Desde la proliferación de los coches eléctricos en Europa, ha habido preocupaciones sobre la viabilidad a largo plazo de esta tecnología. Problemas como las existencias limitadas de litio, la contaminación y costos asociados al reciclaje de las baterías, y su corta vida útil, han suscitado debates. Con el año 2035 como fecha límite para dejar de vender vehículos de combustión, las marcas comienzan a expresar sus preocupaciones sobre la transición hacia la movilidad eléctrica.
Tras la pandemia del Covid-19, Europa implementó medidas para revitalizar la economía a través de los fondos Next Generation. Algunos países destinaron parte de estos fondos a incentivos para la compra de coches eléctricos. Sin embargo, una vez agotados, surgieron problemas tanto para las marcas como para los clientes. Los coches diésel volvieron a ser una opción, deshaciendo el progreso hacia la movilidad eléctrica.
La falta de incentivos no es solo responsabilidad de la UE; las marcas también han contribuido con su política de ausencia de descuentos. Stellantis ha criticado a países como España e Italia, instándoles a asumir un mayor compromiso con los coches eléctricos. Alemania y otros países del norte de Europa han eliminado las subvenciones. El 2035 se vislumbra como un punto crítico, con una oferta de vehículos de cero emisiones en aumento.
Sin embargo, los altos precios siguen siendo una barrera para los consumidores. Pocos están dispuestos a pagar precios elevados por vehículos eléctricos con autonomía limitada. Las grandes marcas europeas han absorbido los costos de los incentivos en Alemania, pero pronto se acabarán. Esto deja un vacío que podría tener consecuencias significativas.
La entrada de fabricantes chinos en el mercado europeo es una realidad. BYD planea fabricar en Europa, aunque sus modelos aún no son tan económicos como se esperaba. Además, los estándares de calidad europeos pueden no cumplirse completamente. Producir en Europa tiene ventajas logísticas, pero los costos laborales más altos pueden afectar los precios finales.
Con todo, la falta de incentivos y el costo aún elevado de los vehículos eléctricos plantean desafíos significativos para su adopción generalizada en Europa. La competencia de los fabricantes chinos y la incertidumbre sobre la viabilidad económica agregan más complejidad a este panorama en evolución.