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"Ni naiz Athletic", cantaba Juanito Oiarzabal en lo más alto del Balaitous

Kuitxi Pérez

Año 2016, las nubes que se arremolinan en lo alto de los picos, Foratata, la gran Facha, agujas del Infierno, conforman circo. Se parte del refugio Respomuso. La meta es el Balaitous. Ya han negociado las aguas del río Gállego pisando un puente de metal. Con rendijas. Para divisar. Han encarado la primera cuesta, pendiente que, ya de inicio, tiene unos porcentajes de desnivel bestiales.

La ascensión al Balaitous, si queremos ser justos con la montaña, no se ha iniciado sino ayer, al atardecer, en una especie de salida neutralizada llamada La Sarra. Hasta ella pueden llegar únicamente los automóviles. Allí se levanta un complejo hostelero, se recrea la gente y sueñan los seres.

Juanito Oiarzabal es ese ´gendarme´ montaraz que en la frontera se ocupa de que nadie se pase de la raya ni cabalgue de un país a otro acarreando lo que en el segundo está prohibido. Se quedó corto Juanito. Más que llenar en orden mi mochila, lo suyo fue un ´saqueo´ en toda regla que acabaría dejándome prácticamente en pelotas.

Pero debo decir que estos bueyes se trajeron y con ellos habrá que arar, verbo animal con el que nos unimos a la expedición de la que se dijo que ya se había puesto en marcha, y que de primeras nos obsequia una pendiente de impresión, que si tuviéramos que llevar al terreno de lo ciclístico, es comparable al Mortirolo.

Al contrario de lo que sucedió en la ascensión al Aneto, en este preciso momento, Juanito, Mikel y el tercero en concordia no llevan el frontal como linterna; se salió con luz y el sol ha ido a más. Le aguanto el ritmo a Juanito.

Mikel, que cierra el grupo, me lo aguanta a mí, más por indicaciones previamente recibidas por parte de su aita que porque vaya justo. Es un portento este muchacho, va para Celedón a nada que se le dote de un paraguas a su altura, si en 2014 andaba sobrado, dos años después, en esta preciosa mañana de julio, se maneja como si tuviera tantas marchas como un coche en lo negro de la Zapa o de la Cuchi.

Aquel ´pajarón´ que cogí en el Aneto no es recuerdo que anide mi memoria. Voy feliz. Pisando allí donde se afincó la muerte. Más contento que unas pascuas y más chulo que un ocho. Todo va como la seda hasta que, de repente, mi progresar se trueca en hilo bala. Qué le pasa a este hombre. No, por favor, ahora y en este momento, no. Pase de mí este cáliz. Siento la hiel de la mala gana. La náusea de Paul Sartre se ha apoderado de mí.


Ahora, con la perspectiva del tiempo, tengo para mí que me pasé de listo hasta engrosar la fila de los tontos: desprecié la cena, desayuné como un pajarito, no había consumido ninguna de las viandas que coloqué en el fondo de la mochila. Tan solo del Acuarius hice uso, tenía sed y a la bebida isotónica todo lo fié creyendo que el líquido ejercía de agua, y los minerales, de alimento. Craso error. No puedo, Juanito, no puedo…

Hasta tres veces lo afirmé sirviendo de negación a la montaña mis ´noes´ pervertidos… Qué me pasaba… Qué me pasó. Poco hace falta pensar para caer en la cuenta de que la tortura en que se estaba convirtiendo mi escalada era consecuencia directa del ´poco come y el mucho trabajar´. Vomita, se me decía, No tengo el qué, respondía. Como el que asó la manteca. Como el que fue a vendimiar y llevó uvas de postre.

Así me comporté yo. Generalmente soy extremadamente duro conmigo mismo. Negociar el terrible Balaitous sin gasolina en la sangre. Huérfano de combustible, ni de tripas corazón, ni de la flaqueza fuerzas. Estúpido montañero. Estaba vacío. Fue Juanito, no me cabe otra explicación, yo le decía “Sooo”, y el replicaba “Arreee”.

Burro, burro, burro. Tres veces Burro. Él, por su terquedad; yo, por avanzar como  bestia de arrastre. Ya piedra. Ya roca. Ya blanca superficie de la que se puede decir que no era ni dura ni blanda, sino todo lo contrario… ¿Nieve? pero… ¿en qué estado que no acepta la suela vibram de la bota ni los clavos de los crampones?

Ni nieve. Ni hielo. Ni gas. Cordada, no, porque no se intuye el peligro. Del terrible Balaitous se negocia lo aparentemente inofensivo. Si alguna caída se debe producir, sea ahora y del todo aparatosa. Y la caída sobreviene. Se estaba viendo venir. Juanito contemplaba este inocente incidente. Como si lo viera él antes que nadie. Como si lo previera. En el medio no estaba la virtud. O sí. Tachen de payaso a este hombre que hasta finge que es caída aparatosa la caída que en este momento Juanito Oiarzabal y su hijo Mikel están contemplando.


Caigo…Caí…Ruedo…Rodé…Estoy rodando, o, simplemente, me deslizo, que vengan los ´Rollings´. Sobran los esquíes. Aquí no crecen las flores. Era una metáfora. Guárdatela que del camino falta lo soberbio, lo difícil, lo técnico, lo peligroso, lo hermoso que encierra la montaña cuando uno añora la figura de un perrito de San Bernardo.

Poner y quitar crampones. Hacer uso del piolet. Hasta que prestas a lo que llega toda la atención. La Brecha de Latour. No lo único, pero sí lo más potente que en el camino a una cima tres montañeros se pueden encontrar. Juanito ya me había advertido de que habría que rapelar. Lo que yo desconocía era el cómo del donde y el hasta cuándo si la cima daba la impresión de encontrarse al alcance de una correría.

Tan delicado fue el proceso, la gestión, subir y bajar, la negociación, que ni una foto fue sacada. Digamos ahora a la gente el porqué de que en una expedición tan apasionante  solo fueran tiradas siete fotografías, de las cuales cuatro se realizaron en la cumbre, una en el refugio antes de partir, muy de mañana, y las dos que faltan, cuando de regreso el circo de Respomuso relucía más que el sol.


Las cimeras, pactadas; las del descenso, obligadas. La del refugio, mañana era como en la previa de un encierro de San Fermín. De la ascensión, ninguna. Entonces, aturdimiento. Fue la constancia y la dureza de la pendiente. Fue la piedra. Peligrosa siempre por la disimilitud, en el tamaño como en la forma.

Fue la nieve, traidora en estado puro. Fue la bota, que no encajaba. Fueron los crampones, cuyos hierros no se clavaban. Fue el bastón, que equilibrio no me procuraba, que de equilibrio, nada. Fue el piolet. Lo fue todo en un ´totum revolutum, ´pero, en especial fue la brecha de Latour.

Ursicinio Abajo, ´Ursi´, ´Señor del Circo de Piedrafita´, ya lo dejó escrito en su día: “El Balaitous, técnicamente hablando, es el pico más difícil de los Pirineos; el más peligroso”.

Se cobra su tributo en vidas humanas este ´Cervino pirenaico´, quiere aplacar su hambre y su sed con carne y sangre humanas. Allí rapelé por primera vez porque era o con cuerda… o haber estado poniendo a cada paso un pie allá donde habita la muerte. Casco en la cabeza para protegernos del cielo cuando llueven piedras. Nos subimos a la ´araña´ hasta hollar esta montaña. Buscando en lo más alto cielo nos topamos con el infierno.


Me has hecho vuestro, Juanito, no lo he podido evitar, maestro eres en el arte de guiar hasta la cumbre a aquellos seres que más quieres, estimas y amas. De la gesta en la brecha de Latour, imágenes, ninguna, tus pies castigados, agujetas a mansalva y de por días. Pírrica victoria  vuestra coronación del Balaituous,  señor Oiarzabal, porque casi será más lo perdido en la conquista que lo ganado en ella.

Te equivocas, Lucifer, es la rabia y la ira las que hablan por ti. Por mí y por mi hijo, Mikel, apostabas, sí, pero por este aguerrido, pero endeble, jarrillero, seguidor como tú del Athletic Club, ni un euro dabas. Helo ahí, ahora, habiéndote hecho el amor y sin protector, temes, pues, parir bondad y nobleza, pasar de ser guarida satánica de todo un mundo… a morada celestial donde reine un amor. Profundo.

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