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Michael Robinson, Bielsa, Athletic Club

Kuitxi

No es preciso encender la televisión. Ni enchufar la radio. Ni leer la prensa. Basta abrir la pantalla del teléfono móvil para ser conocedor de lo más terrible. Michael Robinson. Otra gota. Una más en este goteo incesante que en esencia es la vida. En "El barco de la muerte", el escritor jarrillero Juan Antonio Zunzunegi, Premio Nacional de Literatura, se araña el corazón con estas palabras desgarradoras.

"Siempre el perder es triste, y la vida, aún con sus zozobras, es un regalo. ¿Por qué el que todo lo puede no detiene un día este artilugio demoledor de vivos y muertos? Muertos y vivos, vivos y muertos. ¿Por qué siempre está rotación mortífera?". Me temo, querido Zunzunegi, que esa detención de la muerte no está en manos de ese al que te diriges de manera indirecta. Es el ser humano el único responsable de su propia muerte.

Al atardecer, el fallecimiento de Robinson me trasladó al partido de Old Trafford. A ese teatro de los sueños en el que el Athletic Club había representado una de las obras más hermosas de su historia. De manera vaga me agarraba a que Michael había comentado en directo aquel partido. Y como tengo en casa el DVD que me grabó un hermano, me levanté como un resorte del confinamiento horizontal de mi cama para agacharme allá donde se asienta el televisor. De repente recordé que los comentarios de aquella exhibición le pertenecían a Manu Carreño. Y como no asociaba su figura periodística a la del gran humanismo de Robinson, me detuve.

Michael Robinson levantó la Copa de Europa con el Liverpool.

Para entonces ya había insertado el disco en esa suerte de patena que se abre, obediente al 'mando' a distancia. No había marcha atrás. No escucharía la voz inigualable del 'nueve del CA Osasuna'. Ya habría tiempo. La suerte de esa tarde noche estaba echada. El Athletic, sí. Pero el 'Athletic de Bielsa! Se abrió, cercenada en su anchura, la imagen. No era Old Trafford. Era San Mamés. Se conoce que la última vez que había revisado el 2-3 de Manchester, ni avancé ni rebobiné. Se quedó el partido de vuelta en el aire, flotando, como a la espera. Promesa  que habría de cumplir.

Abril, 27, miércoles. Ése era el día. Y yo no lo sabía. Tuvo que sacrificarse el de Leicester, poner sobre la mesa su propio cuerpo sin vida, para que yo pudiera volver a ver lo que sucedió ese 15 de marzo de 2012 en San Mamés. Y mereció la pena. Mucho. Demasiado. Porque cuando empecé a ver y a escuchar caí en la cuenta de que "lo hermoso nos cuesta la vida", la de Michael en este caso.

Lo estaba viendo y era como si fuera "mi primera vez en San Mames". Y en cierto modo sí lo era. Estuve presente en mi fondo sur de socio. Pero todo lo que veía parecía como si estuviera sucediendo en ese preciso momento. Esa Catedral majestuosa [¡sería posible demoler el campo nuevo y levantar la vieja Catedral derruida?]. Ese ambiente eléctrico. Esa afición entregada. Volcada con su equipo. Pero, sobretodo, comiendo de la mano de Bielsa el fútbol que le estaba regalando el 'loco de Rosario'.

Michael Robinson en su etapa de jugador en el CA Osasuna.

De Marcos habría de confesar al final que "hacemos todo lo que nos pide  Bielsa; exige mucho sacrificio; tenemos que correr durante todo el partido; pero hemos disfrutado", concluyó. Humilde, dejó sin decir lo que en la retransmisión se decía a golpe de jugada: "¡Qué barbaridad; que manera de jugar a fútbol; que espectáculo!. 'Cuatro' sabía lo que hacía cuando apostó por el Athletic, por el 'Athletic de Bielsa'. Porque sin Marcelo al mando, San Mames jamás habría disfrutado de un fútbol tan espectacular como brillante.

Como si lo estuviera viendo por primera vez. Un Manchester plagado de estrellas, líder de la Premier. El Athletic lo sometió de principio a fin. El 2-3 no era ventaja a proteger, sino un resultado a aumentar. No de cualquier manera. Al modo de Bielsa. Al estilo de Marcelo. Para ello era preciso once atletas sobre el verde. A partir de ese no parar hombre a hombre, el toque, el ofrecimiento, el desmarque, la asociación, la inventiva, generar y generar fútbol hasta llegar a los límites de la locura. Y luego más.

Ese pase de 50 metros de Amorebieta. Esa diagonal que colocó la pelota flotando delante del cuerpo elegante de Fernando Llorente. Ese empalar con el empeine total de su bota derecha el ariete. Una obra de arte. Así como el gol más hermoso del mundo habría sido el de Andoni Iraola a nada que hubiera acertado a ejecutar a David de Egea. Figura en la historia del Athletic la maravilla que se creó entre su cabeza, su cuerpo, sus piernas y sus dos pies. Tumbó pisando cal del área al primer rival con su control. Realizó un slalom como el que sortea muñecos en un entrenamiento. Encaje de bolillos. Orfebrería del mismo taller de Sarabia. Se le enredó en la tonta la pelota. Disparó fuera. ¡Qué 'no gol' más hermoso!

En su día, presente en La Catedral, antes de abandonar el estadio, reparé en la afición inglesa. Protegida detrás de una valla metálica. Vi a una mujer. Me acerqué. Me despertó tanta ternura como el "niño de la camiseta de rayas". De rayas horizontales azules y negras había sido la camiseta de su equipo. Me desprendí de la bufanda que llevaba y, a través de un resquicio de la vaya, se la entregué. Me miró. Su preciosa sonrisa. Me consuela pensar que esa bufanda existe en alguna casa de Manchester.

Oscar de Marcos y Marcelo Bielsa conversan en un entrenamiento del Athletic Club en Lezama.

Podría continuar. Pero como el vídeo del partido está al alcance de todos, pasen y vean. Porque no habría palabras para describir y hacer sentir aquello que empequeñeció la obra magna del 'Teatro de los Sueños'. Vendría el Schalke 04, y el Sporting de Portugal. Vendría también la final de Bucarest. El único partido que Bielsa no debería haber dirigido. Las finales se ganan, no se juegan, y menos confrontando a Bielsa con Simeone. Esa final de Bucarest era para Caparrós. Con el de Utrera en el banquillo, el Athletic tendría a día de hoy el primer trofeo europeo en sus vitrinas.

El partido había terminado hace un buen rato. Más de noventa minutos de emoción y llanto contenido, e incluso sin contener: "las verdaderas lágrimas son las que se derraman en soledad", dijo alguien. En este caso, las que 'el Athletic de Bielsa' sigue provocando ocho años después. Ese 'Athletic de Manchester' que la muerte de un futbolista había despertado. Era mi manera de 'celebrar' el rito más importante del ser humano. Uno nace llorando. Y entre lloros 'se va'.

Michael Robinson. El hombre que mejor pronunciaba nuestro nombre: "A T H L E C I C  C L U B". Y se mofaban de él los cretinos: "Tantos años en España y mírale qué mal se expresa en castellano". ¡Qué rabia sentía yo! Seguro estoy de que el 99% de los que de él se reían no sabían inglés; ni siquiera decir "see you".

See you, Michael!  See you later, mister Robinson! If not, see you in heaven, yep?

Post-Scriptum: Tras visionar el Athletic-Manchester, pulsé 'Teledeporte'. La final romana de 1984 había llegado a la prórroga. "Yo me aparté a la hora de seleccionar a los lanzadores de los penaltis; no quería ser responsable de la derrota de mi Liverpool". No lo fue. Ni sus compañeros. La gloria les vino llovida por tres balonazos que la Roma mandó a los cielos.

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