Cuando se habla de autolesiones, una gran parte de la población piensa en cortes en las muñecas, brazos o piernas, gestos como rascarse compulsivamente o golpearse, porque es como siempre se han definido. Sin embargo, ahora se incluyen en este término otras "formas indirectas" de hacerse daño, como pueden ser los atracones de comida o de sustancias, ha matizado la psicóloga clínica, Natalia Calvo, a EFE.
Las autolesiones afectan a entre un 17 y un 18% de adolescentes de la población general y entre el 50 y el 60% de la población clínica, es decir, la que ya cuenta con una carga piscopatológica, explica la también coordinadora del Programa de Trastorno de Personalidad para Adolescentes y Adultos Jóvenes del Hospital Universitario Vall d'Hebron de Barcelona; que matiza que dicho porcentaje es tan elevad en la población general porque el concepto es "cada vez es más amplio".
Ante este fenómeno al alza entre adolescentes, dicho hospital, a través del programa TaySH, propone un abordaje multidisciplinar que logra reducir el riesgo suicida y la frecuencia de las lesiones de 3 a la semana a 0,3; tal y como han evidenciado algunas conclusiones sobre el 'Programa de intervención psicoterapéutica para autolesiones no suicidas' que ha sido específicamente diseñado para el abordaje de este problema en pacientes de entre 12 y 25 años cuyo resultados han sido presentados en el XXVII Congreso Nacional de Psiquiatría.
"De alguna manera los adolescentes aprenden, de una forma disfuncional, la manera de regular el malestar emocional que les genera una experiencia negativa mediante una conducta de daño físico de gran intensidad que disminuye de golpe ese malestar", ha explica la profesional.
En este sentido, Calvo advierte del papel de las redes sociales en las que los adolescentes encuentran métodos de cómo lesionarse o cómo mostrar las heridas para ejercer presión.
"Las emociones se me disparan, no las puedo tolerar, ni manejar y un día aprendo, por diferentes vías, que si aplico una conducta física de alta intensidad me baja ese malestar emocional", precisa. El resultado es un círculo de dependencia similar al que generan las drogas, ya que cada vez se necesita más para conseguir el mismo efecto, explica la experta.
Calvo diferencia entre ese 17 o incluso 22% de personas que en algún momento de su vida han experimentado este mecanismo y que probablemente no lo repitan con los pacientes que ya cuentan con una carga psicopatológica asociada a la conducta autolesiva.
"Son personas que tienen situaciones de trauma, de abuso, factores de riesgo, familias complicadas y padecen desregulaciones emocionales mucho más intensas", por lo que necesitan una "intervención y un acompañamiento".
El estudio se ha llevado a cabo en más de 40 personas que atienden a estas características de entre 12 y 25 años, la franja de edad para la que los profesionales han creado el término TAY, acrónimo de Transitional Age Youth, que define la etapa de transición de la infancia a la edad adulta.
De la muestra estudiada un 67% había presentado conductas de tentativa de suicidio en una o más ocasiones. El programa TaySH consiste en 12 sesiones individuales a nivel ambulatorio -de forma que no es necesario que los pacientes salgan de su entorno habitual- en las que los profesionales les enseñan a identificar las conductas de vulnerabilidad y de riesgo.
El resultado es que no solo se reducen las conductas suicidas y la frecuencia de las lesiones sino que los pacientes "aprenden a gestionar el problema de fondo que es el malestar emocional". "La intención es llevar el programa a otros lugares", indica Calvo, quien mantiene contactos en este sentido con centros de Valencia y Madrid.