Metafóricamente, el camino que ha de cruzar el Athletic Club si el año que viene quiere disputar alguna de las tres competiciones continentales es el mismo que utilizan habitualmente los habitantes de Euskadi si quieren avanzar hasta el país vecino. Los rojiblancos deben superar la primera de las barreras que le abren el camino hacia el Viejo Continente y esa no es otra que la Real Sociedad.
Y es que el fútbol se resume en eso. Ganas y avanzas. Pierdes y retrocedes. Y el
Athletic tiene ante sí la jugada maestra. Un derbi, un partido directo, un rival inmerso de lleno en el mismo objetivo de los rojiblancos y un hueco que sería difícil de cerrar si no se gana este domingo en San Mamés.
Después de un duro golpe, un mazazo en toda regla en Mallorca, no se me ocurre (ni en el más optimista de mis sueños) una oportunidad mejor para revertir el traspié insular y volver a insuflar ánimo y optimismo a la afición en la previa de unos días que se presuponen mágicos.
El equipo de Marcelino, sí, el equipo modelado y con ADN propio del técnico
asturiano y que hace las delicias de los amantes del fútbol cuando despliega sin complejos todo su potencial y carácter, es capaz de vencer a cualquiera (como ha demostrado en nuestra competición fetiche) y de perder encuentros que parecen dominados en la liga doméstica.
A riesgo de equivocarme (poco, la verdad, pero es una frase común que te puede librar de algún fallo) todos los miembros de este equipo se sienten en deuda con los que, con ilusión, nos ponemos la elástica rojiblanca y nos anudamos la bufanda al cuello cada vez que es día de acudir a La Catedral. La comunión entre jugadores, afición y cuerpo técnico adquiere una dimensión colosal cuando toda la parroquia se reúne en San Mamés.
Es evidente que los futbolistas son conscientes de que es necesario dar un golpe
encima de la mesa. Acción – reacción. La mejor forma de olvidar este lunar es mostrar la mayor de las intensidades, de furia, de raza, de pundonor… en el partido del domingo.
Ser el Athletic. Correr más que el rival, asfixiar con la presión en bloque alto, transiciones rápidas, velocidad. La grada de pies. Las bufandas al viento. La unión infranqueable de la afición con sus jugadores. Una caldera. Un partido de los que hacen afición, pero una jornada de liga. Porque este partido, sin ser una ronda eliminatoria, puede ser considerado como tal. Y me explico.
El partido del domingo es de esos que pueden marcar un punto de inflexión en el curso rojiblanco.
La opción de caer eliminados de la Copa es algo que está encima de la mesa y, que un rival directo pueda abrir un espacio aún mayor en la lucha por las plazas nobles puede provocar una situación difícil de gestionar en el seno del club. No es un duelo a vida o muerte, pero, en el caso de no ganar, podemos empezar a preparar la mesa del quirófano.
El derbi son 3 puntos. Ni más, ni menos. Un partido con un toque especial por la cercanía, por la procedencia, por tener todos un amigo o una amiga del equipo vecino. Pero sin perder la perspectiva de que estos 3 puntos que se ponen en juego son idénticos a los de la primera jornada.
Un último apunte. La vida real no son las redes sociales. Aparquemos la
confrontación, las faltas de respeto o las descalificaciones que vemos a través de la red del pajarito. La afición de San Mamés y el Athletic ha de estar por encima de todo ello.