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Pau Gasol y los diez años del primer anillo español en la NBA

Aún recuerdo el olor a champán. El suelo empapado. La nube de periodistas en torno a Kobe Bryant. Apenas habían pasado unos minutos desde que los Lakers, con el trofeo a cuestas, abandonaron el parqué del Amway Arena de Orlando (Florida), rumbo a vestuarios. Allí se sucedían los gestos emocionados, en especial el de Pau Gasol, el primer español que se alzaba con el título de la NBA.

Por Antonio Martín Guirado

"Lo que más recuerdo de esa noche es el momento en el que suena la bocina", explica Gasol a EFE unos días antes del aniversario. "Acaba el partido y te das cuenta de que has ganado, que eres campeón. En aquel instante, te abrazas y saltas con tus compañeros y lo celebras. Es el comienzo de una celebración que dura unos días", añade.

Con su camiseta y su gorra recién estrenadas de campeón y bien impregnadas en Moet Chandon, Gasol me atisbó entre el corrillo de gente a su alrededor y me atendió de forma tan profesional como lo venía haciendo desde aquel 1 de febrero de 2008, fecha en la que dejó atrás los sinsabores deportivos como miembro de los Memphis Grizzlies y se le abría el cielo con el traspaso a los Lakers.

Aprovechando esos pocos segundos de intimidad en el caos, saqué mi pequeña cámara de fotos e inmortalicé el instante en el que comenzó a besar el trofeo.

"Es un día maravilloso. Es un día maravilloso", gritaba sin parar entre el barullo.

Un año antes, los jóvenes Lakers habían encajado una dolorosa derrota en las Finales a manos de los Boston Celtics, que barrieron a su rival en el sexto partido de la eliminatoria por 131-92, una serie en la que Gasol fue criticado por su supuesta indolencia defensiva, algo que le valió el título de "Gasoft" (blando) en algunos círculos.

Aquel dolor sirvió al español de motivación para el futuro. "No debemos olvidar el sentimiento que tenemos ahora mismo", avisaba desde el vestuario del TD Garden de Boston.

Gasol apenas había formado parte de los Lakers durante cuatro meses y ya se había erigido en pieza clave para llevar a la franquicia a lo más alto. Bryant era muy consciente de ello y ambos trabajaron duro en perfeccionar su entendimiento y química sobre la pista para formar una pareja modélica.

Tanto fue así que Gasol, durante las Finales de 2009, se comió literalmente a Dwight Howard, el gran pívot dominador de la Liga, a quien redujo con una exhibición defensiva estremecedora.

Aquello le sirvió de redención ante sus mayores críticos y le insufló una confianza ciega en lo que estaba aún por venir: su confirmación como ídolo púrpura y oro y la consecución del siguiente campeonato, en 2010, contra los Celtics.

"Con el paso del tiempo valoras mucho más lo que has conseguido y entiendes la dificultad de los éxitos y el valor que tienen", sostiene el internacional español a EFE.

"Es difícil imaginarse el conseguir cosas tan excepcionales como ganar un anillo", reconoce Gasol, que está deseando que su hermano Marc se corone campeón en el sexto partido (madrugada del jueves al viernes), prácticamente coincidiendo con el décimo aniversario de su primer anillo.

"¡Ojalá que así sea y que lo consiga! Para mí, supondría una enorme alegría y un gran orgullo. No existen dos hermanos que hayan conseguido ganar un anillo NBA y me sentiría muy orgulloso de poder compartir este honor con él", afirma.

Desde lo alto del pabellón de Orlando, mientras me esmeraba en terminar la crónica, vi el salto de Kobe Bryant en mitad de la pista, imitando el de Jordan durante la celebración de su sexto anillo en 1998 en cancha de los Jazz. También el cariñoso gesto de Pau con su entrenador, Phil Jackson, a quien apretujaba el rostro con sus enormes manos. Y, como si de una ficción se tratara, no pude evitar detenerme unos segundos para tomar una foto al marcador.

De repente, habíamos dejado de soñar con las estrellas. Ya formábamos parte de la constelación.

Porque ese sueño no era únicamente de Pau. Era el de muchos que algún día imaginamos competir en esas lides y hacernos pasar por molinos de viento. Excepto que él se convirtió en gigante por cuenta propia y confirmó que aquel órdago lanzado por Fernando Martín décadas atrás no solo tenía su razón de ser, sino que estaba llamado a perdurar en el tiempo, expandirse -como pueden conseguir Marc Gasol y Serge Ibaka- y dejar su eco para la eternidad.

Y sí, aún guardo en mi mente aquel sabor a victoria. A gesta. En definitiva, a cima conquistada.

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