquier momento en la hermosa lucha contra la naturaleza.

Entonces, cuando esto sucede, cuando el cronista bélico' registra una baja y la da a conocer, los gladiadores del 'cullote', el maillot y la bicicleta, lejos de la retirada, de la rendición, del homenaje instantáneo y caliente al amigo que se ha muerto, aprietan los dientes. Y se aferran con rabia al manillar. Y pedalean furiosos hacia la cumbre de la montaña. Hacia la meta. Hacia la gloria. Para ofrecer el triunfo al compañero del pelotón que se ha matado. Al compatriota por el que toda la sana afición de este hermoso deporte estará llorando desconsoladamente... ¡Si, Chiapucci, te he visto derramar lágrimas a la llegada!

Pero también he visto a Virenque, eufórico, golpear su mano contra la de su director deportivo... a falta de unos metros para la meta. Y saludar a la cámara, feliz y juguetón en un vestuario ambulante. Y lanzar al público, desde el cajón más alto del podio, un ramo de flores. Flores empapadas de sangre. Sangre con la que el joven escalador francés nacido en Marruecos ha manchado sus manos. Y ha salpicado con ella a cientos de seguidores que lo aclamaban. Gritos jubilosos que tratan de acallar las terribles voces de la muerte.

Es un partido de fútbol es fácil ser deportivo. Echar el balón fuera para atender al adversario cuando tu equipo gana por goleada. Guardar un minuto de silencio antes de la salida de una etapa. Lo difícil, lo auténtico, lo que tiene valor es desprenderse del esférico cuando falta un minuto para el pitido final y tu equipo va perdiendo uno a cero goles. ¡O echar el pie a tierra en pleno apogeo de la mejor carrera ciclista del mundo!

¿Y si el muerto hubiera sido Indurain? No creo que las cosas habrían cambiado. La repercusión habría sido mayor, pero la crueldad del ciclismo de competición se habría impuesto. El Tour mueve mucho dinero. La vida "tiene que seguir adelante". Aunque sobre el asfalto de una montaña pirenaica la sangre derramada por Fabio Casartelli no se haya secado.

Me imagino los titulares de la prensa de mañana: "Virenque gana la etapa; Casartelli pierde la vida". Tan solo eso.