Ciudad de México. Más de 100.000 personas desafían a esta 'extraña' pandemia abarrotando el Estadio Azteca. Luego de 50 años, Brasil e Italia vuelven a verse las caras para ajustar cuentas. La escuadra 'azzurra', todavía dolida por aquella sangrante goleada, que siguen juzgando "excesiva", voló con la intención de mitigar con su triunfo el duro castigo que sufre su pueblo.
Sometido cruelmente por un virus que se hace fuerte en el norte. Desprotegidos por la hermosura de Fiorenzza. Desatendidos por la 'Sindone' que en Turín duerme ajena a toda cuestión humana. "Que dirá el Santo Padre / que vive en Roma / que le están degollando / a su paloma": ¡el Papa Francisco es de 'San Lorenzo de Almagro'! Y como Argentina no está en la pelea, que gane "el que Dios quiera".
Brasil e Italia, ataviados como entonces. Saltan, se mueven, agitan sus brazos con el estilo de los boxeadores que sobre el ring están convencidos de ganar la pelea. El césped, como entonces: alto y denso. Las zamarras, ajustadas aunque sin presión. Los pantalones, acaso más anchos y largos. Las piernas de los futbolistas conservan esa robustez que las asemejan a columnas que sustentaran sus cuerpos. Pita Rudi Glockner. Cómico. Mejor si hubiera estado en su puesto Groucho Marx. Asistido en las bandas por Faemino y Cansado. Pero centrémonos en partido que ya ha comenzado.
Italia y Brasil parecen iguales. Pero no son lo mismo. Italia progresa porque Brasil se va arriba con todo. Brasil llega porque el 'catenaccio' de siempre no es el de hoy ni el de entonces. Gusta ver cómo los jugadores avanzan asociados en manada entorno a la pelota. Como si el balón fuera el pastor que los guía. Qué sensación de placer provoca el movimiento de los cuerpos. Ya con el balón. Ya ofreciéndose en desmarques de apoyo y de ruptura. El fútbol más innovador está encontrando réplica cincuenta años después. Como si el tiempo no hubiera pasado por estos jugadores.
Brasil vuelve a serlo todo. Con Félix bajo el travesaño. Brito y Piazza, repartiendo cera para que Carlos Alberto goce de libertad por su banda derecha. Everaldo y Clodoaldo: ¡qué doble medio centro, por Dios! Qué manera de dotar de equilibrio a su equipo. Un once que se escribió en la pizarra dibujando un sistema engañoso. Porque el 1-3-2-5 no es tal. Porque "Jairzinho, Gérson, Tostao, Pelé y Rivelino" no es sino una manera de memorizar el talento y la pegada de esta Brasil 'de Bolsonaro'.
50 años después, el mandatario de ese país inmenso ha recurrido a los de entonces para que aporten alegría a un Brasil que se muere de pobreza. Y tendrá suerte. Porque aquellos que lo fueron todo volverán a serlo. Ante una Italia que no sabrá, o podrá, aprovechar la revancha que FIFA le ha concedido para ajustar las cuentas de una historia torcida.
'Jair' y Rivelino, pegados a la cal. Tostao, partiéndose la cara con Facchetti y compañía. ¿Y Pelé?... ¡Pelé volverá a ser el gran 'engaño' del siglo XXI! 'O Reí' desaprovecha el envite porque si en 1970 no estaba para muchos trotes, cómo estarlo al borde de los '80 años'. Un Pelé que no busca, ni pide, un Pelé que no quiere saber nada de la pelota.
Conocedor de que el mundo lo mira con lupa, evita entrar en juego para que de él no se olvide su brillante aparición en Suecia 58. Tenía 17 años y terminó llorando mientras lo paseaban a hombros tras hacerse con la Copa. 21, en Chile. 25, en Inglaterra. Pelé ya lo había sido todo. Ya había dado de sí lo suficiente como para merecer un lugar en los altares. 29 años tienes, Pelé. Y a tu edad envidiable entiendes que tu misión no estará en la dirección del juego.
Te ajustarás a la posición de 'nueve' para que Tostao te despeje la zona de moscones. Y yo, que me había plantado delante de la tele para que taparas la boca a los que endiosan a Messi. Para que me demostraras que eras más, mucho más, que el Cruiff esplendoroso. Que Maradona y su fútbol genial. Me habré de conformar con esos tres fogonazos que alumbraron otros tantos goles. Quizás mejor así. Que te apartaras. Que te inhibieras. Que renunciaras al balón. Porque en ese once había un futbolista que se elevaba sobre el mundo. Un jugador que te ha vuelto a eclipsar dirigiendo de manera soberbia a la 'canarinha'.
Siempre había pensado que Pelé era un jugador de piel negra. Y que era diestro. Qué equivocado estaba. Y qué injusta memoria la mía que había reducido a Gérson al segundo lugar de un quinteto inmortal. Gérson. Blanco y zurdo. Pelo desvencijado. Todo lo mejor lo condensa en su pierna izquierda. Inteligente. La "zurda de oro". Desciende hasta 'Clodo' y 'Ever'. "Tómala, Ger". Y Gérson progresa majestuoso. En zig zag porque los italianos son de patada fácil. Y porque el árbitro no sanciona ni las agresiones. Y cuando tiene que descargar, lo hace. Pase largo, y también. Pared, y atraviesa el muro de contención. Disparo y... ¡su bota es un cañón! ¡Pelé se llamaba GÉRSON!
No fue mala la primera parte de Italia. Igualada. El 1-1 dice la verdad. Ese primer gol calcado al de 1970. Saque de banda. Bombita al área de Rivelino. Pelé, que ejercía de 'Rulo', se elevó majestuoso para picar de cabeza un balón imposible para Albertosi. Gran gol. Golazo. De un Pelé que había vuelto para sacarme de un error de décadas: "Yo seré el que entonces fui. Un gol y dos pases magistrales. No me pidas más. No me exijas que me pinte la piel de blanco. Que me opere y me hagan zurdo. Que baje, pida, recoja y dirija como tú esperas. Porque ese ni fui yo en 1970 ni podría serlo en 2020: el Pelé que tú necesitabas se llama GERSON".
Bonisegna habría de aprovechar una salida alocada de Félix para marcar a portería vacía desde el borde del área. El segundo acto habría de ser otra canción. Una samba. El baile que Brasil se marcó ante una Italia de cintura rígida.
Gérson me sorprendió porque su latigazo no me lo esperaba. Gérson haciendo méritos para convertirse en el mejor jugador de la historia. Gérson, "dámela a mi que yo me encargo". Gérson, desde la distancia colocando un balón en la cabeza de Pelé. Ve a 'Jair' llegando y "tómala y anota". Italia se tambalea. La pegada de Brasil, a punto de enviarla a la "habitación del sueño" cuya puerta custodia el gran Jaime Ugarte 'Mattioli'. Es por dignidad. Que sea a los puntos y no por KO.
Brasil se está gustando. Amasando con regodeo lo que todo el mundo ve venir. Una diagonal de campo a campo. En la que participa hasta Zagallo [sin él, Pelé no estaría jugando este partido]. Un avance del 'fútbol total' de un Ajax a la espera. ¡Qué maravilla! Llegué a alabar este 'confinamiento' que había propiciado la revancha de 1970.
Pelé estaba al borde del área. De espaldas a la portería. Ojos en la nuca. Sabe que Carlos Alberto volverá a aparecer tras recorrer sus 80 metros lisos. El momento preciso. El pase perfecto. Disparo duro, raso, cruzado. Base del palo largo. Italia, avergonzada. La Brasil amarilla es una piña que se acerca al graderío para festejar la victoria con su 'torcida'. Los fotógrafos invaden el verde para inmortalizar desde más cerca. Y hasta un 'maletilla'.
El partido no ha terminado y el árbitro se llama a andanas. Nada nuevo bajo el cielo de este mediodía mexicano. Un cómico que se ha dedicado a mirar tanta leña sin sanción. Que empujaba a las asistencias que saltaban al campo. Que desprotegía las piernas damnificadas. Que se limitó a dar fe de los goles que, 70 años después, ratificaban el 4-1 de una Brasil campeona.
Italia me defraudó. Esperaba la del duelo 1982 en Sarria. Pero me tuve que conformar con la estética de Facchetti. Con la clase de Riva. Con el talento y la elegancia de Mazzola. El tiempo ha deteriorado a la escuadra azzurra. Y ha resucitado a una Brasil que desde su recital liderado por Falcao, Sócrates y Zico [1982. Brasil versus Italia: tal vez el mejor partido de la historia] se había sumido en la 'física vulgaridad europea'. Este partido del jueves 26 de marzo de 2020 me ha servido, en esencia, para recuperar a uno de los mejores futbolistas de la historia que dormían en mi conciencia, olvidados. Gérson. "Ese PELÉ BLANCO en el que en su momento no me fijé"
[Tras la final salió corriendo rumbo al vestuario. Allí comenzó a llorar. Luego se fue al vestuario de Italia, saludó uno a uno a sus rivales y le dio otra camiseta suya a Giacinto Facchetti. Es la memoria viva que dejó como legado una selección que aún permanece en las memorias de todos aquellos que los vieron jugar. "Con aquel equipo, habríamos ganado tres Mundiales más seguidos. No había jugadores como Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino... Ni los ha habido NI LOS VA A HABER NUNCA", asegura Gerson].
Post-Scriptum: antes, en la euforia desencadenada por la victoria, invadido el terreno de juego, a a Pelé, paseado a hombros, le colocaron un sombreo mexicano en su cabeza. Como si huérfano de su corona de 'O Rei' lo sintiera su gente...