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La final de la Europa League entre el Sevilla y la Roma escondía algo más allá de un trofeo. Había dos rachas en juego. La primera de ellas era el hecho de que el Sevilla no había perdido una final de la Europa League en su historia. Pero la segunda correspondía al hecho de que Mourinho no había sido derrotado en ninguna de las finales europeas que había disputado. Se enfrentaban dos mitos europeos en esta final y, al principio, fue la Roma la que dio un paso adelante.
Pese a que el equipo de Mendilibar tenía más posesión de balón, de poco le sirvió cuando la Roma golpeó primero. En el minuto 36, en una jugada algo confusa, Mancini dio un gran pase a Dybala, que superó a Bono. El marroquí estaba cuajando una buena actuación, pero el gol del argentino puso en jaque a los sevillistas. Era su momento de reaccionar.
A partir de esa acción, el Sevilla dio un paso adelante. Empezó a presentarse más en área rival y, con los cambios de Lamela y Suso en la segunda mitad, todo empezaba a encajar mejor. La suerte se puso del lado de los hombres de Mendilibar cuando Mancini se marcó un gol en propia puerta, igualando la eliminatoria. Ambos equipos estaban tan igualados que ninguno fue capaz de volver a marcar.
Eso es lo que llevó a la tanda de penaltis, donde Bono hizo un gran papel con el que le puso en bandeja el título al Sevilla. El equipo andaluz pudo levantar la Europa League, consiguiendo su séptimo título y acabando así con la racha victoriosa de Mourinho en Europa. En esta ocasión, fue el portugués el que salió peor parado, aunque su historia en el continente sigue siendo más que buena.