En los últimos veranos, especialmente en los dos últimos, se han registrado olas de calor históricas. No sólo han sido temperaturas extremas las que han echo saltar las alarmas, sino también el número de muertes asociadas a esta.
El Panel MoMo -monitorización de muertes diarias por todas las causas-, controlado por el Instituto de de Salud Carlos III (ISCIII), es el sistema que registra este número de muertes por temperaturas extremas.
Ahora, este mismo instituto ha corroborado que el impacto en la salud y la mortalidad asociada a las olas de calor van más allá de las altas temperaturas e influyen otros factores como los socioeconómicos, la vulnerabilidad social, la vivienda o las zonas verdes.
Así lo han constatado investigadores de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano de la Escuela Nacional de Sanidad del ISCIII en el estudio "Determinación de umbrales de mortalidad por ola de calor según regiones isoclimáticas en España", que incide en la relevancia de valorar diferentes elementos en el manejo de olas de calor desde el punto de vista de la salud.
Los autores explican que, mientras la definición meteorológica de ola de calor se basa en series climatológicas basadas en percentiles de temperatura, duración e intensidad, la relativa a la salud y la mortalidad asociada es más amplia.
Y ello porque, además de incluir las temperaturas registradas y su intensidad, también recoge otras cuestiones como las características demográficas de la población, el nivel de renta, los aspectos socioeconómicos, la vulnerabilidad social, la calidad de la vivienda, las infraestructuras urbanas y la existencia o no de zonas verdes, entre otras.
Además, la heterogeneidad de los percentiles en las temperaturas de ola de calor en salud y su diferente evolución temporal depende en buena medida de la incidencia que los factores locales tienen en la mortalidad asociada.
Es decir, según el estudio, la temperatura a partir de la cual se define una ola de calor desde el punto de vista de la salud no debería basarse únicamente en un percentil fijo para todos los lugares de un ámbito geográfico, sino que debe incorporar todos estos factores.
De acuerdo con sus resultados, más de la mitad de las veces -el 52.6 % de los casos-, se quedan por debajo del percentil 95, que es el que corresponde a la definición de ola de calor desde un punto de vista meteorológico.
"Utilizar este percentil significaría no activar el Plan de Prevención ante olas de calor cuando es necesario en más de la mitad de las zonas isoclimáticas de España, con el consiguiente impacto en la mortalidad que podría evitarse al activar dicho Plan".
Por el contrario, para las regiones con percentiles superiores al 95, "activar los Planes de Prevención en este percentil llevaría consigo activarlos cuando no es necesario".
Los científicos sugieren así utilizar escalas inferiores a las provinciales en la valoración de la activación de planes de prevención por altas temperaturas, lo que podría ayudar a disminuir la mortalidad atribuible a las olas de calor y adecuar el número de alertas según la exposición real de la población.
El estudio propone, de hecho, hasta 5 zonas geográficas por provincia, a las que asocia unos umbrales de temperaturas máximas que marcarían la consideración de una ola de calor con impacto en la salud.
De esta forma, en Córdoba, donde se registran los umbrales más altos, estos topes se moverían entre los 39 y los 40,4 grados, mientras que en Asturias irían de los 23,9 a los 28,2.