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El Pasodoble Interminable
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El Pasodoble Interminable

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Juan Carlos Aragón

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“El sur de Europa yace tan al sur que en algunos lugares ya no parece Europa. Primera cuestión. En él habita la que dicen ser capital más antigua de Occidente. Antigua o arrugada, lo que está claro es que a singular no le gana ninguna, empezando por su escaso nombre, Cádiz, que así pronunciado, con sus cinco letras, extensamente, suena con el ritmo interno y la semántica aristocracia de las colosales urbes antillanas. Cádiz, pues, segunda cuestión, es un error, un tremendo error geográfico del mundo. Dios debió ponerla en América Central. Frente al mar Caribe, por ejemplo. Pero no en España, que no pega ni con cola. Esto es lo que pasa por confiarle la Creación a alguien que no sabe de música…”


Así empieza mi novela, “El Pasodoble Interminable”. ¿Os gusta? Y alguien preguntará por qué hago esto de presentarla ahora, si aún faltan unos meses para su publicación. Hasta yo me lo he preguntado. Y al hacerlo he encontrado la respuesta. La doble respuesta. En primer lugar, siempre defendí la poesía ante la novela con el inocente y radical argumento de que la poesía era verdad y la novela mentira. Pero a propósito de algunos pasajes y escenas de mi comparsa que confesé a un amigo, profesor de literatura también, me dijo: “¿Por qué no escribes una novela con todo eso?”. Y ese mismo día empecé a escribirla. Me había dado cuenta de que la novela puede ser verdad si lo que cuentas lo es. Y si, además, quieres contarlo, sabes cómo y, sobre todo, contiene los ingredientes necesarios para convertirse en una historia que guste al lector, pues ya nada más que queda ponerle el número a las páginas. Por lo demás, es una gozada, una aventura, revivir entre la ficción y la realidad una historia que pasa de posible a necesaria y viceversa. Ahora, y jamás antes al leer novelas, es cuando estoy siendo consciente del enorme privilegio del novelista. No del fecundo, el prolífico, el impostor o el fantástico. Sino del novelista de verdad. Del literato. Del que al ir derramando tinta y acabando páginas solo imagina su lectura, nunca su venta. Justo al contrario de como se hace ahora. Del escritor que goza del instante idílico, recreado y escrito, al igual que el poeta al que la melancolía lo acongoja cuando es capaz de “escribir los versos más tristes esta noche…”.
Quizá la dificultad de la novela consista en su estatuto. Como el del cine. Demasiado versátil. Cualquiera puede ser novelista. Cualquier cuento o mentira puede venderse como novela. Mucha intención crematística veo yo alrededor de la novela actual. Faltan caballeros andantes y escuderos reales, en historias sin mayor suspense que el de la vida misma, historias que no premediten el final para la que la historia pueda seguir creciendo en la emoción del lector después de la última página. Así es la mía. O al menos lo pretende. Ojalá el lector se estremezca tanto como yo al escribirla, porque entonces habrá sido bastante. Y es que ahora me he dado cuenta de la importancia que tiene la vida de una comparsa, de su humanidad, de su ternura, grandeza, belleza, simpatía y libertad. Lástima que no todos los protagonistas de mis dos últimas comparsas hayan podido llegar hasta el final de “El Pasodoble Interminable”: hubiera sido quizá más ficción de la que yo mismo estoy proponiendo.
Por otra parte, ha habido últimamente algún que otro agatocristo que ha aprovechado mi cuenta de twitter, mi imagen y hasta mis propios libros para intentar vender el suyo, en un alarde de autenticidad literaria que me estremece, la verdad… Hace poco pregunté a Risto Mejide en una tertulia televisada su opinión —como publicista— sobre la necesidad de publicitar lo que realmente es bueno, a lo me respondió: “la publicidad es el precio que hay que pagar cuando se carece de un producto que se venda por sí mismo”. O dicho de otra forma: lo bueno se vende solo, que es adonde yo quería llegar. Evidentemente, todo lo que pretende existir de modo confortable necesita que haya noticia de su propia existencia. Pero eso es una cosa. Y otra muy distinta es escribirle una canción a Los Rollings y luego pedirle a Mick Jagger que te la cante. No deja de sorprenderme la cara tan dura que tienen algunos. Para escribirles una novela.
JUAN CARLOS ARAGÓN

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