Hay algo que subyace por encima de todo lo que ayer pasó en el césped del Ramón de Carranza. A pesar de arrinconar a un rival de Primera, a pesar de la buena imagen mostrada por el equipo y de la actitud de los jugadores amarillos incluso estando por debajo en el marcador, solo hubo una cosa que alcanzó un diez de nota en el partido de Copa ante el Villarreal. La afición del Cádiz CF.
Ya se quedan cortos los calificativos para una hinchada que a la mínima porción de felicidad que se le da, la exprime como si no existiera un mañana. La del Cádiz, no solo es una afición animosa y fiel, también es la afición más agradecida de España.
Y es que en la Tacita, la sapiencia está por encima del sentido común. Los aficionados saben que los encuentros como el de este jueves escasean últimamente por el Carranza, por ello, a pesar de quedar la eliminatoria prácticamente encarrilada, los amarillos supieron sacarle el jugo a la eliminatoria montando una fiesta en la grada que ya quisieran los de Marcelino para los suyos en el Madrigal.
El marcador manual que luce la preferencia del estadio gaditano, reflejaba la victoria del equipo visitante. Pero eso daba igual, ellos recompensaron a los suyos con una tremenda ovación por el enorme esfuerzo realizado para intentar ganar el partido. En Cádiz, aunque a veces no se entienda, solo se pide eso. Esfuerzo y dejarse el alma como ayer hicieron los de Claudio.
Los jugadores y la afición salieron de la mano. Un inicio frenético con cánticos que se reflejaban en la intensidad que ponían los futbolistas en la cancha. Con el gol del Villarreal vendría el sopor en el terreno, pero no en los asientos. Ellos -los aficionados- seguían a los suyo, manteniendo un ritmo infernal. En la segunda parte los jugadores se volvieron a subir al carro, y esta vez no se volvieron a bajar.
El segundo gol hubiera sido la guinda para el trozo de pastel que ayer paladearon los aficionados. El pastel de la Copa. A pesar de la derrota, ellos lo gozaron. No es conformismo, es la virtud que tiene esta ciudad de saborear las pequeñas cosas.