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La noche que nadie quiso vivir

P. Lavilla

2.257. Ese fue el número de xerecistas que se atrevieron a acudir a Chapín y presenciaron in situ la consumación del descenso del Xerez, que no por esperado deja de resultar doloroso.

Como se esperaba, el estadio presentó una entrada sumamente pobre y el ambiente que se respiró en el campo nada tenía que ver con el de un partido de competición. Y es que, en realidad, hace tiempo que el Xerez no compite según las exigencias.
Es comprensible que los xerecistas no quisieran ir al estadio, no es agradable ver sufrir a los tuyos. Eso pensarían los seguidores azulinos, que demasiada carga llevan ya a sus espaldas como para acudir a la certificación del hundimiento. El partido, además, fue televisado y el mal trago muchos lo pasaron en casa.
Los asistentes se tomaron el partido con tranquilidad o, más bien, con la resignación propia en estas circunstancias. Estaba en juego el orgullo, el honor, bastante maltratado esta campaña. También la vana esperanza de retrasar un poco más el descenso y de acabar con una mala racha brutal. Es por ello que los pocos presentes, apoyados en el Kolectivo Sur, animaron al equipo.
El giro se produjo cuando el Córdoba remontó en apenas dos minutos. Entonces, la hinchada explotó contra los jugadores al grito de 'mercenarios' y otros cánticos consabidos. La ira se apoderó de la grada, donde varias pancartas reflejaban la frustración y el malestar de un público superado por la grave situación deportiva e institucional.
Aunque los seguidores eligieron llevar el dolor por dentro, la remontada blanquiverde provocó que algunos estallaran. Y es que 25 jornadas sin ganar son demasiadas.

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