No todo el monte es orégano. Ni todo el fútbol del Athletic Club debe ser marcado con el sello del rock and roll. Antes de firmar el contrato por un año que le ofrecía Jon Uriarte, Ernesto Valverde posó su mano en la Biblia que le ofrecía el presidente. Ritmo trepidante. Intensidad continua en la que no cabía el reposo. Txingurri se convertía en un deudor sin límite ni medida. Sesiones de mucha tralla. Vivir continuamente en un concierto salvaje. Y en esas llegó Osasuna a San Mamés. Víctima de dos derrotas que se enfrentaba a un Athletic sereno ante el Real Betis en Heliópolis y desatado frente al Deportivo Eldense en un torneo copero que en San Mamés sigue despertando pasiones.
Acudí a la Catedral como el que asiste a la repetición de un rito ya celebrado con un marcador que no se pudo alterar con unos guarismos favorables. Será por ello que no llevé ni cuaderno ni bolígrafo o lapicero. Y hasta del móvil que llevaba en la bandolera no hice uso. Fue ponerse a rodar la pelota y tener la intuición, si no la convicción o certeza, de que el Athletic sería incapaz de ganar un partido que habría de colocarlo en puestos de UEFA Champions League. "Y cuando me rompía las manos aplaudiendo el enésimo centro al área de Txetxu Rojo pude leer en el aire las palabras que flotaban en el aire, a la espera; desde la cerrada ovación me venían a la memoria la promesa que no se habría de cumplir".
Y mira que llegaba. Y disparaba hasta en 17 ocasiones. Y forzaba 14 saques de esquina. Y percutía por ambas bandas merced a un Osasuna endeble que le concedía espacio al colocar su línea defensiva notablemente adelantada. Ganaba la línea de fondo. Pero a la hora del centro supremo que le dicen pase de la muerte, el balón, como inducido por la ley de la gravedad, era atraído por los cuerpos más pesados. Los defensas rojillos repelían y repelían hasta convertir el rechazo en vicio. En tesitura tal, se precisaba la cabeza alta del servidor para poner el esférico en el pie o en la cabeza del compañero que había alcanzado el corazón del área con intenciones de golear. Y para no cargar todo el peso del lance en el futbolista que alcanzó la línea de fondo con relativa facilidad, sea también el presunto rematador el que le indique a su compañero donde quiere la pelota con su desmarque de ruptura.
No era la noche. Demasiada locura al ritmo del rock and roll. Ernesto Valverde debería considerar que no todos los partidos se interpretan y juegan de la misma manera. En especial en este lance que le enfrentaba a Osasuna. Rito sagrado en la Catedral. En la noche oscura del alma. Ese alma de Txetxu Rojo que se había liberado de su cuerpo para alcanzar en corto viaje esos Campos Elíseos habitados por los seres virtuosos. Soul. Que es alma y música también. Soul en lugar de rock and roll. Un estilo más íntimo. Un ritmo más sereno y cautivador. Menos ruido y más sentimiento. Motete. Barroco. Soul.
En la noche oscura del alma, oportunidad para la pausa y la sutileza. Ruido. Mucho ruido. Ruido sin nueces. En la noche oscura del alma, se imponía el soul de Ander Herrera, Berenguer e Iker Muniain. Porque de un fútbol más sereno, estilista y pausado se precisaba para descomponer la casa de cartón y la valla de papel con la que se protegía un Osasuna muy endeble. No todo es rock and roll en San Mames. No debería. Un ruido ensordecedor de trompetas derribó las murallas de Jericó. El entramado de Osasuna habría cedido fácilmente con un Darks night of the soul interpretado por Herrera, Berenguer e Iker Muniain. Porque no todos los partidos se juegan de la misma manera, Valverde. Porque el rock and roll no todo lo puede. Soul. Arañando puntos en la noche oscura.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista
Soy Edu, y solo soy un seguidor más del Athletic. Las crónicas de los periodistas suelen ser ventajistas, perdón, son ventajistas, ese dicho, a toro pasado, más o menos va por..,.