Algo más de diez kilómetros separan el Estadio Olímpico de Bakú del Estadio nacional Tofik Bakhramov. El primero es un estadio inaugurado, moderno y que albergará la final de la Liga Europa. El segundo es más modesto, pero encierra una historia íntimamente ligada a Inglaterra y a su esencia futbolística.
Tofik Bakhramov podría ser el extremo del Qarabag, un defensa del Gabala o incluso un utillero del Sumgayit. Bakhramov podría ser un tenista azerí que logró colarse en la clasificación ATP o podría ser uno de los dirigentes que acordó que Azerbaiyán tendría un Gran Premio de Fórmula Uno.
Bakhramov, para el gran público, podría ser un desconocido o podría ser muchas personas, pero en Inglaterra este apellido es historia pura de su fútbol.
Bakhramov fue el linier que dio por válido el tanto de Geoff Hurst en la final del Mundial de 1966.
Esa credencial es suficiente para que su nombre sea uno de los más importantes en el deporte azerí y para que dé nombre al segundo estadio en importancia de Bakú.
Su historia se forjó en aquella banda de Wembley, en la que tuvo el poder de cambiar el rumbo de la historia del fútbol inglés.
Era la Copa del Mundo de 1966 e Inglaterra, nación inventora del fútbol, celebraba por fin un torneo en su tierra después de siete ediciones lejos de la pérfida Albion.
La Inglaterra de Bobby Charlton, Gordon Banks y Bobby Moore que había dejado por el camino a Argentina y a la Portugal de Eusebio, llegaba a Wembley con Alemania Federal al otro lado del campo. Los germanos optaban a igualar a Italia, Brasil y Uruguay con dos campeonatos mundiales.
Había sido un torneo peculiar, marcado desde el inicio por el robo de la Copa, por entonces con la forma original y el nombre de Jules Rimet, impulsor de la competición. Recuperada por el famoso perro Pickles, el trofeo viviría su mayor giro el día de la final. Aquel 30 de julio que hizo famoso a Bakhramov.
El último encuentro fue un intercambio de golpes en el que se adelantó Alemania, remontó Inglaterra y Wolfgang Weber empató al filo del final. 2-2 y dio comienzo una de las prórrogas más famosas de la historia de los mundiales.
Corría el minuto 101 cuando Hurst, que ya llevaba un gol en su cinturón, recibió el balón dentro del área, adelantándose a los defensas teutones. El que fuera delantero de West Ham, Stoke City y West Bromwich Albion se dio la vuelta y remató al centro de la portería, tocando el balón en el larguero y cayendo con furia sobre el césped.
Cuando Weber llegó para sacar el balón de cabeza y enviarlo a córner, los ingleses ya tenían los brazos levantados pidiendo el gol. Para ellos, claramente había botado dentro; para los alemanes, no había estado ni cerca.
El colegiado del encuentro, el suizo Gottfried Dienst se dirigió a la banda, donde aguardaba nuestro protagonista, con una decisión ya tomada. Se encontraba a medio camino del centro del campo. Para el azerí, había entrado. Se lo comentó a Dienst y el gol subió al marcador del viejo Wembley.
Los alemanes se comían al linier, mientras este señalaba la línea de gol. La historia había cambiado para una Inglaterra que sentenció el encuentro con el 'hat trick' de Hurst y que por primera y única vez se proclamó campeona del mundo.
Hurst y Bakhramov fueron los héroes y, al menos este último, fallecido en 1993, estará presente de manera icónica en la primera final inglesa en la Liga Europa desde 1972.
Seguro que muchos aficionados de Chelsea y Arsenal se pasan por la estatua que representa al famoso árbitro a la salida del Tofik Bakhramov Stadium para rendir tributo a su héroe, al hombre que tuvo en sus manos anular o validar el gol fantasma más famoso de la historia del fútbol mundial.