En una Europa sufrida, en una Europa que se resquebraja por su isla, en una Europa sacrificada, en una Europa denostada, en una Europa sin demasiado brillo, sin demasiado fútbol, en una Europa sin estrellas, sin faros, en una Europa sin glamour, en una Europa sin grandes referentes, ha emergido el sacrificio, ha emergido la supervivencia, ha emergido la pelea, el trabajo, ha emergido el Sur, ha ganado Portugal.
Una Portugal tercera en su grupo, incapaz de ganar a Islandia, incapaz de ganar a Hungría, incapaz de ganar a Austria, pero que tampoco perdió, que se va con la Copa de este torneo y sin haber perdido ni un partido. Y quizás por eso, porque en esta Eurocopa no ha habido ninguna selección apabullante, ganadora (quizás se acercó Alemania), ha encontrado su hueco en la historia la selección de la península ibérica, una selección de Portugal superviviente, trabajadora y gris, pero que ha hecho de esas señas su identidad y las llevó a la enésima potencia en la final de París, en la que ganó a Francia, la favorita, la anfitriona, sin Cristiano. Precisamente alcanzó el cielo desprovisto de sus estrellas.
Posiblemente Portugal no haya sido la selección más brillante, pero sí la que ha sabido competir mejor, cuando más difícil lo tenía además Y en esa loa a la discreción, al trabajo más que al brillo, el héroe fue Eder, el nueve que no fue nueve porque siempre fue suplente, el suplente que nunca fue estrella pero que ya es historia viva del fútbol. Ante una Francia que quizás fue castigada por no elegir su camino, porque esa Francia sí podía permitirse ser brillante, ser más osada, pero eligió el juego en el que Portugal es el campeón, el juego en el que ha sido campeón en este torneo. Y ahí fue inabordable la selección lusa, que contuvo a los galos y se los llevó de calle en la prórroga con ese gol de Eder.
La final fue en términos generales bastante pobre. Fuera quien fuera el campeón, estaba claro que era un campeón puntual, ocasional, al que las vicisitudes del torneo habían llegado a la final, con mérito por supuesto, pero sin ningún patrón que atendiera un especial reconocimiento. El caso es que la Francia de camino cómodo y efectivividad ante Alemania y la Portugal de pobre imagen, cuadro facilón y oportunismo excelso se disputaban toda una Eurocopa, todo un trono europeo que, como en la aristocracia, se alcanza por circunstancias más que por méritos. Nada que ver con la filosofía de fútbol de la España de 2008 o 2012, nada que ver con la plausible reconversión futbolística de Alemania. Pero el campeón, campeón es al fin y al cabo.
El héroe inesperado fue Eder, un nueve en una Portugal sin nueve que marcó un gol histórico Y el campeón fue Portugal. El partido, pobre, insistimos, fue de un guion demasiado previsible, demasiado aburrido, poco sorprendente. Una Francia física, fuerte, superior, tomaba el mando ante una Portugal competitiva, superviviente, que esperó, durante poco tiempo, un fogonazo de su Cristiano para dar el zarpazo. Ese poco tiempo fueron 24 minutos, los que tardó en salir del campo el jugador del Real Madrid por una entrada fea de Payet, tan fea como el partido del otrora estrella de la Euro. De más a menos su torneo, como la primera parte de Francia, que había salido como un tren a por Portugal y que encalló precisamente a partir de la lesión de Cristiano Ronaldo, que rompió el ritmo galo, un ritmo que ya no volvió a encontrar en casi todo el choque, excepto cuando la cogía, la controlaba, la conducía, la pasaba o la remataba Sissoko, el mejor del partido con diferencia. Curioso, de descender con el Newcastle en la Premier a brillar en la final de la Eurocopa.
Tras esos buenos primeros minutos franceses, ya nada fue igual en el partido. Ni estaba Cristiano ni estaba tampoco Francia, o al menos estaba pero no metía ya miedo. De hecho, la segunda parte fue bastante plácida para Portugal, que se permitió el lujo, dentro de su consciencia de inferioridad, dentro de su espíritu de sacrificio y supervivencia, hasta tener alguna ocasión, aunque las más claras siguieran siendo de Francia. Pero no tantas como para convertir a los lusos en sumisos. De hecho las más claras, abortadas siempre por un Rui Patricio espectacular, llegaron al final del partido, sobre todo una gran jugada de Gignac que acabó en el palo cuando acababa el partido casi. Antes, Deschamps y Fernando Santos había movido sus fichas, habían cambiado para que todo siguiera igual. Con pocos riesgos por ambas partes, con pocos excesos y muchas precauciones tácticas. En realidad, el empate, con el que se llegó a la prórroga, parecía no incomodar a nadie, a Francia porque se sentía mejor, sentía que si el gol llagaba caería de su lado; y a Portugal porque se ha acostumbrado a este tipo de partidos en este torneo, y siguiendo vivo, se sentían casi ganadores.
Ese sentimiento tan acentuado se hizo materia en una jugada de Eder, en un golazo, realmente, pero de fuerza, de potencia, de pelea, para desprenderse de contrarios cuando le acosaban mientras buscaba el remate, hasta que lo encontró. Ese remate, ante un Umtiti (nuevo fichaje del Barcelona) observador más que activo, acabó siendo el gol que llevó a Portugal a los altares.
Es la primera Eurocopa para Portugal, que se suma a los anales de la historia del fútbol europeo justo cuando ese fútbol con el que pintaba España el Continente desaparece para convertirse en gris. Pero el gris también es lícito, también es color de campeones, como ese color de esa Europa que sobrevive y se sacrifica hasta convertirse en campeona. Toda una lectura de campeones. Felicidades.
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