El Atlético de Madrid solucionó su primera victoria en esta Liga y un apuro en el estadio Wanda Metropolitano agarrado una vez más a un gol de Antoine Griezmann, al que le bastó un chispazo en todo el encuentro, y a las paradas de Jan Oblak, indispensables ambos para derribar a un competitivo Rayo Vallecano.
Del gol del delantero francés y de las intervenciones salvadoras del portero esloveno en el tramo final, determinante cuando su equipo asistía encerrado a los instantes finales para contener la ambición y los méritos de su rival, que hizo mucho más para ganar o empatar que para perder, surgió ganador el bloque de Simeone.
Al Atlético aún le falta tiempo. Hay muchas expectativas en una plantilla imponente, pero las certezas se generan sobre el campo y, sobre todo, con resultados. El campeón de la Supercopa de Europa mantiene muchas dudas en lo primero; no en lo segundo, ganador en su puesta escena en casa porque tiene a Griezmann y a Oblak.
Da igual que el francés aún no esté a su mejor nivel físico ni técnico, que su pretemporada haya tenido los condicionantes del Mundial logrado en Rusia o que apenas hubiera entrado en juego en sesenta y tantos minutos. Tiene gol, muchísimo. Le bastó un córner de Lemar, un rechace y un balón suelto para el 1-0 (m. 63), sufrido e imposible, después, sin un par de paradas de Jan Oblak.
Un alivio para el Atlético, domado primero por la presión del Rayo. Se jugó mucho más entonces -la media hora inicial- a lo que quería el equipo franjirrojo que el bloque local, rodeado cuando dispuso de la pelota, a trompicones, sin medio metro para maniobrar ninguno de sus futbolistas en ningún lado y sin apenas conexiones.
Mérito de su adversario, que se plantó en el estadio Wanda Metropolitano zarandeado hace una semana por el Sevilla (1-4), pero sin dudas en su propuesta: desde la intensidad con la que corrió, agobió e incómodo al Atlético cuando el balón no era suyo hasta la valentía que demostró cuando se desplegó al ataque hacia Embarba.
Compacto, activo, meticuloso tácticamente en cada metro, le dio para inquietar, incluso asustar luego, al Atlético en el otro área con unos cuantos acercamientos más prometedores en el desarrollo que efectivos en el desenlace -exigió tres paradas a Jan Oblak- e incluso para sentirse como mínimo a la altura, hoy, de su oponente.
Durante todo el duelo, en el que el bloque de Diego Simeone rebuscó el nivel que se le presupone, a Antoine Griezmann entre líneas, a Diego Costa a la espalda de la defensa, a Thomas Lemar, el juego en el medio de Rodri, de vuelta al once por la suplencia de Koke, la llegada de Saúl... Y no encontró casi nada con constancia.
Nunca lo halló todo en conjunto. En el primer tiempo, apenas una jugada individual de Lemar, que soltó un derechazo raso repelido desde el suelo por Alberto García. Para entonces, una lesión de Juanfran rememoró innovaciones pasadas en el lateral derecho. Con Santiago Arias fuera de la lista, el elegido fue Thomas.
En el izquierdo no jugó Filipe Luis, relegado al banquillo por la titularidad de Lucas Hernández, mientras su futuro y su insistencia en marcharse al París Saint Germain entran en un momento definitivo, a seis días ya del cierre del mercado. En el once inicial en Valencia, cuando su compañero fue baja, volvió a la suplencia.
Empatado al descanso, el Atlético ya sí mandó en el segundo tiempo. Mientras el Rayo bajó el rendimiento físico, inaguantable para un partido entero, más aún en momentos tan tempranos del curso, ya sin la frescura que le permitió acechar tanto a sus rivales en cada sector del campo, el equipo local subió algunas revoluciones.
También su ambición, sin nada del otro mundo en cuanto a fútbol, pero suficiente para redirigir ya el encuentro al campo contrario, escenario de un ejercicio de más insistencia que desborde, de mas intención que ejecución, de una carrera contrarreloj en la que corría el tiempo y ni siquiera había encaminado aún su victoria.
Es más, ni siquiera había creado más que una oportunidad, el tiro de Lemar en el primer tiempo, en una hora ya de partido, sin una sola noticia de Griezmann. Y eso es un déficit incalculable para el Atlético, menos Atlético sin su fútbol y sus goles, reencontrados de pronto, en un saque de esquina, oportuno para remachar con la zurda y para firmar por enésima vez un triunfo que estuvo en duda hasta los últimos instantes, cuando apareció un decisivo Jan Oblak.