Los últimos días de clase siempre tenían ese pellizco especial doblado en el estómago. La incertidumbre previa a las notas finales que debatían el verano entre la cal del cuarto o la arena de la playa. Los planes condicionales. El penúltimo adiós a tus amigos de pupitre con los que habías compartido trastadas y sacapuntas. Y el fin de trayecto a una etapa que quedaría, como las demás, apilada en lo alto de la memoria, con prevalencia de lo positivo. Eso es así. Son sensaciones homogéneas de pantalón corto cuando se llega al final del libro. Y eso experimenta este domingo el Málaga CF, que toca cima con los deberes hechos, las vacaciones ganadas y el abrazo húmedo de, en muchos casos, cambiar de colegio el curso que viene. Final emotivo, final feliz.
Se termina la temporada para un equipo que no ha sido de leyenda, pero sí de pasión. 20 guerreros con ficha contando los dos cruzados y otros veintitantos meritorios sin ficha. Y entrenador, masajista, delegado, limpiadora o lavandero. Y oficinista y becario. El Málaga ha sido un equipo conexo con todas sus vértebras desde el administrador hasta el taquillero, que por desgracia este año ha sido virtual. Porque en el mérito histórico que se lleva este Málaga a las enciclopedias estará haber logrado la gesta con dos monedas menudas de cobre en el bolsillo y sin palmas en las gradas. Una temporada con La Rosaleda vacía es demasiado triste como para no poner en valor lo difícil que es levantarte cuando nadie te brinda su mano desde la butaca azul de plástico.
Y aun así, con problemas de toda índole, una renovación total del vestuario y mil batallas que en algún caso se recordarán para siempre, el Málaga amarró lo que se daba, con holgura, momentos de buen juego y tesón. Hubo días buenos y días malos, pero un compromiso colectivo que en ningún caso obedeció a la guita, que en este deporte suele mover voluntades y postureos. Hubo piernas fuertes, dientes apretados y escondites vacíos. Por eso, al trazo a pulso de 41 jornadas le falta un último estirón que debe ser curvo para cerrar el círculo. Debe ganar el Málaga al Castellón para quererse más, sumar 53 puntos, escalar algún puesto y dejar un regusto dulce tras una última racha que no emborrona pero tampoco embellece. Hoy es el último día de clase en La Rosaleda y el malaguismo, sobre todo los que han faltado este año en las gradas, se merecen descorchar el champán, celebrarlo con chinchines y pensar que lo mejor está siempre por llegar.