No hay equipo más en forma en toda Europa que el Bayern Múnich, que, ni siquiera cuando reduce su versión, parece superable para casi nadie, este miércoles el Lyon, por unas individualidades y una pegada imparables, como el desbordante Serge Gnabry, que transformó un inquietante 0-0 en un triunfo indudable hacia la final de Champions League (0-3) del próximo domingo contra el París Saint Germain en Lisboa.
El extremo hizo los dos primeros goles y Robert Lewandowski marcó el tercero, pero no fue el aplastante equipo de cuartos de final. Ni se acercó. Tampoco lo necesitó. No hay límites aparentes para el bloque alemán, que siente una convicción inalterable, con una cantidad tremenda de recursos y un físico afinado, pero hoy por hoy menos determinante que todo el talento que tiene en sus futbolistas.
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