Parafraseando a Eduardo Galeano, jugar sin hinchada, o lo que es lo mismo; sin Messi, es como bailar sin música. Poco importan los obstáculos que atraviesen el camino. Da igual si el terreno es hostil, si el regusto es amargo o si las adversidades aprietan. Pase lo que pase siempre existe un denominador común: aparece el tango del argentino.
Y es que cuando Messi baila, se para el tiempo. Una danza que duerme a la fiera más inquieta, que envenena a los entes inmunes, que sodomiza lentamente a los más insípidos. D10S volvió a bajar a la tierra. Para adoctrinar a los que dejaron de creer en él. A los que perdieron la confianza en sus poderes, a los ciegos que tornaron la realidad más absoluta en una turbia visión.
Este sábado el argentino volvió a sacar una rabia innata. Ya lo avisó Machín en la previa del partido: "un jugador sólo es incapaz de resolver un partido". Y como de costumbre cuando alguien intenta restar mérito al '10'... se equivocó.
Una semana hace que pasó San Valentín. Pero los puritanos dicen que se quiere por igual todos los días y Messi regaló besos para todo el que lo pidió. El primero, a la escuadra con uno de los goles del año. El segundo, acariciando la pelota con la pierna menos buena. Y el tercero, tocando lo justo para batir a Vaclik. Encima, otorgó la asistencia del definitivo 2-4. Que su magia no se marchite nunca...