Mi recuerdo del aita de Julio y Patxi, los hermanos Salinas

Estaba y ya no está, pero sigue estando. Pudiendo escoger, me quedo con el 'ser'. Sigue siendo. 'Ser humano'. Hombre, completamente hombre, de esos que te hablan y tú puedes, y debes,  permanecer en silencio porque en la 'disputa verbal' te vence por goleada. Así me sucedió a mi en Artunduaga ha no mucho tiempo, poco antes de la pandemia en cualquier caso. Se disputaba un Basconia vs Portu. En el banquillo visitante, Ezequiel Loza; en el local, quién si no Patxi Salinas, el técnico que el pasado curso salvara a un Bilbao Athletic que caminaba con paso firme hacia el descenso a Segunda División RFEF.

Ezequiel, Patxi, y en la tribuna, a mi lado, un hombre 'veterano' de cuya identidad sólo pude hacerme cargo cuando, luego de tantas lecciones dadas, de tanta historia del Athletic regalada, de tanto cariño verbal y respeto a mi persona, decidió confesarme que "es que soy el aita de Patxi".

Con su palabra precisa, con la humildad de la que hacen gala los hombres sabios, me permitió viajar con él hasta alcanzar aquellos tiempos en los que el Athletic era la esencia más pura que yo no pude olfatear porque no era nada, nadie, ni siquiera un proyecto que no había sido diseñado.

Me gustaría haber camuflado una grabadora para regalarle al mundo 'Athleticzale', Iribar y Txetxu rojo incluidos, la historia verbalmente narrada de un Club, numerosos equipos, futbolistas casi perfectos de cuyo juego llegue a disfrutar cerrando los ojos e imaginando un tipo de fútbol rayano a la perfección.

¡Qué gozo, que disfrute, que felicidad! Cuando, tras el último pitido arbitral, y antes de que nuestros caminos empezaran a separarse, sentí la imperiosa necesidad de que supiera que, a su lado, fascinado al escucharle, me había sentido un hombre privilegiado.

Tiempo después, al ver a Patxi Salinas sentado en la tribuna de La Florida contemplando un partido del 'Portu', sentí que debía acercarme a él para trasladarle la 'buena nueva' de aquella vivencia con su aita en Artunduaga.

"Menudo hombre, vaya aita, Patxi; como para estar orgullosos y felices; ojalá que la vida sea generosa con su suerte, que es la vuestra". Su sonrisa, la de Patxi, resultó ser la respuesta más certera de un hijo que 'aprueba' la vida entera de un hombre que a él se la había dado.

Coincidiendo con el final de uno de los entrenamientos mañaneros del 'Portu de Patxi Salinas, me acerqué a él sin rebasar la valla que separa lo profano de lo sagrado. Le pregunté por su aita, "Anda un poco bajo", me dijo. Pronto cumplirá los 94, ni lo dijo ni lo pensó, pero seguro que le dio un par de vueltas en su camino hacia el vestuario.

Tan solo el, únicamente Patxi, sabía en que 'estadio' jugaba la suerte' de aquel extraordinario hombre que en Artunduaga había querido el destino que en regalo de lujo le fuera regalado a este hombre privilegiado que algo les quiere decir a modo de 'bordón final'.

¡No haya luto, ni tristeza! Julio Salinas Vivanco vivió hasta el extremo el partido de su vida. Y si 'duelo' se concede, sea el de los partidos de Patxi en La Florida a los que Julio asiste en calidad de hermano mayor. Te conocí en Artunduaga, Julio Salinas Vivanco. Atentos mis oídos por si un día vuelves. Entregado mi cuerpo. Para un abrazo sin fin.

• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista