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El problema es puramente futbolístico

Quique González, en un partido del Deportivo disputado en Riazor (Foto: Iris Miquel).
Carlos Rosende

Lejos de señalar al entorno como parte del problema, el Deportivo está obligado a encontrar con premura una respuesta para salir de su primera crisis severa de la temporada, pues el palpable descontento de la afición blanquiazul, fruto de un lustro marcado por incontables decepciones, puede no ayudar a aliviar la ansiedad, pero desde luego no explica el bache futbolístico que atraviesa el equipo.

El atasco a todos los niveles no es circunstancial, sino más bien todo lo contrario: al cuerpo técnico le cuesta cada vez más encontrar soluciones en la pizarra para descongestionar a un conjunto falto de ideas e incapaz de imponer su estilo de juego; las individualidades llamadas a marcar diferencias no logran ofrecer su mejor versión; y los entrenadores rivales han ido destapando las carencias de una plantilla empequeñecida al perder efectividad en ambas áreas. Los últimos tropiezos en Riazor explican con claridad la realidad de un equipo atrapado en su propia telaraña cuando tiene la obligación de llevar la iniciativa.

Al Dépor le cuesta horrores madurar los partidos en casa, en parte porque ya no sabe ni dónde ni cómo puede encontrar vías de agua en las defensas. La pelota circula lenta en la medular y los extremos no aclaran las jugadas cuando reciben pegados a la cal. Por detrás, la producción ofensiva de los laterales está siendo deficitaria. Olvidado el rombo hasta que Natxo decida rescatarlo, la banda derecha se alimenta de la chispa de Fede Cartabia, ahora peleado consigo mismo. Lo mismo sucede en el perfil opuesto: en el sector izquierdo, donde el Dépor del 4-4-2 juntaba a un notable Saúl, al mejor Vicente y a un soberbio Carlos Fernández, cualquier tiempo pasado fue mejor. La suma de factores negativos acaba restando, porque cuanto peor atacas más te desordenas y cuanto más te desordenas más te expones al aguijón del rival.

El Deportivo no solo ha perdido puntos, también se ha ido desviando de su identidad como local: prioriza llegar rápido a posiciones de remate y permite el intercambio de golpes en lugar de acumular pases en zonas intermedias, donde se le presume más poderoso que la inmensa mayoría de sus oponentes. No siempre empeñarse en engullir al contrario es más digestivo que masticarlo, una lección que este mismo equipo demostró tener aprendida allá por los meses de septiembre y octubre, cuando el Dépor gustaba y se gustaba.

Para salir del atolladero es condición necesaria sumar una victoria ante el Almería que disipe dudas y elimine fantasmas, pero la reflexión debe ser más profunda y solo guarda relación con el balón, no con la grada: ¿será capaz el Deportivo de ordenar sus ideas, hallar el remedio en su propia plantilla, rehabilitar a sus futbolistas más influyentes y atinar en los ajustes tácticos? De ello depende el éxito de un colectivo que ha visto cómo se alejan las plazas de ascenso a directo a Primera, pero que todavía está a tiempo de alcanzar su objetivo.

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