Las lágrimas del celtismo

El Celta tenía ante sí una oportunidad histórica. El Celta estaba a las puertas de meterse en la quinta final de su historia. El Celta, con sus jugadores, con su afición, con los canteranos criados en A Madroa a la cabeza, con Berizzo, Guidetti o Wass como uno más, viajaba a Vitoria rebosando ilusión, con la esperanza de culminar una de las mejores épocas de su historia metiéndose en la final de Copa. Pero todo se esfumó en Balaídos.

La pasada campaña, el Celta fue capaz de eliminar al Atlético de Madrid en cuartos de final. Luego cayó en semifinales, ante el Sevilla. En esta ocasión, el corazón sufrió un golpe aún más duro para los cientos de celtistas desplazados a Vitoria y para los miles que lo veían desde sus casas, en los bares o lo escuaban por la radio en un sinvivir. El Real Madrid se había quedado en el camino, el Alavés se presuponía como el rival más asequible en semifinales... y, de nuevo, el Celta se quedó a las puertas de la gloria.
Una ilusión que se rompe de la forma más cruel posible. El Celta nadó, luchó contra viento y marea para dejar en la cuneta al conjunto blanco en una eliminatoria épica. El Alavés, tras un 0-0 que lo dejaba todo en el aire en partido de vuelta, doblegó a un Celta timorato que sólo fue capaz de volcarse en ataque en los minutos finales, a la desesperada. Murió en la orilla.
Edgar dio el mazazo más grande de la temporada. El cuarto árbitro levantó el cartelón con los seis minutos, que finalmente se convirtieron en siete. El banquillo estaba en pie, Berizzo se desgañitaba desde la banda. En la grada celeste, rezos, miradas al cielo y las primeras lágrimas que empezaba a asomar. Mateu Lahoz indicó el final y, con su pitido, terminó de romper el sueño del celtismo. La Copa se acabó para el Celta. A la afición, otra vez, le despertaron de su sueño cuando más cerca se veían del cielo.