Víctor Martí,Barcelona, 18 dic (EFE).- Escribió el escritor mexicano Juan Villoro que "el fútbol es la parte predecible de nuestra vida. No estamos seguros de encontrar tiempo para ir al dentista o al supermercado pero sabemos con estratégica anticipación dónde veremos la final de la Champions".,El Barcelona-Real Madrid de la temporada 2019-20 se recordará como el más imprevisible para manifestantes convocados por la organización Tsunami Democràtic, aficionados y jugadores de ambos equipos.,Impr
Víctor Martí
Barcelona, 18 dic .- Escribió el escritor mexicano Juan Villoro que "el fútbol es la parte predecible de nuestra vida. No estamos seguros de encontrar tiempo para ir al dentista o al supermercado pero sabemos con estratégica anticipación dónde veremos la final de la Champions".
El Barcelona-Real Madrid de la temporada 2019-20 se recordará como el más imprevisible para manifestantes convocados por la organización Tsunami Democràtic, aficionados y jugadores de ambos equipos.
Impredecible más allá del césped. Porque el clásico empezó para muchos -unos 5.000 manifestantes, según cifras de la Guardia Urbana- a las 16.00 horas de este miércoles, cuatro horas antes del pitido inicial del árbitro. El objetivo de los convocantes: protestar por la sentencia condenatoria del Tribunal Supremo a los presos independentistas.
Aunque extradeportivamente el clásico se jugaba desde hace semanas, cuando la Liga de Fútbol Profesional decidió suspender el partido previsto para el 26 de octubre.
Desde entonces, los mensajes de Tsunami Democràtic y las especulaciones sobre el carácter de las movilizaciones han sido constantes.
La margarita extradeportiva se empezó a deshojar cuatro horas antes del partido. Por la mañana, la situación en los alrededores del Camp Nou no distaba mucho a la de otros clásicos: calma en las calles, más presencia policial de lo habitual custodiando el hotel de concentración de ambos equipos y una pancarta de Tsumani -"Cambiemos el estado de las cosas. No violencia, desobediencia civil"- desplegada en el edificio del hospital de la Maternidad, a pocos metros del Camp Nou.
Con puntualidad británica, manifestantes y algunos aficionados más previsores, especialmente turistas, se mezclaban en los cuatro puntos de concentración que rodeaban el estadio.
Más de 3.000 agentes, incluyendo la seguridad privada del club, custodiaban la zona a la espera de movimientos y cortaron la avenida Joan XXIII para asegurar el trayecto de árbitros y jugadores entre el hotel de concentración y el Camp Nou.
Con cartulinas con el lema 'Spain, sit and talk' (España, siéntate y habla) y banderas independentistas, los manifestantes más previsores, una mezcla de jóvenes y personas de mediana edad, cortaron el tráfico y entonaron las consignas habituales que se escuchan un 11 de septiembre.
Todos ellos, eso sí, pendientes de sus teléfonos, actualizando el canal de Telegram de Tsunami Democràtic con más de 412.000 seguidores.
"No soy socia. He venido a ver el partido, estoy aquí para movilizarme pacíficamente siguiendo las instrucciones", apuntaba Montse en declaraciones a la Agencia Efe, señalando el móvil en las escaleras de uno de los accesos al recinto.
Entre los concentrados también se citaron socios del Barcelona como Joan. Vestido con la camiseta de la 'senyera catalana' que se popularizó en la temporada 2013-14, este barcelonés acudía convencido de que el partido se disputaría. "Priorizo el partido, pero seguro que se juega. Y si no, ya se verá. Dentro del estadio expresaré mi opinión", subrayaba.
Entre la protesta pasiva y sin incidentes destacables en las primeras horas, se dejaban ver también aficionados con la intención de vivir el clásico.
Desde socios de toda la vida hasta turistas, cada vez más presentes en los partidos del Camp Nou, nerviosos ante su primer clásico. Entre estos últimos María y Guadalupe, dos hermanas hondureñas residentes en Nueva Jersey (Estados Unidos), cruzaban los dedos.
Lo tenían todo previsto para acudir al partido del 26 de octubre. Anularon el viaje, perdiendo dinero, y compraron dos billetes más caros para el encuentro de este miércoles.
"Me cobraron 300 dólares para cancelar cada billete y los volvimos a comprar. Nos costaron mucho más caros. Le pedimos a Dios que se juegue", reclamaba María.
A pocos metros, Luis Carlos, Marisa y Carmen, tres socios jubilados "de toda la vida" de El Prat de Llobregat (Barcelona) esperaban sentados en una parada de autobús pendientes de que las puertas del estadio abrieran a las 18.30 horas.
Ante las recomendaciones del club de llegar con tiempo al estadio, decidieron almorzar cerca del Camp Nou y esperar mientras observaban, tranquilos, la evolución de las movilizaciones.
"Con un vecino que tengo en tribuna le dije: aunque tenga ser en camilla, yo iré al estadio. Creo que el partido se jugará", confiaba Marisa, quien subrayaba que "el clásico se tendría que haber celebrado el 26 de octubre".
"Hemos venido a ver el partido. Ellos (Tsunami Democràtic) han hecho dos promesas: la primera que el partido se disputará tranquilamente y la segunda que se verá en todo el mundo lo que ha pasado. Tienen que cumplirlo", pedía.
Pese a la expectación, poco antes de las 18.00 horas, los autocares con las plantillas de los dos equipos y los colegiados partieron del Hotel Sofía, a 500 metros del Camp Nou, sin incidente alguno. Los primeros en llegar fueron los colegiados, seguidos por los jugadores de Barça y Real Madrid.
A las 18.30 horas se abrieron las puertas del estadio para los aficionados con entrada. El dispositivo de control fue exhaustivo. Dos agentes de los Mossos d'Esquadra revisaron la sala de prensa con un pastor alemán. Además, todos los aficionados fueron chequeados uno por uno antes de entrar al estadio. De momento, el clásico más impredecible en lo extradeportivo se juega.