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Anoeta, allí donde empezó todo

EFE / Álex Santos

Un tanto en propia puerta de Jordi Alba en el minuto 2, la incapacidad de darle la vuelta al tanteador y la suplencia de Lionel Messi tras la vacaciones de Navidad fue el cóctel que vivió el barcelonismo en la última visita a Anoeta, que originó una crisis mayúscula y que pudo haber acabado peor.

Un año y tres meses atrás, donde todo apuntaba a que el Barça podía acabar arrasado por una grave crisis social y deportiva, el club catalán puede echar una mirada atrás y convenir que en Anoeta empezó todo, ya que una sacudida en los cimientos del Camp Nou acabó con el Barcelona repitiendo su mejor hazaña, con un nuevo triplete.
Al final, en Anoeta sólo fue un 1-0 en campo contrario, que a la postre tuvo una repercusión deportiva directa, pues impidió a los barcelonistas quedarse solos en el liderato y aprovechar el tropiezo del Madrid en Mestalla (2-1), pero indirectamente acabó llevándose por delante por inconsistentes todos los puentes que existían entre el técnico y el vestuario y entre la directiva y el club.
Messi encajó de muy mala forma aquella suplencia, que a ojos de un observador neutral parecía lógica, pues no se había entrenado todos los días que lo habían hecho el resto de azulgranas tras las vacaciones de Navidad, pero, con la mirada barcelonista, parecía todo un sacrilegio relegarlo al banquillo sin antes tratar de negociar esta situación.
La primera escena que se produjo fue que Messi no estuvo en el tradicional entrenamiento a puerta abierta para los socios el día antes de Reyes. Un gesto que hizo temblar los pilares del Camp Nou. Todos veían que Messi, por su suplencia, le echaba un pulso al técnico.
Luis Enrique, que hasta entonces no había acabado de darle al Barcelona un tono ganador, acabó en el centro de la diana y del debate, pues su continuidad pasó a ser puesta en duda ante el polvorín en que se había convertido el vestuario en pocas horas.
Era el 4 de enero del 2015, y el Barcelona abandonaba San Sebastián igualando al Madrid en la cabeza, pero envuelto en un problema de los que en el Barça crecen como la espuma en tiempo récord.
Parte del entorno barcelonista puso el punto de mira no sólo en el entrenador, sino en la directiva, y concretamente en la inconsistencia de Josep Maria Bartomeu al frente del club, después de que un año atrás tomase las riendas del club a causa de la dimisión de Sandro Rosell.
El Barça, que había acabado el año 2014 con victoria en el campo del Valencia (0-1) y pasando a octavos de final de la Liga de Campeones sin un horizonte borroso a corto plazo, a pesar de que el fútbol del equipo de Luis Enrique no acababa de agradar a casi nadie, comenzó el 2015 con el tropiezo en Anoeta como si la entidad estuviese a punto de saltar por los aires.
La fragilidad que se detectó entonces empujó a Bartomeu a una incursión en los bajos fondos del Camp Nou, donde habló por separado con algunos de los principales actores del embrollo, y algo debió de aclararse: el futuro de Luis Enrique no iría más allá del final del campeonato, sino incluso antes, y la junta directiva convocaba elecciones avanzadas para ese final de curso.
Enviado este último mensaje al entorno, y sin dar oficialidad al primero de ellos, el Barcelona se disponía a regresar al Camp Nou a la semana siguiente, donde un resultado que no fuese la victoria podía volver a ver el regreso de los pañuelos en el graderío, un mensaje peligroso de producirse por parte de los socios, a pesar de que Bartomeu ponía en cierta forma su cabeza en bandeja avanzando las elecciones, que oficialmente estaban citadas para el 2016.
El cambio de escenario fue radical en todos los estamentos, pues el Barça cuajó uno de los grandes partidos hasta el momento de aquel curso, en el que casi barrió a un Atlético de Madrid que venía al Camp Nou dispuesto a poner su granito de arena para convertir el feudo barcelonista en una olla a presión contra el propio club azulgrana.
El equipo catalán, además de jugar un partido enorme, saldó el encuentro con un 3-1 y se cimentaron las bases de un grupo mucho más unido, cuya mejora en el fútbol propuesto fue una evidencia, ya que encadenó una serie de resultados victoriosos, con 16 triunfos casi consecutivos, sólo interferidos por una derrota en el Camp Nou frente al Málaga (0-1) el sábado 21 de febrero.
Aquel Barça que transitó por una fina línea que daba a un precipicio acabó llevándose todos los títulos (Liga, Copa y Liga de Campeones), repitiendo la hazaña que en el 2009 había logrado el grupo de Josep Guardiola.
Además, ya en verano, el socio dio un espaldarazo a la junta, que ganó por mayoría absoluta las elecciones, cuando meses atrás parecía impensable que Bartomeu ganase en las urnas, y más cuando Joan Laporta había anunciado su concurso.
Un año y tres meses después, el estado de ánimo con el que el Barcelona viaja a Anoeta es diametralmente opuesto, aunque tras el tropiezo en el clásico en la jornada anterior, y al haberse reducido la ventaja a seis puntos con el Atlético y a siete con el Madrid, otra vez cualquier resultado que no sea una victoria en San Sebastián podría originar alguna duda, aunque, en ningún caso, como la tensión que el club padeció en el curso anterior.

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