Misha Vignanski
Tiflis, 30 sep .- La Unión Soviética logró hace 30 años arrebatar el oro olímpico a la mismísima Brasil. Pocas historias definen mejor la hecatombe que vivió desde entonces la URSS como la del defensa georgiano que marcó a Romario en la final, Guela Ketashvili.
La independencia de Georgia, la disolución de la URSS, las guerras con Abjasia y Osetia del Sur, el robo de la medalla, la retirada antes de cumplir los 30 años y la miseria postsoviética. Ketashvili lo vivió todo en sus propias carnes.
Ketashvili cedió su preciada medalla de oro en 1992 para ayudar al Ejército de su recién nacido país, Georgia, en la guerra con la separatista Abjasia, que dejó a más de 200.000 personas sin hogar.
"Era lo más valioso que tenía y no sólo por su peso -163,4 gramos de oro macizo-. Se trata de una medalla olímpica, que es el mayor logro para un deportista", comentó a Efe.
El futbolista, que acaba de cumplir 53 años, pensaba que "la medalla sería vendida en una subasta y con el dinero se comprarían armas".
"Pero cuando me interesé por la suerte de la medalla, me dijeron que había desaparecido. Me quedé estupefacto", confesó.
Sus problemas no terminaron ahí. En 1989 se convirtió en capitán del Dinamo Tiflis, que en 1981 había hecho historia al alzarse con la Recopa de Europa, pero Georgia decidió romper con la URSS y crear su propio campeonato de liga.
Ketashvili tuvo la opción de fichar por alguno de los clubes más fuertes de la URSS con sede en Moscú o Kiev, lo que le habría dado muchas opciones de ser convocado por el seleccionador, Valeri Lobanovski, para el Mundial de Italia 1990.
Pero las amenazas de los nacionalistas, que advirtieron a los futbolistas con represalias si traicionaban a la patria, le obligó a renunciar a sus planes.
A partir de ahí le persiguió la desgracia. Marcó en propia puerta en el primer partido del Dinamo en la liga georgiana. Después fue derrocado el presidente del país, estalló la guerra y el fútbol ya no interesaba a nadie.
Muchos futbolistas colgaron las botas. Ketashvili se hizo policía de tráfico, pero con la Revolución de las Rosas comandada por Mijaíl Saakashvili, muchos agentes se quedaron en la calle en medio de una campaña para acabar con la corrupción y los sobornos.
"Durante varios años mi familia estuvo al borde de la desesperación. Por alguna razón, Saakashvili me veía como un enemigo. Puede ser porque nunca escondí que apoyaba a la oposición", asegura
Sólo en 2012 cuando Saakashvili tuvo que dejar el poder y exiliarse, la antigua estrella del fútbol georgiano pudo encontrar trabajo como vicepresidente de la Unión de Futbolistas Veteranos, que se dedica a promover el fútbol en el país caucásico.
Entonces, las cosas le volvieron a sonreír. Un conocido que trabajaba en la aduana le informó de que su medalla de oro había sido requisada a un contrabandista que la quería vender en Turquía,
La medalla acabó en el Museo Estatal de Georgia y allí estuvo hasta 2013, cuando Ketashvili la recuperó tras 21 años de espera.
"Ahora la guardo en casa", admite.
Aunque la victoria soviética en Seúl con goles de Dobrovolski de penalti y Sávichev en la prórroga fue una gran sorpresa (2-1), ya que la Canarinha contaba con Romario, Bebeto, Careca, Taffarel o Jorginho en sus filas, el georgiano recuerda que la URSS tenía entonces grandes jugadores.
"Teníamos un gran equipo bajo el mando de Anatoli Byshovets. Por ejemplo, nuestro portero, Dmitri Kharín, después jugó en el Chelsea; Alexéi Mikhailichenko, en la Sampdoria. En la primera fase derrotamos a Argentina y EEUU, y empatamos con Corea. Después eliminamos a Australia e Italia", apuntó.
Recuerda que tuvo que marcar a lo largo de su carrera a "míticos delanteros" como los franceses Papin o Cantona, el alemán Klinsmann o el español Emilio Butragueño, pero nadie como Romario.
"Era muy técnico y muy rápido. Si te despistabas y lo dejabas escapar, estabas muerto", asegura sobre el delantero, que fue el máximo goleador del torneo.
Ketashvili recuerda que "fue una final tan dura", que perdió el sentido del tiempo y nada más terminar el primer tiempo de la prórroga comenzó a festejar la victoria.
"¡Hurra, somos campeones! Entonces se me acercó nuestro capitán, Víctor Losev, y me dijo: 'Guela, ¿te has vuelto loco? Aún queda el segundo tiempo'", señaló.
En total, el georgiano jugaría once partidos para la selección olímpica y tres para la absoluta bajo las órdenes de Lobanovski, que llevó a la URSS a la final de la Eurocopa en 1988.
Asegura que sigue en contacto con sus antiguos compañeros y cuando la victoria sobre Brasil cumple un nuevo aniversario hablan por teléfono y recuerdan los viejos tiempos.