F. Godoy IIIAndando no se puede ganar. Y eso ya debería saberlo este Málaga, que se ha demostrado a sí mismo en estos partidos que lleva de Liga que cuando compite es temible, pero que sin esa intensidad se vulgariza. Cayó en la trampa de Osasuna, que jugó un partido con el empate y otro -más fiel a su identidad- con el 0-1. Sabía más Gracia de Schuster que al revés.
Escuece la derrota, que mosqueó a gran parte del respetable de La Rosaleda, indignada con el juego mostrado. Es verdad que no carburó y que cuando quiso reaccionar Osasuna ya estaba con la cabeza entre los guantes en un rincón del ring. Ahora toca pasar el parón pensando en cómo enmendar los errores y tratar de no volver a repetirlos. Porque encima el siguiente rival es el Madrid.
No fue Osasuna el conjunto apocado y acomplejado que anunciaba Schuster 24 horas antes del partido. Al contrario, a pesar de sus múltiples limitaciones, los once hombres de Gracia daban la sensación de saber muy bien como herir al Málaga y, lo que es más, importante sabía como impedir que atacase.
Pero los problemas de la primera mitad, estas cuestiones al margen, fueron otros. El fundamental, que el equipo saltó como si ya fuese 2-0. Sin tensión competitiva. Y en Primera, sin competir te gana cualquiera. Debió haber aprendido la lección de Valladolid, donde su autocomplacencia (errores de estrategia al margen) le jugó una mala pasada. Porque este Málaga es un buen equipo, sí, pero con la premisa de salir siempre al campo como si no hubiese mañana.
Y luego está la otra cuestión clave de la primera parte. Lo que Schuster esperaba y no fue. Quería que su equipo combinase más, que mandase sobre el balón, que aumentara su jerarquía. Para ello renunció a la velocidad y se esclavizó al ritmo pausado de Duda y Morales. Guantes, exquisitos en el toque, pero lentos. Pensaría Schuster que para qué quería a gente como Eliseu o Pawlowski si Osasuna defendía con once. Cierto, hubo momentos en que entre la portería de Andrés Fernández y su último hombre apenas había 35 metros. Pero sabían salir con el balón.
El Málaga apenas llegó. Si acaso con alguna buena conexión entre Duda y Antunes. El resto lo tuvo Osasuna. Willy salvó al equipo en varias ocasiones. Era verdaderamente preocupante ver llegar a Bertrán a la portería del Málaga y rematar en sendas oportunidades (26' y 33'). Antes ya había llegado el tanto Oriol Riera, que se topó con Willy de primeras pero tuvo la fortuna de poder enganchar el rechace y rematar a bocajarro.
Pasado el descanso, era momento de leer el partido. Schuster renunció a Duda y Morales y se la jugó con El Hamdaoui y Pawlowski. El marroquí estuvo especialmente activo, aunque a veces parecía que tenía tantas ganas de levantar el partido que hacía la guerra por su cuenta.
Osasuna replicó con un fútbol más acorde a su idiosincracia. Si había que hacer faltas, ver amarillas o perder tiempo en cualquier saque de banda, se hacía sin complejos. El Málaga logró en la telaraña rojilla tejer alguna buena jugada. Verdaderamente eran impulsos. Porque el partido ya estaba donde más le gusta a los navarros.
Empujar era una obligación para el Málaga, que anduvo escaso de argumentos para inquietar de verdad a Osasuna. Lo cierto es que la noche invita a elevar a ciencia todo lo negativo que nos brindó el equipo blanquiazul. Sin embargo, merece cierta indulgencia después de cinco partidos sin perder. Conviene no olvidar que, pese a los buenos momentos de fútbol que nos ha dejado este Málaga, sigue siendo un bloque nuevo y en construcción. Paciencia y autocrítica.