Está claro que el celtismo se ha convertido en un sentimiento muy especial, distinto al resto, es tal la confianza de la afición en los suyos que no importa que se haya caído en Sevilla, que la Copa se haya convertido en una quimera, eso no le importa a una afición que ayer vio el escudo del Celta defendido con orgullo y dignidad.
El aficionado celeste es justo, sabe cuando las cosas se han intentado hasta el final y no se han conseguido, con eso le basta, le llena ver su camiseta defendida como se hizo ayer.
Por ello la afición que se ha podido congregar esta tarde en A Madroa sólo tuvo palabras de ánimo y aliento a un equipo castigado, tocado, pero nunca hundido, la afición cree en los milagros, cree en la remontada, cree en ponerle las cosas difíciles a los pupilos de Unai Emery y saben que el primer paso es ganar este domingo en la Liga, infundirles miedo, que sepan que el próximo jueves Balaídos va a apretar, van a sonar tambores de guerra, una guerra en la que se ha perdido ayer la primera batalla, pero en la que el Celta y su afición aún no quieren rendirse.
Y no se rendirá, mantendrá vivo un sueño, una quimera tal vez, pero el Celta no estará solo el jueves en Balaídos, que las entradas de marcador ya estén agotadas demuestra que la afición estará a muerte con su Celta, y empujará a los suyos como siempre lo ha hecho.