Nos confiesa Joaquín Sabina en otra antológica canción, que lo niega todo aunque sea la verdad. Esto es lo que parece que hacen los dirigentes del futbol con los periodistas, a los que se nos pone en el brete de pensar si realmente somos bobos o simplemente transmisores de la verdad.
Conocíamos el final del cuento del banquillo del Athletic Club y sus destinos desde hacía meses, pero no sé por qué desde Ibaigane les gusta jugar al gato y al ratón, o al escondite inglés. Cuando los secretos se convierten en voces el propietario debe ser necesariamente el aficionado, y este si merece conocer la verdad.
Lo malo es que el que nos informa cae en una especie de depresión típica del conspiranoico, un garganta profunda en la sombra del caso Athletic-leaks, que al final de sus días mientras yace frente a su ordenador con el “delete” metido en la boca para terminar con el dolor de contar la realidad, es visitado por un profesional que le susurra al oído: tenías toda la razón.
Quiero por el presente escrito defender la dignidad de mis compañeros, explicar a sus lectores u oyentes que el periodista deportivo no vive de rumores, sino de su trabajo diario, no exento de trabas, de muñecas rusas que muestran a la postre lo que había en el interior.
Ernesto Valverde se marchaba, se iba al Barcelona y su sucesor era el Cuco Ziganda, el resto eran películas chinas y cortinas de humo. Revisen las hemerotecas porque si este era el secreto mejor guardado que tenía el Athletic, que eliminen al topo, pero por favor no maten al mensajero y mucho menos al socio.
Se podía haber hecho la transición de una manera mucho más elegante, despidiendo a Valverde en su querido escenario, se lo merecía, y respetando un “gure estiloa”, que se desvanece por momentos con escenas de equipo menor como la del palco del Calderón con una representación pírrica del Club que podía haber sacado pecho de padre en un día histórico más allá del resultado.
Dejen de tomarnos el pelo, y de negarlo todo.
Por Patxi Herranz, periodista de Radio Popular y El Correo.