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Sin hacer mucho ruido, el argentino Rodrigo de Paul ha llegado al Atlético de Madrid para caer de pie. Como si llevara años siendo entrenado por Simeone. Como si conociera a Koke, Saúl, Giménez o Lemar de varias temporadas.
De Udine a Madrid con una Copa América de por medio. Una Copa América que lo ha hecho más maduro futbolísticamente en una selección argentina en la que ha llevado los mandos por momentos.
Esto hace que De Paul haya aterrizado en la capital española en un momento idóneo para su carrera. La pieza del puzle que entra sola, que no hace falta buscarle un giro o empujarla para que quede colocada a la perfección. Esa es la impresión que da el argentino entre sus compañeros, a los cuales conoció hace menos de un mes.
Y es que Rodrigo de Paul ha demostrado, en los pocos minutos que hemos podido verle, que es un centrocampista con un talento técnico y táctico fascinante. Su pase al hueco a Ángel Correa en el gol del Atlético al Elche es una buena prueba de ello. Pero no solo esa jugada por el mero hecho de terminar en gol. El exjugador valencianista sacó la escuadra y el cartabón en otras ocasiones para lanzar pases casi milimétricos a la espalda de la defensa ilicitana.
Una especie de magia con el balón que contrasta con el carácter guerrero del centrocampista argentino. Porque sí, De Paul es eso, un mago que se lanza de cabeza a la guerra. Sin pensarlo, pero pensando al mismo tiempo. Porque no parece de esos jugadores sacrificados que esprintar como pollo sin cabeza de un lado a otro sin un destino claro.
Rodrigo se complementa muy bien con Koke para haber compartido sala de máquina apenas unos minutos en un par de partidos oficiales. A su compatriota Diego Pablo Simeone se le debe escapar la sonrisilla casi sin querer cuando recapacita sobre su plantilla y ve entre sus jugadores a un tal Rodrigo de Paul que todo apunta a que será más que importante en sus planes.