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Copa de la República: 80 años de 'orgull granota'

Emilio Nadal

Afortunadamente el relato que trató de dignificar la efervescencia y la heroica participación del Levante en el marco de la Copa de La República, entre los meses de junio y julio de 1937, adquirió la merecida pátina de brillo que, en un tiempo no tan alejado del presente, había perdido. Fue la típica historia que se sumergió entre tinieblas para languidecer y perder el rastro de su latido durante infinidad de décadas. Su estela se fue borrando para asomarse y rescatar su esencia. El relato histórico no siempre ofrenda a los perdedores. Y la Copa se disputó en suelo leal al gobierno de la República apenas un año después del alzamiento militar fechado en julio de 1936. La narración, cuando se cumplen 80 años de aquella titánica proeza, está perfectamente anclada al imaginario del levantinismo. Por suerte su memoria está rehabilitada. Desde un prisma deportivo, se acentúa la acción protagonizada por Dolz en el segundo tramo del encuentro que cruzó al Levante y al Valencia en el Estadio de Sarrià.

El mítico Agustinet templó el cuero con decisión sobre la faz del área valencianista. Fue una invitación sugerente que Nieto, con alma de corsario, no desaprovechó. Por allí surgió el ariete para cambiar el destino de un partido de signo áspero. Lo advierten las crónicas de la época: No fue una confrontación estética. Fue una pelea cruenta entre dos entidades acostumbradas a rivalizar sobre el verde. Más solemne fue la previa que presentó El Mundo Deportivo el día de autos. "El encuentro de esta tarde tiene una significación más importante. Se trata de la FINAL DE LA COPA DE 1937. Y su significación estriba en que en la España leal no se han interrumpido las competiciones futbolísticas. Después de los superregionales, hubo Liga. Ahora también final de Copa que, como en los años anteriores del glorioso historial del Trofeo es donado por el Jefe del Estado", (en alusión a Manuel Azaña). Quizás las líneas fundamentales estén realzadas.
El tono épico del discurso aumentó de grado. "Acaso al correr de los años en la línea correspondiente al 1937 figure la palabra NO JUGADA en lugar de consignarse al vencedor sería injusto. Lo sería aunque la Copa haya tenido esa fórmula extraña y poco deportiva. Lo sería tanto más porque los jugadores que son deportistas y son disciplinados, han sabido hacer honor al Torneo y lo han jugado con todo su empeño e interés". Parece una evidencia que el redactor ejerció de oráculo. El futuro de La II República era lóbrego. Aquel Levante ya había eclipsado al Valencia en Vallejo y en Mestalla en la fase regular de una competición que reunió sobre el verde al Girona y Espanyol, al margen, obviamente, de los dos máximos representantes del balompié de la ciudad del Turia. El club de los Poblados Marítimos y el Valencia coronaron la tabla por su vértice más ascendente. Esa condición les guio hasta la Final de Sarrià. Fue una de las singularidades que confirieron identidad al Torneo desde un punto de vista estructural. Todos los teams combatieron entre sí en el rectángulo de juego antes de dirimir su destino último durante noventa minutos repletos de emociones.

¿Pero qué sucedía en aquel momento en la vieja Iberia? Desde ese prisma, la Copa forma parte de un contexto histórico dominado por el dolor y una terrible incertidumbre. La Guerra estalló formalmente el 17 de julio de 1936 con la insurrección militar que tuvo como epicentro Melilla. Desde el Protectorado la rebelión se extendió hasta la Península Ibérica para gestar un país dividido en dos espacios antagónicos y totalmente irreconciliables. Valencia mantuvo una inquebrantable fidelidad a las estructuras de La II República constituida en las urnas en abril de 1931. Su compromiso fue valiente y desde la claridad de noviembre de 1936 asumió con orgullo las funciones de capital del Gobierno republicano. Durante un año las principales decisiones de gobierno se adoptaron desde Valencia.
El influjo de la ciudad del Turia en la búsqueda de nuevas propuestas para mantener prendida la llama del fútbol se materializó en el diseño de la Liga del Mediterráneo y con la concreción definitiva de la Copa de la República. Los campeonatos de Liga en Primera, Segunda y Tercera División quedaron anulados. Se imponían nuevas alternativas en aras a transmitir un mensaje de normalidad en un estado de aflicción y angustia. La Liga del Mediterráneo palió los efectos de la paralización de la competición liguera en Primera y Segunda. La Copa de La República nacía como colofón definitivo al curso deportivo que, por entonces, solía despedirse, con pompa y con honores, con el choque que reunía a los finalistas en territorio neutral. El Barcelona dejó impresa su huella en la Liga del Mediterráneo que enfrentó al Espanyol, Granollers, Girona, Valencia, Levante, Gimnástico y Castellón junto a la representación culé.
El Barça tras conquistar la competición partió hacia Méjico dentro de una gira que incluyó una serie de partidos pactados ante clubes mejicanos. Las primeras noticias sobre el diseño de la Copa de La República fueron confusas y remontan a mayo de 1937. Durante esa primavera el tablero militar estaba perfectamente definido. La batalla por la estratégica Franja del Norte de España enfrentaba al ejército republicano y al bando nacional. No había tregua. Ni concesiones. Las armas aullaban con virulencia para dejar un reguero de sangre. Guernica se convertía en la expresión de la barbarie y el terror y en el paradigma más diáfano del nuevo sentido que adquiría la contienda.

Rodríguez Tortajada, padre del torneo

La paternidad de la Copa de la República hay que rastrearla en Valencia. La figura del político y presidente del Valencia C.F., Rodríguez Tortajada, fue capital. "El camarada Rodríguez Tortajada", siguiendo la presentación de El Mundo Deportivo, desveló en el rotativo deportivo catalán los caracteres de la competición que cerraría la temporada 1936-1937. El propósito era enfrentar a los dos primeros representantes del campeonato regional valenciano y catalán. No obstante, había contratiempos de calado que solventar. La ausencia del Barça implicó la aparición del Girona. Hubo que consensuar con el Granollers y compensar, desde un prisma económico y deportivo, su no presencia en la lista de los escogidos. Desde Valencia llegaban noticias desalentadoras por mor del criterio de los rectores del Levante y Gimnástico.
"Resulta que estos últimos no están dispuestos a participar en la competición que se proyecta bajo las mismas condiciones que jugaron la Liga", manifestó Rodríguez Tortajada el viernes 28 de mayo de 1937. Cuestiones económicas y deportivas parecían solaparse. "Las mil pesetas que nos comprometimos a abonar por desplazamiento a Valencia a cada equipo catalán ha resultado una contribución demasiado pesada para el Gimnástico y el Levante, que por lo visto, no les debe haber compensado de las magníficas entradas que han tenido", sostuvo el mandatario valencianista aludiendo a la Liga del Mediterráneo. "Además tengo entendido que sus cuadros de jugadores se encuentran bastante desarticulados a la ausencia forzosa de varios de sus elementos y temen adquirir compromisos agobiantes".

Levante y Gimnástico unen sus fuerzas

Había correspondencia en tal sentido entre los mandatarios. En su primer posicionamiento anunciaban que eran reacios a inscribir a sus entidades y equipiers en el certamen que se estaba estructurando. Sin embargo, finalmente el Levante y el Gimnástico mudaron su veredicto y decidieron unir sus fuerzas para combatir en el torneo. Fue una solución inédita entre dos clubes distanciados ideológicamente, pero acertada partiendo de los hechos consumados a posteriori. El seis de junio de 1937 el Levante entró en acción ante el Girona en el feudo de Vallejo. La lluvia matizó la evolución de la confrontación (2-2) La fecha adquiere relevancia. Por aquellos días Pablo Picasso daba las postreras pinceladas al Guernica, una de las obras más emblemáticas de su tiempo, que sería expuesta en la Exposición Internacional de París durante el verano de 1937.
Convertida en una imagen icónica del horror, el pintor malagueño aceptó la propuesta encargada por el valenciano José Renau, Director General de Bellas Artes, a petición del Gobierno de La II República, para concitar la atención mundial ante lo que estaba sucediendo en España. El dominio grauero fue incuestionable durante la fase regular. Los adversarios presentaron vasallaje al grupo que conducía Juanito Puig. Fue una máxima. El Valencia cayó con estrepito en Mestalla (0-4) y en Vallejo (6-2). El Levante emergió del feudo blanquinegro como ‘leader’. Fue en la segunda jornada. Y ya no se descabalgó de la cima. El Espanyol sintió el yugo del club marino en el duelo que cerró la primera vuelta en Vallejo (4-1). Nada mutó en la etapa definitiva.
El empate en Vista Alegre frente al Girona (2-2) se correspondió con una nueva demostración de mando y de jerarquía ante el Valencia (6-2). El postrer choque ante el Espanyol perdió combustión (2-1). El Levante ya era finalista. "El Levante vencedor del Torneo por puntuación contra un rival de mejor historia y prestigio", anunció El Mundo Deportivo el domingo 17 de julio. "El de Sarrià es hoy un gran match", aseveró la misma fuente realzando la cita. El Valencia acudió de rojo a la cita. Con ese color había mancillado el honor del campo de La Cruz en el campeonato superregional. Esta muestra de fetichismo no ofreció los réditos esperados. Nieto consignó el triunfo del Levante. El duelo se repitió en Valencia en la claridad del mes de agosto. Mestalla fue el escenario escogido. Carente de la mística que envuelve a la competición oficial, perdió hechizo. El Levante mantuvo su alianza con el triunfo (4-2). Unos días más tarde el Levante y Gimnástico convergieron sobre el verde como homenaje a los equipiers que labraron la hazaña de la victoria.

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