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Rafinha, el niño gordito que soñaba con ser portero

Alberto Bravo

Rafinha Alcántara estaba llamado a ser uno de los mejores futbolistas de esta década y la siguiente. El hijo de Mazinho y hermano de Thiago es pura magia y fantasía sobre el terreno de juego, tal era la confianza en él que cuando el Barcelona pierde a Thiago, que se va al Bayern de Munich, la preocupación era mínima porque el hermano bueno seguía siendo azulgrana.

Qué hubiese sido de Rafinha sin lesiones es algo imposible de adivinar, pero desde luego no estaría en Vigo defendiendo su amada camiseta del Celta de Vigo. La carrera de Rafinha, sin duda, está marcada por las gravísimas lesiones que le han hecho ser un hombre más fuerte y paciente, pero que le han privado de ser, hasta el día de hoy, una leyenda en el mundo del fútbol. El 'Olimpo de los dioses' del fútbol tenía un lugar reservado para este brasileño de aún 26 años que ahora busca, en su vuelta a Vigo, su lugar en el mundo.

Y es que Rafinha ha vuelto a casa, la casa de su madre y su hermana, a las que está muy unido. Una ciudad, Vigo, en la que dio sus primeros pasos jugando en el Ureca mientras su padre daba, cada semana, una lección de fútbol en el Celta. Ahí nació su amor por un color, el celeste, y un equipo, el Celta.

Rafinha Alcántara, de pequeño, junto a su padre.

Con solo cuatro años Rafinha enamora a toda la afición celeste con un audio tan gracioso como emocionante. El pequeño de los Alcántara cantaba en Liverpool, cuando los vigueses vencieron 0-1 en Anfield Road, la 'Rianxeira' en Onda Cero, un recuerdo imborrable que perdura ahora, 22 años después.

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Mazinho se fue por la puerta de atrás del Celta y de Vigo. Una lesión degenerativa le impedía seguir siendo profesional y él se negó a aceptar esa realidad. Firmó por el Elche truncando la posibilidad de que Rafinha y Thiago se enrolasen en las categorías inferiores del Celta, equipo con el que el pequeño de sus hijos disputó la Arosa Cup antes de firmar, con 12 años, por el Barcelona.

Rafinha con el Celta en la Arosa Cup (Foto: FdeV).

Ese torneo ya lo jugó como jugador de campo, pero el niño de ocho años que tenía como ídolo futbolístico a su padre comenzó jugando de portero, algo que él mismo ha recordado en alguna ocasión: "¡Me encantaba, me encantaba! Y si midiera 1,90 me gustaría ser portero. Recuerdo que de pequeño me llamaba la atención la ropa. La ropa de portero ¡Hostia! Esas camisetas de colores... Las medias altas, los guantes. Todo me parecía una pasada. En el Celta siempre me fijaba en Dutruel, que para mí era un porterazo".

Ni siquiera él se veía, siendo un crío, como un jugador de fútbol: "Yo, sinceramente, nunca pensé que iba a llegar. Era gordito y esas cosas... En cambio, a mi hermano Thiago sí que lo veía bastante, pero en mi caso no. Cuando jugaba mi padre, por ejemplo, mi hermano se quedaba de piedra viéndolo jugar y yo me iba por ahí, a hacer cualquier otra cosa", recordaba en el diario Sport.

Pero su calidad innata le hizo dejar los guantes a un lado para convertirse en una de las grandes promesas de La Masía, donde llegó con 12 años. Una llegada que guarda una gran anécdota ya que al pobre Rafinha le esperaba una broma por parte de su padre y de los responsables de la cantera azulgrana: "Cuando había hecho la prueba, mi padre vino y me dijo que no la había pasado. Tal cual, que no me querían. Que no contaban conmigo. Imagínate eso para un niño de 12 años, pues más o menos te hundes. Pero a los cinco minutos, me llamó mi madre diciendo que estaban de broma. Estaban todos compinchados". 

Rafinha, Thiago y Rodrigo, en 2005, en Barcelona (Foto: Mazinho).

Allí fue quemando etapas a la velocidad de un rayo, la misma velocidad con la que jugaba al fútbol. Rafinha, con 18 años era la estrella de un Barça B que hacía un fútbol preciosista en LaLiga SmartBank. Sólo estuvo en el filial una temporada más, todo indicaba que se estaba ante una gran estrella y la Primera le esperaba.

Rafinha con el Barcelona B (Foto: Zueras).

Y así fue, pero no en el Barcelona. Fue el Celta quien le dio su primera oportunidad de demostrar su talento en la mejor Liga del mundo. Con Luis Enrique de entrenador, Rafinha fue de menos a más para convertirse en uno de los grandes atractivos del equipo vigués. Tras su año de cesión, regresaba a Barcelona para demostrar todo el fútbol que atesoraban las que iban a ser, por desgracia, sus frágiles piernas.

Rafinha en su primer paso por el Celta (Foto: Villar).

Con el '12' a la espalda, un número que jamás le ha abandonado, el habilidoso centrocampista de 21 años se hacía un hueco en el Barça de Luis Enrique, el mismo entrenador que había tenido en Vigo. Ese dorsal, atípico para un atacante, tiene un motivo: "Es el día que nací, el 12. Siempre me he sentido identificado. Siempre me ha gustado ver juntos el 1 y el 2. Lo llevo desde pequeño y ahora, ya como profesional, no lo he cambiado", explicaba un Rafinha que de nuevo en Vigo sigue luciendo ese número fetiche.

Y Rafinha comenzó a romperse

Su primer curso en la ciudad condal fue un éxito, pero a partir de ahí llegaron las lesiones. La primera, en septiembre de 2015 ante la Roma. El belga Nainggolan le hizo una durísima entrada que le provocó una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha.

Nainggolan lesionó a Rafinha con esta dura entrada.

No volvió hasta marzo de 2016, cuando volvía a contar con el favor de Luis Enrique y Rafinha le respondió con buen juego y goles para sumar un nuevo doblete. Pero un año después volvía a caer. Tuvo que ser operado del menisco de la rodilla derecha. Todo se complicó, y lo que iba a ser una baja de un par de meses le obligó a pasar de nuevo por el quirófano perdiéndose ocho meses de competición.

Rafinha en el Inter de Milan (Foto: EFE).

El curso 2017/18 lo pasó en blanco hasta que fue cedido al Inter de Milán en enero. De nuevo volvió a demostrar que su calidad y talento eran capaces de imponerse a tanto infortunio pero al bueno de Rafinha el destino aún le guardaba una nueva puñalada.

Rafinha tratándose de una de sus lesiones.

En noviembre de 2018, en un partido contra el Atlético de Madrid, se rompía el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. Un curso de nuevo de recuperación en el que sólo pudo jugar cinco partidos.

Rafinha, un espíritu irreductible

Su paso por el Barcelona era un déjà vu continuo en forma de buen juego, lesión, recuperación, buen juego, lesión y recuperación. Así hasta en tres ocasiones.

Rafinha recuperándose de una lesión.

Con un espíritu irreductible y una fuerza de voluntad inquebrantable, a pesar de los durísimos golpes que había recibido en tres años, Rafinha se recuperó. Empezó este curso jugando de titular ante las bajas de algunos de sus compañeros en el Barcelona, siendo incluso el mejor de su equipo. Pero él sabía que acabaría en el banquillo, más si no renovaba su contrato, que expiraba este próximo verano.

Así, el Celta, inmerso en la 'Operación Retorno' se fijó en él porque sin ser canterano en su corazón era un celtista más, como si hubiese mamado A Madroa desde niño. Y el última día de mercado el Celta anunciaba la llegada del niño que 22 años antes cantaba en Liverpool 'A Rianxeira' mientras aseguraba que el Celta, su Celta, el de su padre, ganaría 0-2 con goles de Mazinho y Mostovoi.

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