Luis Casimiro retomó en verano un libro en el que había escrito varios renglones en el pasado. En el Unicaja se pensó en la figura del manchego como la adecuada para abrir una nueva era tras el lustro de Joan Plaza en Málaga. Había necesidad de aire fresco. Lo aportaba el técnico de Villamayor de Calatrava, que había dejado buenas sensaciones en su anterior paso y también venía con inercia positiva tras descubrirle nuevo techo al Gran Canaria. Pasaron 314 días desde que el nuevo entrenador se pusiera al volante, donde hubo picos muy altos de baloncesto. Sin ir más lejos, el Real Madrid o el Barcelona hincaron rodilla en el Carpena. Sin embargo, hubo un rápido viaje hacia el otro extremo. "Hemos tocado fondo", decía Casimiro minutos después de una sonrojante derrota en La Fonteta.
Un duro camino de la excelencia al sonrojo. El club de Los Guindos comenzó la temporada con el pie a fondo. Un ciclón verde que amasó 15 triunfos en los primeros 18 partidos. Un nivel supremo con momentos exquisitos de juego. Ahí calaba la idea de Casimiro, que implantaba un baloncesto vertiginoso y atractivo a la vista. Las piezas cuadraban. Los rigores del calendario de los equipos en un segundo estatus europeo quebraron esa buena onda. La ventana FIBA de noviembre le cambió el paso al equipo. Se marchó más de media plantilla y a la vuelta nada fue igual. Se ganó a los de Pesic, pero el Baskonia ya rompió la imbatibilidad del Carpena. Algo que, por lógica, debía llegar, pero un duelo donde por primera vez se mostró una evidente sensación de inferioridad.
La primera luz roja, aunque no tardaría en encenderse la segunda. El Día de Reyes el Iberostar Tenerife salió de Málaga a hombros de Málaga, en una derrota de difícil digestión. Habría efecto gaseosa con dos triunfos, visto con perspectiva fundamentales, frente al Real Madrid y el Baxi Manresa sobre la bocina. 25 minutos de altísimo nivel ante los de Pablo Laso con un triple de Jaime que condujo al clímax. Se diluiría en la Copa, donde los isleños asestaban el primer rejón al proyecto. Ahí volvería Carlos Suárez, no estaba Alberto Díaz y se iría por dos meses Jaime Fernández. El escolta es una de las gratas noticias de la campaña. Una ausencia de la columna vertebral cajista que lastró demasiado. El alma del equipo y la referencia defensiva y ofensiva.
Hubo poco aliento en su falta. No cuajó la apuesta por Boatright, en verano sonó para ser el timón, que pasó al ostracismo. La desalentadora eliminación copera invirtió definitivamente una cuesta donde aún quedaban puntos más bajos. La gran cornada la asestó el Alba Berlín, verdugo en la Eurocup. Se cerraba el paso a un título donde se era aspirante y también el billete a la Euroliga, principal objetivo del curso. No lo calificaron así después los de arriba, que intentaron amortiguar el golpe y relativizar.
El cruel traspié en La Fonteta sólo es una muestra de la cruda realidad. Ya hay cuatro equipos por delante del Unicaja en España. El Valencia Basket rebasó al club malagueño y está uno o dos peldaños por encima, a nivel presupuestario y deportivo. El balance de 5-15, donde la Eurocup es el único resquicio, en los últimos cuatro años con los taronja habla claro. Una cicatriz más para un equipo que suma ocho derrotas en los últimos 12 encuentros y que en 2019 no ganó a domicilio en la ACB. Hay percepción de temporada acabada en abril y sólo un notable play off, que aún está por asegurar, puede arreglar el desaguisado. Es el panorama de un Unicaja que tocó suelo curiosamente en Valencia, donde alcanzó la gloria no hace tanto. Por delante, un verano donde, nuevamente, estará a prueba la ambición del club de Los Guindos.