Es Noticia

Un ensayo maradoniano (VII): La Brújula de los Mundiales

Alejandra Herranz

La aspiración de todo jugador de fútbol profesional es, algún día, integrar la selección nacional de su país y jugar en todos los puntos cardinales posibles defendiendo su camiseta. Diego Armando Maradona siempre quiso ser de la selección argentina. Y lo fue: como su 10 más emblemático y como capitán. “Mi primer sueño siempre fue jugar en el mundial”, dijo a las cámaras de televisión con apenas 8-9 años de edad.

Hubiera comenzado su andadura en la Copa del Mundo FIFA Argentina 1978. El mundial que era “en casa” y que terminó pasando a la Historia como “el mundial de la dictadura”. El seleccionador: César Luis Menotti, prefirió dejar en el equipo a Norberto Alonso, el 10 de River Plate, (equipo del que era fanático el Almirante Alberto Lacoste, titular del Ente Autárquico Mundial 78), en lugar de un joven y talentoso Maradona de 17 años de edad que jugaba en Argentinos Juniors; y que tendría revancha al año siguiente con la selección juvenil que ganó el mundial de su categoría en Japón en 1979.

“Yo nací en el Sur, pero sólo jugué mundiales con la selección mayor en países del Norte. Porque, aunque eran los años de la Guerra Fría, del conflicto Este-Oeste, yo sólo percibía el conflicto Norte-Sur. Yo era esa parte del Sur que ponía el pabellón propio en el Norte. Cuando quise jugar en el Sur, en mi casa, me dejaron afuera. Fue la primera vez que me sentí como mutilado, como si me hubieran cortado las piernas, como si me hubieran clavado una espina en el corazón de mi camiseta más querida” (del diario apócrifo de Diego A. M.).

En las postrimerías del llamado Proceso de Reorganización Nacional, y en paralelo con el devenir de la Guerra de las Malvinas, Menotti le dio una oportunidad en la selección mayor: la Copa del Mundo FIFA España 1982. Acaso el equipo que mejor mediocampo tuvo: Maradona y Mario Alberto Kempes juntos. Pero, en España 82, la albiceleste se fue temprano: pasó su fase de grupos y terminó undécimo entre 24 equipos.

Diego Armando Maradona visto por el cineasta Kusturica.

“Cuando fui a mi primer mundial en el Norte, yo ya era jugador del FC Barcelona. Como la Copa del Mundo era en España, no me sentí tan extraño. Pero había una guerra, la de Malvinas, y nosotros sufríamos. Quisimos darle una alegría a la gente y ni eso nos salió. Volvimos a casa de vacío. Poco tiempo después, yo encontraría un paraíso del Sur en un país del Norte: concretamente, en el club Nápoli, en la capital de la región de Campania, en Italia. Resucitaría como un D10S entre empobrecidos y oprimidos históricos, entre el viejo reino y la república. Aunque pagaría con pecados mi coste de oportunidad por haberme convertido en el D10S entre todas las deidades” (del diario apócrifo de Diego A. M.)

Maradona llegaría a la Copa del Mundo México 1986 igual de baqueteado que su entrenador, Carlos Salvador Bilardo, y sus compañeros de equipo. “La Administración radical es tan ineficiente que ni a Bilardo puede echar”, había llegado a decir entonces el dirigente peronista Antonio Cafiero, en una elíptica alusión a la gestión económica del gobierno del Raúl Alfonsín. Bilardo, cabulero como pocos, llevó a su selección a la Basílica de Luján para rezarle a la Virgen patrona de la Argentina. Y luego se fueron todos para México.

Maradona llevó su póster de la cantante melódica argentina Valeria Lynch, las fotografías de su esposa embarazada; y a su papá Don Diego y su suegro Coco como parrilleros oficiales de la expedición albiceleste. Llegaron de punto para unos muchos a tierra azteca y se volvieron esa banca que habían vislumbrado unos pocos: los dos goles a Inglaterra, (la revancha simbólica de la Guerra de las Malvinas), su mejor expresión física y la Copa dorada y venerada ya en la ciudad de Buenos Aires por la multitud congregada en la Plaza de Mayo y entregada en devoto agradecimiento al plantel en el balcón de la Casa Rosada.

Portadas alrededor del mundo tras la muerte de Diego Maradona.

“A México llegamos los primeros. Bilardo, con lo obsesivo que era como entrenador, no dejó detalle sin atar: las camisetas ligeras, los entrenamientos bajo el sol en su Cénit; nada se le escapó. Fue aquí donde me gradué de D10S: el Padre Celestial me dio una mano ante Inglaterra y mi talento natural hizo el mejor gol de la historia de los mundiales, también ante Inglaterra. No ganamos en las Islas, pero ganamos en la cancha. Y volvimos al Sur con la Copa del Mundo, cantando ‘We are the champions’ y la canción talismán de Valeria Lynch, y el trofeo ‘se lo dedicamo’ a todos, la reputa madre que los reparió’” (del diario apócrifo de Diego A. M.).

En la Copa del Mundo Italia 1990 desembarcó la versión reloaded de aquel plantel de 4 años antes. Y Maradona en casi una pata: su tobillo izquierdo estaba maltrecho y jugó infiltrado todos los partidos. En cuartos de final, la Argentina eliminó a Italia en la tanda de penales; y a partir de entonces, comenzaron los problemas para Maradona en Italia. Como por generación espontánea apareció un hijo no reconocido, problemas con el consumo de cocaína hasta con consumo de servicios de prostitución. Era el comienzo del final de esta etapa.

“Italia era el Norte, pero yo jugaba de local. Que era ídolo en Nápoles y sabía que ese Sur me apoyaría, porque con las pasiones no se puede. Lo que no tuve en cuenta, fue que la selección italiana era una pasión nacional y yo, una pasión local, si acaso regional. Quedamos subcampeones en la final ante Alemania. Pero, en el camino, habíamos eliminado a Italia en cuartos de final. Y eso tuvo muchos costes para el país y para mí: económicos, sociales, familiares. Porque yo hube de pagar por ello con mi vida” (del diario apócrifo de Diego A. M.).

Antes de llegar a la Copa del Mundo Estados Unidos 1994, Maradona dejó el Nápoli, estuvo un tiempo inactivo por temas de dopaje y debió buscarse un club. Fue el Sevilla FC, en la Liga española, donde estaba de entrenador “El Narigón” Bilardo. Y pudo llegar otra vez a la selección, que entonces dirigía Alfio “Coco” Basile.

Diego Armando Maradona presencia un partido de la selección argentina en el Mundial de Rusia.

Tras la victoria ante Grecia, Argentina se aseguraba clasificar en su fase de grupos hacia octavos de final. Maradona había gritado su gol con furia, como fuera de sí, a la cámara de televisión. Al cabo del partido, Sue Carpenter, una enfermera rubia, regordeta y auxiliar de FIFA, lo tomaba de la mano y lo escoltaba al control antidóping, donde daría positivo por pseudoefedrina y más sustancias de venta no oficial. Así acabó la andadura de Maradona con la selección: aquel 25 de junio de 1994, pasaría al mundo de las efemérides futboleras como el día en que a Maradona le cortaron las piernas.

“Estados Unidos nunca fue un país futbolero; los yankees eran pecho frío del fútbol. La Copa del Mundo FIFA 1994 sería el mega evento de despegue para el contagio eufórico a los hinchas. Yo venía derrapando en mi estado físico y en mi vida, pero contaron conmigo para el mundial. Porque necesitaban una figura, una estrella, el as de espadas; que un mundial sin Maradona no era mundial. Yo me preparé con un fisicoculturista y tomé medicamentos y otras sustancias que no estaban permitidas. ¿Se acuerdan de la pseudoefedrina? Yo ya andaba con peleas con los poderes establecidos en el fútbol y, para que no volara, me cortaron las piernas. Tuve que dejar la selección para siempre” (del diario apócrifo de Diego A. M.).

Un año después, estando en vigor la sanción de 2 años que le castigaba fuera de los campos de juego, Maradona, junto con el futbolista francés Eric Cantona, proponía la idea de fundar un sindicato mundial de futbolistas para defender sus intereses ante el poderío de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, la FIFA. Este otro mundial de la afrenta al poder establecido en el fútbol planetario no llegaría a durar mucho tiempo, aunque tuvo su influencia en la Ley Bosman de 1996, que declaró ilegales los cupos de extranjeros de jugadores pertenecientes a clubes de estados miembros de la Unión Europea.

La brújula de los mundiales, que había marcado todos los puntos cardinales posibles en su recorrido como jugador integrante de la selección mayor argentina, se había roto sin remedio. Jugó sus últimos partidos en el Boca Juniors de sus amores y en 1997 se retiró de la práctica activa, aunque no se desligaría del fútbol.

Escribir comentario 0 comentarios
Deja una respuesta
Su comentario se ha enviado correctamente.
Su comentario no se ha podido enviar. Por favor, revise los campos.

Cancelar