Richard Carapaz es oro, ha llorado en la meta, y ahora espera paciente la entrega de su preciosa recompensa. Su cara emana felicidad pero también cansancio, mucho cansancio. Hasta cuando nos devuelve el saludo tras felicitarlo. Van Aer, plata, conversa con un compañero de equipo como si nada, formal. Y Pogaçar, jovial, se divierte charlando y hasta se le ve animado, le durará del Tour, diríamos que es el menos cansado. Y mientras, a su lado, pétreas, las encargadas de portar las preciosas medallas de oro, plata y bronce, y los militares japoneses que sostienen las banderas de Ecuador, Bélgica y Eslovenia como si de tesoros se trataran. En realidad lo son.
Los japoneses son ceremoniosos, eso es indudable. Hasta para el té tienen su ceremonia, respetan el protocolo y lo alimentan, lo cordial, lo educado. Por eso la celebración de la ceremonia, justo antes de que todos salgan, de que salten los flashes, es tan peculiar. Todo medido, todo al detalle, ni un pliegue en la bandera, ni un desorden en los metales.
Suena la música y allí van saliendo, en orden meticuloso, procedimiento y una ceremonia redonda, sobre todo para Richard Carapaz, campeón del Giro de Italia y ahora oro Olímpico, cada vez más grande.