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24 años convierten una noche amarga en un dulce recuerdo

El once inicial con el que jugó la final el Celta.
Alberto Bravo

Un equipo humilde, una ciudad trabajadora azotada por el paro generado en un nefasto 1993, una ilusión. Vigo volcado con su Celta, un equipo que había realizado un torneo mágico, que había conseguido conectar con su afición de una forma nunca vista, un equipo y una ciudad que asaltaron la capital al grito de 'Sí, sí sí, nos vamos a Madrid'.

Un equipo que perdió una final contra un grande, contra el Zaragoza de Cáceres, Aragón, Poyet, Higuera, Pardeza, pero que dejó un recuerdo imborrable en el imaginario colectivo celeste, por su entrega, por su raza, por sus ganas. Una historia que nunca se olvidará.
Pero esta historia tiene un comienzo, humilde por supuesto, como el equipo que la protagonizó. El Celta empezaba su competición en septiembre ante la Gramanet, perdía 1-0 en Cataluña y tocaba remontar en Balaídos, así fue un ajustado 2-0 permitió a los de Txetxu Rojo avanzar a la cuarta ronda. El Celta se enfrentaría al Albacete, con un 4-0 en Balaídos la eliminatoria parecía sentenciada, pero no fue así, los vigueses cayeron en el Carlos Belmonte por 4-1 sufriendo hasta el final.
Para la quinta ronda al Celta le caía de premio el Talavera, en el partido de ida se venció por 1-2 y en Balaídos se empató sin goles, eliminatoria sencilla que llevaba a los celestes a los octavos de final. El Logroñés puso al limite a los de Txetxu Rojo, los riojanos ganaron por la mínima (1-0) en Las Gaunas y el Celta hizo lo mismo en Balaídos, tocaba ir a penaltis, donde el Celta se impusó 5-4.
El Celta ya estaba en cuartos de final, su víctima fue el Oviedo, tras perder 1-0 en el Tartiere los vigueses golearon a los asturianos con un contundente 5-0 en casa y ya estaban en las semifinales.

Las semifinales ante el Tenerife

El Tenerife era un equipo temible, con Jorge Valdano el frente de los chicharreros, pero la magia de Balaídos llevó en volandas a los célticos, el equipo goleaba por 3-0 en el partido de ida de penultima ronda de Copa. Gudelj (llamado en esa época Gudeli )hacía el 1-0 en el minuto 16 a centro de Ratkovic. Gudelj volvería a anotar el segundo tanto tras un pase magistral en profundidad de Andrijasevic en el minuto 30. La jugada fue magnífica, quizás todavía más porque el comentarista de TVE había dicho minutos antes que Gudelj y Andrijasevic no tenían calidad. Con el partido cerca de acabar y el Celta con uno mes tras la expulsión de Gudelj al inicio de la segunda mitad Salillas lograba el tercer tanto tras una jugada llena de habilidad de Ratkovic. El Celta lograba una renta muy importante para visitar el Heliodoro Rodríguez ante el favorito de la competición, un Tenerife que había eliminado al Real Madrid.

Pero el segundo entrenador del Tenerife menospreció al Celta y aseguró que su equipo iba a darle la vuelta al marcador en casa sin problemas. Miguel Ángel Cappa se convirtió en el objeto de ira de la afición celeste. El partido de vuelta acabó con 2-2 pero lo cierto es que el Tenerife se adelanto 2-0 con goles de Aguilera y Dertycia. Quedaban 30 minutos de sufrimiento, pero en ese momento emergió Gudelj como un coloso y enmudeció al Heliodoro con dos tantos en el 66 y en el 73. El Celta ya estaba en la final de Copa, el Zaragoza su rival.

La final

La ciudad estalló en júbilo, su equipo, al que tantas veces había visto fracasar alcanzaba la gloria. Los Gudelj, Vicente, Salinas, Otero, Cañizares, Engonga habían llegado a la final después de eliminar a seis equipos. El Celta consiguió revitalizar la Copa del Rey, una competición que se estaba muriendo, más bien su aficiónque fue la que se volcó. 20.000 celestes abarrotaron buses, trenes, coches para ir ese 20 de abril a Madrid.
El equipo se aisló en Albacete, pero eran conscientes de lo que se estaba originado en la ciudad. Y llegó la noche, los jugadores sabían que eran inferiores al Zaragoza, pero delante se presentaba una oportunidad histórica. Carnero reconoció años después que se le saltaron las lagrimas al salir al Calderón cuando vio la marabunta celeste.
Patxi Salinas se acercó a Cañete y de dijo "por ellos, esta noche no podemos perder" en el palco estaba un nervioso Ignacio Núñez, con una castaña de la bruja en el bolsillo, se le había obsequiado el, en ese momento alcalde de Vigo, Carlos Principe, para contrarrestar el gafe del presidente de la Xunta, Fraga.
El partido no pasará a la historia por su buen juego, Salva tuvo la ocasión más clara para anotar un tanto, pero ambos equipos fueron incapaces de perforar la meta rival. El Celta confiaba en los penaltis y la pericia de Cañizares para alzar su primer título. Pero no pudo ser, Cañizares no pudo atajar ninguno mientras que Alejo fallaba el quinto del Celta. Parecía que un topo le había movido el balón. Las lagrimas y la decepción no tardaron en aparecer. Se rompía el sueño de un equipo humilde, obrero como la ciudad que lo vio crecer, pero no había nada que objetar. Un celtista de verdad nunca reprocharía nada a esos muchachos, lo habían dejado todo en el campo, se habían vaciado haciendo honor al escudo que portaban sobre su corazón y por un detalle no pudo ser.

La decepción se transformó enseguida en orgullo, en admiración por lo conseguido, la ciudad recibió como héroes a sus jugadores, porque como dice Gustavo Agulla, el Celta no tiene títulos, lo que posee son gestas, y estas nunca se oxidan. Y desde luego la final de Copa del Rey de 1994 en una gesta del celtismo, un recuerdo dulce de una noche amarga.

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